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El sociópata de Palacio

No es que AMLO se regodee en el sufrimiento, que sea un sádico que goza ante el dolor de otros. Simplemente tiene otras prioridades, y a ellas enfoca los recursos.

A los padres que claman por quimioterapias

El dolor ajeno es por completo ajeno a Andrés Manuel López Obrador. Entre los numerosos defectos que ha mostrado como gobernante, destaca la indiferencia ante el sufrimiento que causan sus acciones. Su intensa interacción con las masas durante décadas habría hecho pensar que el Presidente tenía la empatía a flor de piel, sobre todo por los más pobres y desprotegidos. Que el recorrer, una y otra vez, los municipios más pobres, esos caminos ajenos al asfalto, tendría como resultado "por el bien de México, primero los pobres". No pasó de ser un eficaz lema de campaña.

Lo que muestra AMLO es una coraza ante el dolor, sufrimiento y muerte. No evidencia empacho alguno en dañar con sus acciones a muchos que mostraron simpatía por su candidatura. Es como si esos votantes le hubieran manifestado no apoyo, sino absoluta disposición a ser pisoteados. La sociopatía presidencial no polariza, no divide entre aliados y enemigos como en otras ocasiones, sino que arrasa parejo. Nada, ni nadie, detiene la transformación que encarna.

En días recientes están de nuevo en las noticias artistas y científicos, dos colectivos que mostraron extraordinario entusiasmo por el tabasqueño. Claro, se trataba de un hombre progresista, de izquierda, firme creyente en promover educación, arte y ciencia. Su elección garantizaba billetes en serio, nada de esos presupuestos ajustados que caracterizaban al PRIAN. Su chasco ha sido igual que el de tantos millones esperanzados. Se han defendido con uñas y dientes y, cuando les ha ido bien, han logrado mantener lo que antes consideraban como raquíticas asignaciones. Esos son los afortunados.

No ha sido el caso de los pobres, ni tampoco de los funcionarios públicos, a los que se les acaba de rebanar, de nuevo, el sueldo. El supuesto campeón de los derechos laborales les arrebató también el aguinaldo, sobra decir que en forma "voluntaria". Hoy hay padres que están en huelga de hambre para atraer la atención a su demanda: que sus hijos tengan quimioterapias. Es la indefensión más descarnada que se pueda tener: niños a los que se deja sin tratamiento ante el cáncer en aras de ahorrar dinero.

No es que AMLO se regodee en el sufrimiento, que sea un sádico que goza ante el dolor de otros. Simplemente tiene otras prioridades, y a ellas enfoca los recursos que recibe su gobierno por medio de impuestos y todo lo que puede saquear del presupuesto federal, que para efectos prácticos trata como su cuenta personal.

El mejor ejemplo de ello es que no tiembla ante las astronómicas pérdidas financieras de Petróleos Mexicanos, esa empresa que considera un pilar de la soberanía nacional, y en realidad es un ícono de su soberbia personal. En año y medio de gobierno, Pemex ha perdido en promedio alrededor de 31 mil pesos cada segundo (sí, segundo, no minuto, hora o día). Pero hay que arrebatarle el aguinaldo al funcionario que labora en el Gobierno Federal, las estancias infantiles a las madres trabajadoras, los comedores comunitarios a los hambrientos o, por supuesto, las quimioterapias a los niños. El dolor en nombre del bien mayor: la empresa que el Presidente idolatra desde sus años juveniles en Tabasco.

La más reciente paradoja es que el inquilino de Palacio Nacional ahora se entretiene buscando fórmulas para medir la felicidad del pueblo, alguna medida alternativa que le permita disfrazar el desastre productivo. El sociópata en toda su expresión, creyendo que los gritos de dolor son ovaciones a su persona.

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