Victor Manuel Perez Valera

Importancia y necesidad de la Ética

La mediocridad, la corrupción y la bancarrota espiritual por las que atravesamos piden a gritos un retorno a la Ética.

La mediocridad, la corrupción y la bancarrota espiritual por las que atravesamos, tanto en la sociedad civil, como en varios ámbitos del gobierno, piden a gritos un retorno a la Ética. No se trata de ofrecer tan solo una moral de recetas o prescripciones, sino de esclarecer el proceso del descubrimiento valoral que nos impulse a encontrar las soluciones a los acuciantes problemas de nuestra época: ecológicos, desvalorización de la vida, corrupción del ethos profesional y la indiferencia de luchar por el bien común.

La Ética nos impulsa a la exploración de nuestro yo, un mundo complejo y misterioso de sentimientos, emociones, pasiones, luminosas intelecciones y en ocasiones, doloras decisiones. En general, todo el mundo admite la gran importancia de la Ética, pero en la práctica se da un implícito o explícito rechazo a las normas éticas fundamentales, e incluso se legisla incoherentemente en contra de estas normas.

Todavía más, algunos creen que los enormes problemas de nuestro tiempo solo serán resueltos por la ciencia. Es innegable la importancia de la ciencia en nuestro mundo, pero es necesario que esta no se adhiera al positivismo o neopositivismo, que reduce el conocimiento a lo que podemos captar por los sentidos. Este enorme peligro lo denuncia cabalmente el filósofo mexicano José Porfirio Miranda en su magnífico libro Apelo a la razón. La ciencia por sí misma puede ayudar a que el hombre llegue a ser un “animal civilizado”, pero que podría utilizar esos conocimientos para degradar o poner en peligro la vida humana: energía nuclear, ingeniería genética, etc.

Vale la pena señalar que la función de la Ética comienza donde la ciencia termina su labor, puesto que los valores nos orientan para el uso correcto de los resultados científicos. En este sentido, la Ética tiene un notable papel humanista: “nacemos hombres, nuestra misión es hacernos más humanos”. Así lo insinúa el prólogo del Fausto de Goethe: la ciencia sin valores puede hacernos más bestias que las bestias, y a “meter las narices en todas las porquerías que encontremos”. El homo ethicus es gemelo del homo sapiens, pero la relevancia de aquel es mucho mayor, puesto que la Ética parte de lo razonable y culmina con el imperativo sé responsable.

La palabra ethos (con eta) designaba originalmente el “hogar ético”, que da calor y protección, cobijo y seguridad al ser humano. Se dice que el hombre de la posmodernidad se encuentra en el desamparo, sin hogar, a la intemperie, sin techo protector. Vivimos más bien en una civilización de medios, en la que se pierden de vista los fines, el sentido de la vida. Eliminar las preguntas sobre la dignidad y el sentido de la vida conduce, como lo subraya Viktor Frankl, a la “neurosis noógena”, de la cual deriva la frustración existencial, y de allí se sigue, la criminalidad, desmoralización, desorientación y pérdida del sentido. De lo anterior, al nihilismo moral solo hay un paso el cual produce un vacío ético, un vacío de interioridad. Una existencia superficial culmina en el consumismo, la permisibilidad y el relativismo ético.

Los actos humanos no pueden regirse por el instinto, la arbitrariedad o el capricho. A diferencia del animal, el hombre no puede caminar al azar o vagar sin rumbo: la espontaneidad y el instinto no pueden ser los guías decisivos en la vida del ser humano. Con frecuencia, en nuestra existencia es de suma importancia el “deber ser” para “llegar a ser”.

En las decisiones de la vida es imprescindible el uso correcto de la libertad, la cual no es capricho, arbitrariedad, antojo o comportamiento gregario, sino elección de acuerdo con los valores: “somos libres para ser libres, no libres para ser esclavos”.

No podemos abdicar de lo más íntimo y propio del hombre. Aristóteles, en el primer libro de la Política, afirma que “lo propio del hombre, con respecto a los demás animales es que solo él tiene la percepción de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, y de otras cualidades semejantes, y la participación común de estas percepciones es lo que constituye la familia y la polis”. Así, el ser humano está estrechamente ligado al comportamiento social.

Sócrates proclamaba que una vida que no se examina no vale la pena vivirse. Por consiguiente, el autoexamen y la autocrítica nos exigen preguntarnos sobre el progreso técnico y su impacto en nuestras vidas, y en concreto ¿cuáles son las condiciones del auténtico progreso humano? ¿cuál es mi función en el mundo? ¿cuáles son las orientaciones que brotan de mi vocación humana y del destino del hombre? ¿cuál es el sentido de la vida?

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