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El tapete de Trump

La redención y entreguismo del gobierno mexicano ante Donald Trump fue parte de la negociación para evitar los aranceles a productos mexicanos.

Ya no es el patio trasero sino el tapete. Siempre fue una relación asimétrica, pero hay una enorme distancia entre cooperar, apoyar, servir y, en cambio, ser servil. Existían líneas rojas que el gobierno de México simplemente no pisaba en la relación bilateral y que el gobierno estadounidense sabía que no serían traspasadas. En meses recientes han sido borradas sin pudor.

El gobierno de México es pisado por Donald Trump y la respuesta es un "yo respeto". Algunos legisladores demócratas ponen como una condición la aprobación del nuevo acuerdo comercial a ciertos cambios legislativos, y lo requerido es aprobado a toda velocidad por el Congreso. El T-MEC sigue en el aire, pero ya se entregó lo exigido (por ahora).

Trump tiene a su servicio a dos gobiernos. ¿Qué espera obtener el mexicano a cambio de su entreguismo? Una posibilidad es dinero para el sureste (y América Central), pero que el habitante de la Casa Blanca no parece dispuesto a soltar. Millones de dólares (estadounidenses) para la región… y quizá para apoyar proyectos como la refinería de Dos Bocas y el tren maya, pero que probablemente nunca llegarán.

El estadounidense lleva casi dos años y medio como presidente. Ya se sabía que desprecia y explota al débil y que le atraen los 'duros', a los que trata con respeto, sea un Vladimir Putin o un Kim Jong-un. La estrategia a seguir era clara: confrontar en algunos casos, en otros, guardar digna distancia. Lo indudable es que más temprano que tarde, Trump volvería a aporrear a su piñata preferida para ganar votos. Le funcionó de maravilla en 2015-16, será lo mismo en 2019-20. Solo un ingenuo esperaría reciprocidad cuando expresa amistad y respeto al estadounidense. El neoyorquino es un buleador, ese que propina una patada cuando se le extiende la mano.

La amenaza de los aranceles era ideal para ponerle un estate quieto. Los aranceles generalizados eran un disparo doble: dañinos para México, claro, pero un tiro en el pie para Trump, encareciendo los productos mexicanos para Estados Unidos y afectando numerosas cadenas productivas. La respuesta debieron ser aranceles mexicanos enfocados en dañar lo más posible a ciertas áreas republicanas –como se hizo en el pasado (con éxito).

La negociación bilateral que (en un gesto de reflejo rápido) ofreció el presidente en una carta, en cambio, resultó un diálogo para acordar los términos de la rendición. El titular de Relaciones Exteriores y su equipo negociaron como si los aranceles fuesen a ser (de acuerdo con sus cifras) el inicio de un cataclismo económico en México. Nada menos, dijo, como tener un IVA de 25 por ciento y la pérdida de 1.2 millones de empleos. Es de suponerse que esos números corresponden a un escenario extremo: aranceles permanentes y quizá en el 25 por ciento anunciado por Trump como nivel máximo al que podía llegar. Esa fantasía apocalíptica fue la base para una rendición disfrazada de negociación.

Entreguismo que además llevó al giro más espectacular en una posición obradorista: del México en que los migrantes de paso eran bienvenidos al país que se transforma, y rápido, en barrera de contención. Trump no hizo un muro con México, hizo de México el Muro. Y faltan 17 largos meses para la elección estadounidense; este ha sido apenas el primer golpe a una piñata que, ahora lo sabe, es muy blanda.

Lástima que a Trump no se le ocurrió exigir como condición para no aplicar los aranceles la reactivación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco.

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