Opinión

Urdiales y Rivera salvaron la tarde en la Plaza México

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Una tarde fría que, sin la maestría del español Diego Urdiales y la entrega de Fermín Rivera, hubiera pasado desapercibida por la falta de lucimiento de un encierro de la ganadería queretana de Bernaldo de Quirós fue la que se vivió este domingo en la cuarta corrida de la Temporada Grande en la Plaza México.

Con un bagaje de grandes triunfos en la reciente temporada española, Urdiales confirmó su alternativa en la plaza más grande del mundo a los 40 años de edad y sin nunca antes haber toreado en nuestro país. Ante su primer enemigo, el de La Rioja se enfrentó al mejor astado de la tarde con una faena profunda, en la que imprimió tandas de derechazos y naturales con una clase que quedará en la memoria de la afición capitalina. Pese a haber fallado con la espada, deja ante el público la imagen de un matador maduro que provocó una gran sorpresa por la seriedad con la que interpreta el arte del toreo.

Fermín Rivera logró despojarse, en su segundo toro, de la sobriedad y en ocasiones falta de transmisión con el público que caracterizan su trasteo. Sin duda un matador que ha madurado con el paso del tiempo y a base de torear en las plazas de provincia, el potosino dibujó una faena de entrega que logró levantar al público de sus asientos. Muletazos por ambas manos de calidad fueron los que caracterizaron una faena que fue agradecida por los tendidos con una oreja ante un toro, como lo fue todo el encierro, descastado y deslucido.

Con menos suerte que sus alternantes, el rejoneador Alejandro Zendejas y el matador Fermín Espinosa Armillita IV no lograron imponerse ante la dificultad de su lote. El torero de Aguascalientes dejó constancia del sitio que ha ganado en los últimos meses como una de las promesas de la fiesta brava y como digno representante de una dinastía de matadores que han llevado muy lejos el nombre de la tauromaquia mexicana. Esfuerzos que serán difíciles de consumar ante toros como los lidiados este domingo en la Plaza México.

Este fin de semana, además de otras corridas en el interior de la República, con un mano a mano entre Zotoluco y Joselito Adame, junto con el rejoneador Emiliano Gamero, culminó la feria de Tlaxcala, una de las más importantes a nivel nacional. Este estado ha sido una de las principales entidades promotoras en la defensa de la fiesta brava ante los ataques de quienes, desde el poder político o la sociedad organizada, han intentado acabar con esta tradición.

Uno de los instrumentos que han servido de escudo para preservarla ha sido la firma de decretos a nivel estatal y municipal para declarar a las corridas de toros como Patrimonio Cultural Intangible.

Con estas herramientas jurídicas, inspiradas en las que se han firmado desde hace algunos años en España y Francia, las autoridades locales mexicanas se ven impedidas de prohibir las corridas de toros y se ven obligadas, por el contrario, a promoverlas al igual que todas las expresiones culturales y actividades económicas que giran en torno a la fiesta brava.

Han sido muchos los intentos, infructuosos aún, por llevar el expediente de la fiesta brava a la UNESCO, cuya sede se encuentra en París, para que, el máximo organismo internacional en materia de defensa de patrimonio declare a la tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sin embargo, la propuesta ha enfrentado muchas reticencias en un ámbito multilateral particularmente anti taurino, ya sea por desconocimiento o por convicción.

Sin embargo, si a la definición de patrimonio se apega el expediente presentado en París, las corridas de toros no tendrían por qué estar fuera de esta clasificación. La UNESCO define al patrimonio cultural inmaterial o intangible a aquellas tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales y artes del espectáculo, así como los usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, además de conocimientos y técnicas vinculados a la artesanía tradicional.

Existen esfuerzos en otros países que podrían servir como ejemplo para México. Hace ya cuatro años, el Ministerio de Cultura de Francia inscribió a la fiesta brava como Patrimonio Cultural Inmaterial. Con esta decisión, se preserva en la nación gala una tradición que fue introducida en el transcurso del siglo XIX y que se mantiene vigente en cuatro regiones del sur de ese país, en donde, en 47 ciudades, se celebran corridas de toros.

Sin duda, uno de los pasos más importantes en este mismo sentido se ha dado en España, en donde, hace dos años, el Senado aprobó con el único apoyo de los legisladores del Partido Popular y la indiferencia de los socialistas un texto de ley con el que se declara a la fiesta brava como Patrimonio Cultural Inmaterial. Interesante resulta esta adopción en un país amenazado de manera permanente por movimientos anti taurinos que han logrado establecer la prohibición en Cataluña. Esta autonomía, junto con las Islas Canarias, es la única región en la Península Ibérica en la que, por el momento, no se llevan a cabo festejos.

La ley española, que bien podría inspirar a los legisladores mexicanos, obliga a las administraciones públicas a garantizar la protección de la fiesta brava y a fomentar su protección en todos los niveles de gobierno.
Estados como Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, Tlaxcala, San Luis Potosí, Michoacán, Zacatecas e Hidalgo, entre otros, han sido vanguardistas en la protección de la fiesta brava. Un esfuerzo que, con el apoyo de partidos políticos, autoridades, empresarios y organizaciones civiles podría llevarse a cabo a nivel nacional y colocar a México, en este ámbito, en el mismo tenor que Francia y España.

Soy Juan de la Lidia. Nos vemos en los tendidos…


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