Peras y Manzanas

AMLO en la Bancaria

No es que no queramos regresar a los años 70, es que no debemos hacerlo, dice Valeria Moy de la participación de AMLO en la 81 Convención Bancaria.

Andrés Manuel López Obrador terminó su participación en la 81 Convención Bancaria con una frase retadora y atemorizante para el público que lo escuchaba. El moderador, Leonardo Curzio, le preguntó al final que si el país estaba maduro el resultado electoral que fuera.

Para no sacar la frase de contexto, transcribo literalmente su respuesta: "Yo tengo dos caminos, Palacio Nacional o Palenque, Chiapas. Entonces, me quiero ir a Palenque, Chiapas, tranquilo, si las elecciones son limpias, son libres, me voy a Palenque, Chiapas, tranquilo. También si se atreven a hacer un fraude electoral, yo me voy también a Palenque y a ver quién va a amarrar al tigre, el que suelte el tigre que lo amarre, ya no voy a estar yo deteniendo a la gente luego de un fraude electoral. Así de claro".

Con esa frase cerró no sólo su participación en la Bancaria, sino la de todos los candidatos, y dejó un ambiente tenso e inquieto. Pero más allá de la frase final, la participación de AMLO en este foro me llamó la atención por la falta de concesiones del candidato. Usualmente, los ponentes adaptan su discurso al foro en el que se están presentando. López Obrador no lo hizo.

La Convención Bancaria no es un foro ajeno a AMLO, pero no es su entorno natural. Sin usar ningún apoyo visual y detrás de un atril presentó sus ideas. Empezó haciendo referencia al cambio que, según él, necesita el país. La fórmula, en sus palabras, "consiste en acabar con la corrupción, con la impunidad y los privilegios". De acuerdo a sus propios cálculos, en México los políticos se roban el diez por ciento del Presupuesto. Así, en un inicio habló de liberar 500 mil millones pesos al lograr evitar que se los roben directamente del Presupuesto. Unos párrafos más adelante, los 500 mil millones se convirtieron primero en 800 mil millones y luego en un billón de pesos. Con estos recursos que, según AMLO, se liberarán por la desaparición de la corrupción, se financiará el desarrollo sin incrementar los impuestos ni incurrir en más deuda.

En su discurso habló de la importancia de garantizar el derecho a la educación, pero a pregunta expresa del moderador sobre qué le espera al país en materia educativa, a la luz los acercamientos que ha tenido con el SNTE y la CNTE y a su oposición a la reforma educativa ya en marcha, la respuesta fue ambigua y dejando completamente de lado a esos niños y jóvenes que necesitan una mejor educación para los retos laborales presentes y futuros.

Esta fue su respuesta: "Nos vamos a poner de acuerdo con los maestros. Estamos buscando la reconciliación, no sólo de los maestros, de todos los mexicanos. Tenemos que unirnos, no confrontarnos, no pelearnos. No está el horno para bollos. Es buscar la unidad y sacar adelante al país."

En relación al nuevo aeropuerto manifestó su intención —ninguna novedad— de cancelarlo. De acuerdo a sus propios cálculos, de construirse un par de pistas más en el aeropuerto militar de Santa Lucía, nos ahorraríamos (¿quiénes?) 160 mil millones de pesos, además de que la construcción de un aeropuerto nuevo ocasionaría que se "tirara a la basura" la infraestructura del actual aeropuerto y la del de Santa Lucía.

Para resolver el problema de los contratos ya otorgados, sugirió llegar a un acuerdo con los contratistas, para que, en lugar de hacer la obra en Texcoco, hagan el mismo volumen de obra en Santa Lucía. "Para eso es la política, para eso se inventó, para buscar acuerdos sin violar el marco legal", agregó.

Desde luego también tocó el tema de las refinerías, aunque ya no habló de seis. Sólo mencionó la construcción de una. Sin embargo, ese tema merecería mayor reflexión de lo que estas líneas permiten.

Quizá lo que me pareció más preocupante de la intervención de AMLO fue su mención de que para mediados de su sexenio México va a producir todo lo que consume, incluyendo las gasolinas. Presentar una propuesta de esa índole revela un profundo desconocimiento de la forma de producir de las economías de este siglo y de los patrones de consumo de la población. Revela, sin decirlo, un afán de controlar la producción de acuerdo no a los intereses de los productores ni al bienestar de los consumidores, sino conforme a lo que él considera correcto. Revela, también, una mirada de la economía vista desde el retrovisor.

El público quizá se haya quedado con la frase del tigre con la que cerró, pero hay mucho más que leer y que analizar de su discurso. Algunas de las propuestas económicas que sugirió no sólo son irresponsables, sino que llevarían al país varias décadas hacia el pasado. Estamos al borde de una revolución tecnológica que cambiará las economías como las conocemos.

No es que no queramos regresar a los 70, es que no debemos hacerlo.

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