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El tirano incipiente vs. Krauze

Andrés Manuel López Obrador confunde legitimidad democrática con una chequera en blanco.

Andrés Manuel López Obrador confunde legitimidad democrática con una chequera en blanco. Como tantos mesiánicos, tiene la certeza de saber qué hacer y no acepta que su visión pueda ser errada.

Todo obstáculo a la acumulación de más poder es por ello objeto de su ira o desprecio. La destrucción de las instituciones desde las instituciones representa una estrategia natural para quien obtuvo el poder, porque la forma en que lo alcanzó es también una posibilidad de perderlo, y por ende hay que dinamitar ese camino para evitar que otros lo transiten. El objetivo es eliminar contrapesos y rivales. Quien por años se presentara como una oveja democrática, proclamando su amor por la voluntad popular, muestra hoy su verdadera piel autoritaria, sintiéndose encarnación del Pueblo y actor principal de la Historia (ambas con mayúscula).

Para aquellos contrapesos que quedan dentro del Estado, AMLO no duda en lanzar toda la fuerza de sus ataques y órdenes desde el púlpito mañanero. ¿Un juez se atreve a otorgar un amparo? Que se le investigue. ¿Una ley le estorba? Que se cambie. ¿Es la Constitución? Igual. Un cacique habita Palacio Nacional, y como Gonzalo N. Santos parece proclamar que cualquier obstáculo que se atraviesa en su camino es "muy poco problema para un hombre de carácter". Un carácter que carece de decencia o incluso de moral. También siguiendo al potosino parece decir, "la moral es un árbol que da moras".

El rencor presidencial es permanente, un elemento constante en la necesidad de polarizar, de gobernar señalando enemigos y presentarlos como culpables por sus errores. El demócrata busca unificar tras la victoria y gobernar para todos, el autoritario se regodea en la división, porque así impone con mayor facilidad su fuerza. El Presidente siempre tiene a la mano sus antagonistas genéricos: conservadores, neoliberales, fifís, neoporfiristas o prianistas.

Pero nada retrata mejor al demagogo autoritario que cuando lanza sus ataques contra una persona en lo específico. No tiene recato en explotar el desequilibrio de fuerzas, el Presidente de la República contra un ciudadano que si resuena en la opinión pública es por su trabajo, trayectoria y prestigio. En días recientes ha sido el turno de Enrique Krauze, por cinco décadas pertinaz crítico del poder, independientemente de su signo político.

Entre las diversas constantes que han caracterizado el trabajo intelectual de Krauze, destacan la promoción de la democracia y la búsqueda de la libertad, bajo la premisa de que a los tiranos no se les apacigua, se les enfrenta. El ataque presidencial lo desató un artículo en el New York Times. El historiador llamó al presidente Biden a no mantener la indiferencia que varios de sus predecesores tuvieron durante el siglo pasado hacia el autoritarismo mexicano. Por otra parte, apuntó que, si López Obrador fue capaz de tragarse los insultos de Donald Trump a los mexicanos, debería serle más fácil escuchar los llamados del actual habitante de la Casa Blanca a la unidad y la moderación.

La furia presidencial quizá se explica porque el tabasqueño ya entendió que ser obsequioso ante Biden no funciona. Un demagogo autoritario sabe lidiar con otro, pero no puede esperar reciprocidad de un demócrata. Krauze simplemente colocó ante el Presidente un espejo que refleja la impotencia del que quiere mandar en todo y no puede. El espejo de un biógrafo del poder que no está dispuesto a apaciguar a un tirano incipiente, y hoy paga un precio por ello.

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