Salvador Nava Gomar

Lo bueno

El Presidente es un hombre honesto y sencillo, es amigo de sus amigos, es un hombre que cree en la izquierda clásica y en la más justa distribución de la riqueza.

A propósito de su Primer Informe –para él, el tercero, dados los ofrecidos a los 100 días de su gobierno y al año de ser electo– es importante detenerse en lo positivo del gobierno del presidente López Obrador. Es verdad que el papel de la oposición y de quienes analizamos la realidad en cualquier democracia es criticar, que las críticas suelen ser más sonoras que los halagos, y que nuestro jefe de Estado es un personaje controvertido si se le observa desde la ortodoxia política; lo cierto es que también hay cosas buenas y que valen la pena resaltarlas.

De entrada hay que decir que muchos están felices con el gobierno, las medidas adoptadas en lo que ha transcurrido y el propio presidente López Obrador, quien goza de una popularidad arrolladora. Andrés Manuel conoce el país como quizá nadie, le ha dado la vuelta varias veces y entiendo que ha ido a todos los municipios, donde siempre se involucra con la gente, especialmente los más necesitados, quienes, por desgracia, son mayoría. La gente lo quiere de verdad.

Tiene una perspectiva directa de la pobreza y la desigualdad. Ha visto y conocido de propia mano el sufrimiento de tantos campesinos olvidados y de tanta gente sufrida en los últimos rincones del país. Es verdad que se contradice en ocasiones, pero es constante con su sentir por los pobres y las medidas para ayudarlos.

Es un hombre honesto y sencillo, al menos por lo que hace a sus arcas personales. Es también un hombre que cree en la izquierda clásica y en la más justa distribución de la riqueza; la desigualdad nacional le ofende y lo motiva. Sabe, repite y combate el terrible hecho de la voracidad de nuestros políticos anteriores, y que cientos de empresarios se enriquecieron al amparo del poder.

Es amigo de sus amigos, arranca lealtades y su entrega es comprometida y congruente. Su liderazgo es indiscutible. No hemos tenido un político tan querido. Es un hombre trabajador y madrugador. Parece que su salud es buena y aún ríe; muchos no coincidimos con algunas de sus medidas, pero él sabe lo que quiere y va en ese rumbo.

Hay gente muy capaz e inteligente en el gobierno, sobre todo en los primeros niveles; los mercados internacionales ven bien a nuestras autoridades hacendarias, y la coordinación de la Unidad de Inteligencia Financiera, Función Pública, la Fiscalía General de la República y la Auditoría Superior de la Federación está encaminada en dotarnos de justicia, rendición de cuentas y anticorrupción.

La creación de la Guardia Nacional parece un esfuerzo que con base en la coordinación y suma de cuerpos de élite y experiencia planta cara a nuestros graves problemas de seguridad.

Comunica como pocos. Da la cara y es empático con la población, especialmente con sus adeptos. Jamás habíamos tenido a alguien que diario se enfrentara al chacaleo y cuestionamiento de los medios. Su legitimidad es real, y esta siempre es un elemento clave para enfrentar los retos políticos de cualquier Estado. Tiene esa poderosa herramienta y una sensibilidad sobre el sentir de la población que ya quisieran todos sus opositores.

Para él –lo que tiene el respaldo de Carlos Slim– el crecimiento no importa tanto como el desarrollo, y que los más pobres estén mejor hoy que antes; esa fórmula está en marcha.

No quiere seguir responsabilizando a la administración pasada y a los de antes de esa, y reconoce también el grave problema de inseguridad y diversos problemas nacionales a los que está enfrentando.

Su política exterior ha sido eficaz, y por increíble que parezca ha sabido manejar la crisis con el inestable presidente vecino. La renegociación del Tratado de Libre Comercio tuvo un saldo positivo y la Cancillería ha sido proactiva y exitosa.

La inflación se controla, las finanzas públicas son sanas, el salario mínimo ha crecido por encima de la inflación y ha habido ahorro.

La corrupción y los privilegios que le acompañaron siempre han sido lo peor de nuestros lastres y hay procesos serios en marcha para combatirlos: Lozoya, Robles y Collado apuntan contra lo más representativo de esa época de abusos.

Coincido con él en que el país necesitaba una sacudida: corrupción, inseguridad, abusos y una desigualdad agraviante eran nuestros comunes denominadores. Si el presidente López Obrador mantiene las variables macroeconómicas con una estabilidad jurídica y política razonables y de verdad debilita la corrupción, puede pasar a la historia como el mejor presidente de México en la época moderna.

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