Victor Manuel Perez Valera

Amado Nervo, a cien años de su muerte

Víctor Manuel Pérez Valera reflexiona sobre la obra del poeta que nació en Tepic el 27 de agosto de 1870, y murió en Montevideo, Uruguay el 24 de mayo de 1919.

Nuestro poeta nació en Tepic el 27 de agosto de 1870, y murió en Montevideo, Uruguay el 24 de mayo de 1919. Realizó sus primeros estudios en el colegio de San Luis, en Jacona, Michoacán. Estudió en 1886, tres años de filosofía, ciencias y el primer año de leyes en el Seminario de Zamora, Michoacán. En 1895 se trasladó a la Ciudad de México y colaboró con Gutiérrez Nájera en la revista Azul. Fue a Europa en 1900 y conoció a escritores notables: Wilde, Verlaine, Lugones, Rubén Darío y once años más tarde a Ana Cecilia Dailliez, "la amada inmóvil". En 1902 regresó a México con el notable poema "La hermana agua", que había compuesto el año anterior.

Años después publicó: Jardines interiores, En voz baja, Juana de Asbaje, La amada inmóvil, Serenidad, Elevación y Plenitud. En 1919 fue enviado como Ministro Plenipotenciario a Argentina y Uruguay, donde murió el 24 de mayo.

Durante su estancia en Jacona, trabó amistad con su rector Monseñor José Mora del Río, el cual tenía gran preocupación por la injusticia social de su época. Asimismo, cultivó una cordial amistad con Francisco Orozco y Jiménez, a la postre notable arzobispo de Guadalajara. En Zamora se relacionó con Perfecto Méndez Padilla, diputado maderista y padre de dos grandes humanistas, los sacerdotes Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte. Éste último, quizá el más grande conocedor de la obra de Nervo, realizó la edición, estudios y notas de sus poesías que fueron publicadas en 1956, por la Editorial Aguilar de Madrid.

Según Méndez Plancarte, encontramos en Nervo una indigestión intelectual: superficial darwinismo, positivismo agnóstico, espiritismo y teosofía; y dentro de esto, nobilísimas inquietudes: hambre de las realidades supremas, sed de infinito y de eternidad, cierto misticismo en sentido amplio. La Premio Nobel chilena, Gabriela Mistral, encontró en la poesía de Nervo su gran fuente de inspiración.

Veamos un breve esbozo de su hondo sentido espiritual. El enamoramiento por la Hermana Agua lo canta magníficamente en tono franciscano nuestro poeta. Algunos verán un sutil panteísmo, pero recordemos que el antropólogo jesuita, Pierre Teilhard de Chardin, va a hablar de cierta sacralización de la tierra, sobre todo en sus ensayos El Himno a la Materia y Misa sobre el universo. Pero sobre todo el "Poverello" hablará de la hermana agua… "Y canto a Dios corriendo por mi ignoto sendero,/dichosa de antemano; porque seré venero/ante la vara mágica de Moisés; porque un día/vendrán las caravanas hacia la linfa mía;/ porque mis aguas dulces, mientras que la sed matan,/el rostro beatífico del sediento retratan/sobre el fondo del cielo que los cristales yerra;/porque copiando el cielo lo traslado a la tierra,/y así el creyente triste que en él su dicha fragua,/bebe, al beberme el cielo que palpita en mi agua,/y como en ese cielo brillan estrellas bellas,/el hombre que me bebe comulga con estrellas./ …soy un camino que anda, como dijo Pascal;/…¿Pretendes ser dichoso? Pues bien: sé como el agua;/… Así me dijo el Agua con místico reproche, /y yo, rendido al santo consejo de la Maga, /sabiendo que es el Padre quien habla entre la noche, /clamé con el Apóstol: –"Señor, ¿qué quieres que haga?".

La ruptura en su vida espiritual en cierto modo, se reflejan en su poema A Kempis: "Ha muchos años que busco el yermo, /ha muchos años que vivo triste, /ha muchos años que estoy enfermo, / ¡y es por el libro que tú escribiste! /… ¡Oh Kempis, Kempis asceta yermo, /pálido asceta, qué mal me hiciste! / ¡Ha muchos años que estoy enfermo, /y es por el libro que tú escribiste!".

Concluimos nuestro esbozo con dos citas de su libro Elevación. En su poema , leemos: "Señor, Señor, Tú antes, Tú después, Tú en la inmensa/hondura del vacío y en la hondura interior:/Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa;/Tú en la flor de los cardos y en los cardos sin flor/… Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo;/si sus labios te niegan, yo te proclamaré. / Por cada hombre que duda, mi alma grita: 'Yo creo'. / ¡Y con cada fe muerta, se agiganta mi fe!".

Su poema Si tú me dices "¡Ven!", evoca su conversión ulterior: "Si Tú me dices: '¡Ven!', lo dejo todo. /No volveré siquiera la mirada/para mirar a la mujer amada…/Pero dímelo fuerte, de tal modo/que tu voz, como toque de llamada, / vibre hasta en el más íntimo recodo/del ser, levante el alma de su lodo/y hiera el corazón como una espada. /Si Tú me dices: '¡Ven'! todo lo dejo. / Llegaré a tu santuario casi viejo, / y al fulgor de la luz crepuscular…"

Este último paso, lo dio Nervo un día antes de morir animado por el consejo de su amigo Zorrilla de San Martín: "hay que confesarse de cruz a cruz como el buen ladrón".

COLUMNAS ANTERIORES

Jesucristo el Logos: Logoterapia espiritual
En el país de los eternos hielos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.