Victor Manuel Perez Valera

Día del maestro, la educación el desafío del siglo XXI

La educación actual requiere de formación ética y humanista en todos los niveles, y además, un amplio movimiento social con nuevos enfoques del Estado, de la vida pública y de los modos de producción.

Este tiempo de confinamiento nos obliga a repensar varios aspectos de la vida socio-política: los lugares comunes y las dolorosas noticias asumidas con indiferencia. La rampante pobreza, la injusticia y la frustración de la administración pública, nos impulsa a anhelar sociedades justas y de más calidad de vida.

Las denuncias tradicionales no bastan, ni las promesas populistas, ni el paternalismo estatal, ni la alabanza ideologizante de la autorregulación del mercado. Es necesaria la inconformidad, el desistimiento y la no complacencia de las que broten nuevos chispazos inteligentes, un diseño creativo que por un lado, rechace la adoración de los ídolos y los pseudovalores que propagan algunos medios, y por otro, nos ofrezcan alternativas, nuevas visiones que profundicen mediante la riqueza de la educación, la auténtica solicitud, preocupación y compromiso por los más necesitados. Los grandes retos de nuestro tiempo exigen grandeza moral y audacia espiritual.

Una solución fundamental para esto sería la formación ética y humanista en todos los niveles, y además, un amplio movimiento social con nuevos enfoques del Estado, de la vida pública y de los modos de producción. La educación del futuro no puede ofrecer visiones insípidas, monótonas y frívolas, sino un Weltanschauung abierto a una nueva cristalización de un mundo futuro más humano.

El maestro es un pilar clave de la educación, él debe estar comprometido con el sentido profundo de la formación integral: no caer en el fatalismo de que el ser humano no cambia. La educación no se reduce solo a la trasmisión de conocimientos, sino también al crecimiento de las personas. En efecto, una de las principales cualidades del maestro es la autoridad, (del verbo latino augeo) que significa hacer crecer. Otro pilar básico de la educación son los alumnos que deben ser sensibles a los retos de nuestro tiempo y apuesten por la grandeza del ser humano y su dimensión trascendente. No podemos quedarnos anclados en lo que es, sino que debemos luchar para que sea realidad lo que debe ser.

En efecto, Bernard Lonergan afirma que el fundamento real y concreto de la educación es el ser humano. También sostiene, empero, que el ser humano es algo que "si lo somos, lo somos precariamente. Es un continuo reto". En un célebre discurso, Peter Hans Kolvenbach, General de los jesuitas, enfatizaba que: "los estudiantes a lo largo de su formación tienen que dejar entrar en su vida la realidad perturbadora de este mundo, de tal manera que aprendan a sentirla, a pensarla críticamente, a responder a sus sufrimientos y a comprometerse con él en forma constructiva".

De este profundo planteamiento es menester destacar tres aspectos: que el alumno tenga la vivencia de la realidad perturbadora de nuestro mundo. Un aspecto de esta realidad es el consumismo, el apego, la acumulación de cosas, la abundancia de lo superfluo, lo cual deshumaniza, crea el rebaño de los consumidores, una nueva y sutil esclavitud. Un mundo centrado en el mercado y en el consumismo es excluyente, margina a millares de seres humanos, masifica, consume como personas y lleva a privilegiar en la vida el tener sobre el ser. En el fondo, es triste y superficial la vida consumida en una carrera desenfrenada a la caza de necesidades artificiales.

En segundo lugar, Kolvenbach habla de los sentimientos. Hemos aludido a un humanismo integral, y en el ámbito de los valores, encontramos los sentimientos (feelings) que ayudan al crecimiento de la persona en el aspecto afectivo, lo cual, de ninguna manera es ajeno a las decisiones inteligentes. Estos elementos postulan una fundamentación sólida de todo el sistema educativo.

Se menciona en tercer lugar, el compromiso constructivo de este mundo roto. Los valores, para que sean realmente propios, como lo explica el mismo autor, deben estar anclados en "la cabeza", en el "corazón" y en las "manos": convicción, afecto y acción combinados. Este triple anclaje es parte de la pedagogía humanista que aterriza en la opción por los pobres.

Finalmente conviene señalar que el verdadero maestro es un testigo, no un simple empleado de la institución educativa. El maestro tiene una misión, no solamente un trabajo, debe luchar una batalla contra la conformidad y la complacencia y arrastrar a esta lucha a sus alumnos. Como lo proclama Pablo Freire es muy necesaria una pedagogía liberadora, no "domesticadora".

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