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El idealizador de la pobreza (ajena)

Andrés Manuel López Obrador pisó innumerables aldeas y caseríos en donde la miseria es normalidad y la expectativa de algo mejor no existe.

Quizá ningún político vio la pobreza por tanto tiempo e intensidad. Andrés Manuel López Obrador pisó innumerables aldeas y caseríos en donde la miseria es normalidad y la expectativa de algo mejor no existe. Contempló ese México remoto y oculto y constató la lacerante condición de millones. Puede uno imaginarse al eterno candidato (14 años) compartiendo tortillas y frijoles bajo un jacal o tejaban, pacientemente escuchando relatos de desesperanza.

El ahora Presidente constató la honradez y sencillez en la miseria. Absorbió esa sabiduría popular de los viejos, la fortaleza ante la adversidad de las mujeres, esa impresionante dignidad y generosidad del que poco tiene, pero mucho comparte.

El oriundo de Tepetitán encontró en esa miseria algo sublime. Su sangré no hirvió de coraje ante la pobreza, sino con admiración. Una pobreza que empataba con su noción de austeridad como principio para la vida privada y la política pública, como ejemplo de una existencia no afectada por envidias, ambiciones o aspiraciones materiales. El asceta se topó con su ideal y lo veneró.

La furia ante su retroceso electoral ha quitado la careta al tabasqueño. Sus dichos pueden parecer sorprendentes, pero son coherentes con sus acciones. Muestran al Presidente que odia la superación personal, el logro meritocrático y el éxito material. Es el Ejecutivo indiferente ante el empobrecimiento de millones, puesto que rehusó salvar a muchos del desempleo por medio del gasto público y el rescate de empresas. Es quien ha “ahorrado” al no comprar toda clase de medicinas, destacadamente quimioterapias para niños.

Quizá encuentra en el dolor y el sufrimiento la cotidianidad que vio como candidato. De ahí su convicción que el pobre comprende, está acostumbrado a las crueldades de la vida. Son “gente humilde, trabajadora, buena, entiende de que estas cosas desgraciadamente suceden”. En este caso la “cosa” fue el derrumbe de la Línea 12 que dejó 27 muertos y decenas de heridos. Son esos clasemedieros que quizá van en coche los que se ofendieron.

Porque la aspiración a ser mejor envenena la mente, nubla el amor por el prójimo. Por eso AMLO ama a los pobres y en los hechos busca mantenerlos en esa condición. Sus programas sociales garantizan dependencia y, sobre todo, gratitud de quienes los reciben. No son un mecanismo de superación (no vayan a llegar a ser clasemedieros) sino clientelar. Si se entiende lo que el inquilino de Palacio realmente quiere, su política social es brillante.

Como es entregar la educación a la CNTE, construir 100 universidades patito o destruir el Seguro Popular. Por un México de pobres, pero dignos y hasta con licenciatura. Si no hay medicinas, si el maestro no asiste a la clase, si el título académico es inservible, entenderán “que estas cosas desgraciadamente suceden”. El desprecio es para esos clasemedieros y ricos que no lo necesitan y además tienen los medios para recurrir a la educación y salud privadas.

El único detalle es que esa pasión por la pobreza no existe en el ánimo personal, familiar o de los amigos. Lo que muestran los cercanos, al contrario, es rapiña y comportamiento de nuevos ricos. Las corruptelas se multiplican en tanto los sermones mañaneros pregonan honradez. Cuando se descubren las transas de los cercanos (el hermano, la cuñada, la prima, entre muchos otros), Obrador se lanza con todo… contra aquellos que desnudan al hipócrita y cínico que idealiza con pasión a la miseria, ajena.

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