Victor Manuel Perez Valera

El hombre como ser peregrino: “El camino del campo”

El viajero avizora a la muerte en su horizonte y esto le ayuda a caminar sabiamente sobre la tierra.

Una certera descripción del ser humano que insinúa su condición mortal es la de ser peregrino. El filósofo francés Gabriel Marcel titula uno de sus libros “Homo Viator”, y en toda su obra concibe al ser humano como viajero, como de paso en este mundo. El viajero avizora a la muerte en su horizonte y esto le ayuda a caminar sabiamente sobre la tierra. La condición itinerante nos enseña que el hombre no tiene aquí residencia permanente, ni se encuentra en esta tierra como en su casa: “ser es estar en camino”, no estar instalado, atender a las señales del camino y a los riesgos que éste implica.

Martín Heidegger, otro gran filósofo existencialista, después de escribir su célebre “Ser y tiempo”, realizó un ensayo poético: “El camino del campo”, que consideraba un reflejo concreto del mensaje de “Ser y tiempo”.

Heidegger considera que cuando los enigmas se agolpaban y no se ve ninguna solución, el sendero del campo proporciona ayuda, guía nuestros pasos tranquilamente por sus vericuetos a través de la árida comarca: una y otra vez el pensamiento da los mismos pasos. En su búsqueda personal sigue el derrotero trazado por el camino”.

A la orilla del camino encontramos los robles: el roble del bosque nos transporta al recuerdo de los juegos infantiles y de la decisión primera. Cuando el roble es derribado el padre de familia trata de conseguir algo de madera para su taller: allí la trabaja en sus ratos de ocio, acompañado por el sonido del reloj de la torre y de las campanas, mientras estos sostienen un diálogo sobre el tiempo y la temporalidad.

En cambio, los niños hacen sus barquitos con la corteza del roble y los ponen a flotar en las aguas del Metten o en la fuente de la escuela: En el mundo de la fantasía estos viajes asombrosos llegaban siempre a su destino, y retornaban con seguridad al punto de partida… estos viajes de la fantasía todavía no sabían nada de las búsquedas difíciles que se emprenden sabiendo que el puerto quedó distante.

El olor de la madera del roble habla silenciosamente de la lentitud y constancia con la que crece un árbol… este crecimiento funda todo lo que ha de perdurar y producir fruto. Porque crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y al mismo tiempo arraigarse en la oscuridad de la tierrala esencia del camino, solo la atesora y asimila quien lo recorre y lo hace suyo.

En medio de sus giros y el ascenso a la colina, el “camino” soporta la tempestad. Pero el camino continúa dando siempre el mismo mensaje. Lo sencillo lleva dentro de sí el secreto de lo permanente y de lo grande. En la oscuridad de lo cotidiano está oculta la bendición del camino. Muchas cosas han crecido y permanecen junto al camino y en lo misterioso de su enseñanza, como señala Meister Eckhart, se encuentra Dios, solo Dios.

El mensaje del camino habla sólo a los hombres que nacidos de su soplo pueden escucharlo... El hombre trata de planificar el mundo, pero lo hace en vano si él no está subordinado al mensaje del camino.

Heidegger nos comunica una gran paradoja: es un peligro real que los seres humanos de nuestro tiempo se hagan sordos al mensaje del camino, ya que muchos están atentos únicamente al ruido de los motores que toman casi como la voz de Dios. El mensaje de la vereda despierta el sentido del amor a la libertad y trascendiendo la tristeza, conduce a la serenidad completa. Esta serenidad rehúsa la manía del solo trabajar, pues el trabajo por el trabajo cultiva lo insustancial. Gracias al camino podríamos disfrutar una sabiduría serena: el camino cambia accidentalmente con las estaciones, las tormentas del invierno, el tiempo de la cosecha, la alegría de la primavera y la muerte paciente del otoño: allí se refleja la juventud y la sabiduría de la vejez.

La serenidad que genera el camino es la puerta de la eternidad. De la torre de la iglesia de San Martín, lentamente, como retardándose se extingue el sonido de las doce campanadas de la noche. La última campanada es la más profunda y nos conduce al cementerio, en donde se encuentran los sacrificados prematuramente en las guerras. La voz del camino es ahora más clara y nítida. ¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios? Todo habla de la renuncia de sí mismo. La renuncia nada toma. La renuncia da. Ella confiere el poder inagotable de lo sencillo. Su mensaje nos hace familiar el origen remoto.

La enseñanza del “Homo Viator” de Gabriel Marcel coincide en grandes rasgos al “Camino del Campo” de Martin Heidegger: ser es estar en camino.

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