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AMLO, espantapájaros de inversiones

El presidente no cae en la cuenta de que, tras 19 meses de desgobierno, ha destrozado la credibilidad de un país que se percibía como serio y abierto al comercio e inversión.

El único sorprendido de que los capitales extranjeros evadan a México es el inquilino de Palacio Nacional. Con su arrogancia habitual, López Obrador cree que puede actuar sin consecuencias. Cancela un aeropuerto y una cervecera, ambos proyectos ya avanzados en su construcción, con el pretexto de unas farsas disfrazadas de consultas populares. También trata de cerrar el paso a la energía verde, anula nuevas rondas petroleras y subastas de energía, se pelea con gaseras, pone contra la pared a empresas con disputas fiscales y hace cenas con tamales para forzar a empresarios a comprar boletos de su rifa del no-avión.

Después de todo eso, espera que siga llegando el dinero a raudales. Porque el Presidente es un político bananero con mentalidad del México setentero. Los extranjeros, piensa, salivan por entrar en México, ese cliché tan sobado por los nacionalistas y que hace mucho mostró ser patentemente falso. Cree que con los inversionistas se alcanzan componendas o se transa. ¿Te afecté? Pues te compenso y tan contentos. ¿Te quité ciertos contratos? Te doy otros.

AMLO no entiende de instituciones y reglas, de la certeza que otorga un Estado de derecho. Lo suyo es el personalismo autoritario. El papel que sabe jugar no es del jefe de gobierno de un país entre los más importantes del orbe (por su territorio, peso económico, población y ubicación geográfica) sino de cacique con un horizonte delimitado por los límites municipales de Macuspana.

No cae en la cuenta de que, tras 19 meses de desgobierno, ha destrozado la credibilidad de un país que se percibía como serio y abierto al comercio e inversión, entusiasta de integrarse a la globalización y competir contra los mejores por mercados y recursos. La economía que buscaba rivalizar con Chile y explotar al máximo su ubicación en América del Norte es hoy vista como un aliado caribeño de Venezuela y Cuba.

Porque el tabasqueño cree en el poder de su palabra como imán, compromiso y garantía. No entiende que ha devaluado a su persona, y palabra, con sus ocurrencias, payasadas y abiertas mentiras. Sacar amuletos para clamar protección frente a un virus que devasta al planeta no es chistoso, menos decirse honrado y rodearse abiertamente de rateros. López Obrador preside un gobierno inepto y corrupto y ya no engaña a nadie con sus frecuentes peroratas de honestidad y pureza. Riquezas inexplicables afloran entre sus cercanos, familiares y colaboradores, y el Presidente tan campante sonríe y proclama que las escaleras se barren de arriba para abajo.

El gobierno de Enrique Peña Nieto puede haber sido corrupto hasta la médula, pero los esquemas y procedimientos para atraer inversión extranjera eran abiertos y transparentes, conducidos por profesionales. La administración obradorista no es eficiente, menos honesta, y sus personeros destacan por su prepotencia y arbitrariedades. A diferencia de los empresarios nacionales que tienen que tragar camote (o tamales), comprar boletos y sonreír si los invitan a una mañanera, los extranjeros mejor ni se acercan.

La reciente cancelación de una inversión importante por parte de la española Iberdrola sólo será un ejemplo notable por su monto y visibilidad. A saber la cantidad de recursos que habrían llegado a México pero que terminarán muy lejos porque el país es un apestado. El titular del Ejecutivo abre los brazos y cree que es un gesto de bienvenida, cuando es un espantapájaros que manda los capitales a otras tierras.

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