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El naufragio de AMLO… y México

Es irrelevante si AMLO llega a 2024 feliz o frustrado ante su histórica labor, o furioso ante las personas o circunstancias que en su mente lo sabotearon.

México naufraga lenta, pero irremediablemente. La errada visión económica de Andrés Manuel López Obrador se expresa en la cifra de crecimiento esperada para este año: cero, mientras que para 2020 se coloca alrededor de uno por ciento. Una manifestación concreta e inapelable de la mediocridad. Ojalá fuera solo la economía. Un gobierno autoritario en lo político, hipócrita ante la corrupción, timorato frente al crimen y entreguista con Estados Unidos, completa el cuadro del desastre. El Presidente es el hazmerreír en el exterior con sus "abrazos no balazos", y el cierre de la nueva negociación del T-MEC mostró a una administración complaciente ante los poderes estadounidenses. Trump hace tiempo que le tomó la medida a AMLO; los demócratas acaban de hacer lo mismo.

La estrategia económica liberal era correcta, con un talón de Aquiles: el bajo crecimiento. El antineoliberalismo obradorista, sobre todo en el sector energético y por su alergia a la inversión privada, ha traído lo peor de ambos mundos: un crecimiento que bordea lo negativo, destruyendo los cimientos para un desarrollo de largo plazo.

Se habla de cambios en el gabinete presidencial, sin duda una señal de que urge una alteración en el rumbo. Es divertido como deporte político especular al respecto (quiénes se van, aquellos que los sustituirán), pero al cabo inútil: AMLO es capitán y timonel, con los otrora poderosos secretarios de Estado reducidos a meros mandaderos y recaderos. La firmeza de la visión presidencial va aparejada con su soberbia, a su vez acompañada de ineptitud. Para un cargo el Presidente no requiere conocimiento o experiencia, sino capacidad de reverencia y habilidad para ejecutar órdenes. Con eso, queda satisfecho.

El problema no es un gabinete que probablemente cambiará muchas veces, es el Presidente y su realidad alterna. Un diagnóstico equivocado y una receta igualmente errónea llevan necesariamente al fracaso. El problema (para México) es que AMLO está convencido de su impresionante éxito. Para los datos, están los otros datos y para la realidad está la otra realidad. En ella todo va "requetebién" y el pueblo está "feliz, feliz, feliz".

Es un hermoso mundo en que la corrupción ya no existe, el sistema de salud da sus primeros pasos para llegar a un ideal sueco o canadiense, y Pemex va paulatinamente recuperando su estatura de gigante industrial. Todo indica que los poco menos de cinco años que restan al sexenio, transcurrirán entre los desastres reales y la felicidad presidencial ante lo que verá como una histórica transformación.

De vez en cuando habrá voces externas que quizá lleguen a Palacio Nacional. Como ocurrió con Peña, el magro crecimiento no trae aumentos sustanciales en bienestar, y la creciente inseguridad también pasará factura a la popularidad. Es improbable que ello despierte a López Obrador de su ensoñación. Pero, en el remoto caso de que se rompa su burbuja, el problema es que su caja de herramientas estará vacía. Un buen gobernante se adapta a los acontecimientos, un estadista trata de adelantarse a ellos; un mediocre busca chivos expiatorios y se proclama víctima. No es complicado imaginar lo que sucederá.

En cierta forma es irrelevante si AMLO llegará a 2024 feliz o frustrado, maravillado ante su histórica labor o furioso ante las personas o circunstancias que en su mente lo sabotearon y le impidieron cristalizar esa visión que tenía para México. Lo sepa o no, entregará un naufragio.

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