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El corrupto serial

AMLO siempre dijo que nadie robaría si el Presidente no robaba. El mensaje real resultó muy diferente: tienen luz verde para robar.

La fórmula le funcionó por años: Andrés Manuel López Obrador™ afirmaba que era honesto, incorruptible, impoluto, íntegro, recto, de esas raras aves que cruzan el pantano, pero mantienen su plumaje blanco como la nieve. No se cansaba de machacar sobre el tema, distinguiéndose de tantos otros que se habían hinchado de billetes y además tenían el cinismo de presumirlo.

Ciertamente, había sombras en esa luz que el tabasqueño se obstinaba en proyectar, como la mano derecha filmada empacando billetes y llevándose hasta las ligas, o el encargado de las finanzas de su gobierno apostando con liberalidad en Las Vegas. Estaba también ese misterioso estilo de vida de quien no se cansaba de presumir pobreza, de traer sólo 200 pesos en la cartera, pero no tenía un apuro financiero en su vida. Mucho no cuadraba, pero millones le creyeron o al menos le dieron el beneficio de la duda, y por supuesto su voto.

Finalmente resultó que presumía de aquello que mucho carecía. Corrupto como tantos, pero con otra clase de cinismo. La ironía fue que la máscara finalmente cayó con otro video, de su hermano recibiendo dinero y llevando cuidadoso registro, tras presentar en su mañanera también un video de corruptelas del gobierno anterior. Quizá la presidencia lo hizo sentirse intocable. Finalmente, lo que resultó fue un espectáculo público de ajuste de cuentas, en que el titular del Ejecutivo federal recibió un recordatorio de que perro no come carne de perro; un mafioso recordado por otros mafiosos de la ley del silencio. Desde entonces, para sorpresa de nadie, el espectáculo que iba a protagonizar el exdirector general de Pemex y sus numerosas filmaciones quedó olvidado.

Lo que sí ha seguido son denuncias de más corruptelas, incluyendo el presunto saqueo presupuestal del pueblo natal de Macuspana (con parentela de nuevo implicada). La más reciente, digna de un Franz Kafka, la de robos en el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, acusaciones que su director acompañó con su renuncia.

¿La respuesta presidencial? Atacar al mensajero o decir que se trata de politiquerías sin importancia. Eso, más repetir que su gobierno combate la corrupción sin tregua, apelando a la vieja fórmula de repetir la cantaleta (y que, es de suponerse, algunos de sus partidarios todavía le compran).

AMLO siempre dijo que nadie robaría si el Presidente no robaba; no hacían falta instituciones porque él representaba la garantía de honradez gubernamental. El mensaje real resultó muy diferente: tienen luz verde para robar, yo los cubro.

El problema del Presidente, y su administración, va mucho más allá de esas corruptelas, por graves que sean y muestren que el emperador caminaba desnudo. Está además la corrupción que implica la ineptitud en la política pública, como es el quitar recursos para quimioterapias y canalizarlos a una refinería, entre muchos ejemplos de generosidad presupuestal para los proyectos consentidos y su retirada de programas que apoyaban a los que menos tienen.

Es también la corrupción en la demagogia, con el Presidente pasando por encima de las leyes alegando que primero es la (su) justicia. El ejemplo más reciente es buscar someter a 'consulta' si se debe investigar y enjuiciar a los anteriores presidentes, aquellos de su detestada 'era neoliberal'. El revanchismo personal mezclado con la demagogia populachera.

Será una de las más profundas e hirientes ironías para México: el que se ofreció como impoluto resultó ser un corrupto serial.

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