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Un México para todos a partir de 2024

Sí es posible tener metas claras que pueden alcanzarse en una o dos generaciones.

Será el primer imperativo: un gobierno que tenga a México, todo, como su objetivo. Una administración con la voluntad y capacidad de restañar las profundas heridas causadas por años de polarización. No será fácil, pero el inicio será tan simple como poderoso: extender la mano a todos aquellos que votaron por alguien diferente en la elección de 2024, y claramente trabajar, también, por y para ellos. Devolver al Gobierno Federal, y a la investidura presidencial, el sentido de Estado.

Mucho habrá por construir, además de reconstruir. La relevancia de las instituciones quedó de manifiesto, más que nunca, ante el nuevo fracaso de vender el país de un solo hombre como la panacea. Implicará regresar a ese camino que nunca debió abandonarse: el buscar ser un país de leyes, no de afanes justicieros invocando la sabiduría popular.

Como parte de ese gobierno para todos, y sobre todo para los que menos tienen, se deberán primar tres retos para la política pública: educación, salud y seguridad. La construcción de un piso de oportunidades parejo es esencial para sostener la escalera de la movilidad social. No será algo que pueda construirse en un sexenio, pero se debe empezar por los cimientos de ese piso hoy destrozado y lleno de zanjas en los que millones de pobres caen para no poder levantarse.

Que toda enfermedad, leve o grave, no sea una fuente de angustia financiera para una familia o, peor, una imposibilidad de afrontar ante lo que cuesta una medicina, tratamiento u operación. Sobre todo, que la vejez no conlleve ese miedo. Que tampoco el dinero sea un factor para poder acceder a una educación de calidad, que permita a todo niña o niño alcanzar su máximo potencial. Que esos niños, jóvenes y viejos puedan, de nuevo, salir a la calle sin el miedo al asalto, secuestro o incluso asesinato. Ese México que hoy parece tan lejano existió no hace mucho y debe ser traído de regreso.

La mano del Estado, así, debe extenderse con recursos que ayuden a paliar la pobreza, pero esa mano debe, también, tirar con fuerza para sacar permanentemente a esos millones de familias de la indignidad de la miseria.

A ese piso mínimo que representa la igualdad de oportunidades no se colocarán techos: que toda persona pueda alcanzar su máximo potencial implica dejar de fomentar envidia y rencor contra el esfuerzo individual y la creación de riqueza. Debe construirse un México que no estorbe y en cambio proteja a todos los que quieran trabajar y dar trabajo, a todos aquellos que tengan la ambición de superarse y ser mejores.

Para ello el Estado debe canalizar sus recursos, siempre escasos, en esas prioridades, aparte de ciertas infraestructuras que no interese desarrollar al sector privado. Los empresarios privados, nacionales y extranjeros, tendrán el enorme reto de dedicarse a lo que mejor saben hacer: crear riqueza en un marco de certeza jurídica. De ellos se espera, a cambio, no poco: empleos y ganancias, los primeros para todos, las segundas para ellos, compartidas con el gobierno vía impuestos, permitiendo financiar todo lo que el Estado debe hacer.

Tratar de reinventar el país cada seis años ha sido siempre un fracaso, más todavía pensar que en pocos años se pueden hacer transformaciones históricas. Pero sí es posible tener metas claras que pueden alcanzarse en una o dos generaciones. Lo fundamental es establecer el inicio, en ciertos aspectos el reinicio, de ese largo camino que debe culminar en un México para todos.

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