Salvador Nava Gomar

Joker

Es desgarradora la desventura del antihéroe sociópata que hizo del detestable bufón un ser amable, que de víctima pasó a victimario brutal y seguido.

La historia detrás del villano perturba por la similitud con nuestra sociedad. Claro, también por los brutales hechos y las cuestiones genéticas de las sociopatías del antihéroe; pero más una sociedad que ignora, orilla y violenta a sus hijos más desprotegidos hasta llevarlos al límite del horror. Nezahualcóyotl o Iztapalapa –y tantas zonas urbanas más– son una versión subdesarrollada de Ciudad Gótica ¿Cuántas personas solas, tristes, pobres, frustradas y olvidadas tenemos?

La pantalla exuda el sufrimiento del Guasón: su origen, pobreza, la escasa destreza para la vocación que le anima y una sociedad sorda a los alaridos que en forma de carcajada da el lastimado indefenso.

La actuación maravillosa de Joaquin Pheonix es tan humana que sus diálogos son fácilmente trasladables a nuestros escenarios: Ciudad Gótica en nada se diferencia de la violencia de la Ciudad de México; su basura se acumula como en Tepic; el cierre de la oficina de asistencia psicosocial por temas presupuestales en nada se diferencia de la madre que no tiene dónde dejar sus hijos por el cierre de estancias infantiles.

La violencia que con tanto frenesí desencadena el Guasón en quienes se identifican con él, recuerda a los encapuchados que rompen, a los profesores que no enseñan y a los taxistas que bloquean.

La televisión es también en la película un referente aspiracional que seda y embrutece sueños despiertos. La autoridad y la riqueza como enemigos de quienes se sienten desplazados u ofendidos, son la misma presa para chairos y ciudadanos de Ciudad Gótica.

El drama del hombre urbano que vive en un lugar feo, sucio y peligroso es una señal de alerta. El campesino ve el amanecer y siente con sus manos; el pescador come de lo que pesca y vive el mar; pero el citadino medio no tiene belleza a su alrededor y cultiva el resentimiento de un sistema que lo succiona. De ahí el peligro de ser manipulado e incluido en causas que fomentan su hartazgo y rebeldía. Algo parecido al enojo del chairo con el fifí y a la saña del que pinta y destruye.

El hombre buleado que no realiza sus sueños, tiene un trabajo mal remunerado, no desarrolla sus habilidades por falta de oportunidades y es tratado como tonto, cree liberarse y vive frente a la caja de los sueños que lo desconecta: "Ver un asesinato por televisión puede ayudarnos a descargar los propios sentimientos de odio. Si no tienen sentimientos de odio, podrán obtenerse en el intervalo publicitario" (Hitchcock). Tanto en la película como en nuestra sociedad queda claro que la televisión es el espejo donde se refleja la derrota de la cultura, decía Fellini. Al final, la inspiración es la televisión, ironizaba Andy Warhol; a lo que me remataba Cesbron: "La televisión nos proporciona temas sobre los que pensar, pero no nos deja tiempo para hacerlo"; y "si de pronto se descompusieran todos los televisores del mundo, no habría escalas para medir los maremotos de aburrimiento", sentenciaba Campo Vidal, pues "los dioses se han marchado, y solo queda la televisión" (Montalbán). Así, el presentador del talk show es líder y referente de una sociedad sin brújula ni contenido. Eso le pasa a muchos mexicanos. Ese era el único descanso del Guasón, quien fantaseaba con ser aplaudido en vivo.

Hay deformidad y provocación en el Guasón de Joaquin Phoenix; él psicopata que busca empatía e identificación pero es cada vez más lastimado por sus circunstancias. Un olvidado delirante que se duele de la familia que lo expulsa. Un antihéroe que es robado como miles en nuestras ciudades, cuando se denigraba haciendo publicidad humana, como esas señoritas escotadas que bailan frente a una vulcanizadora o las botargas en la farmacia.

El Guasón sueña con hacer reír y llevar alegría, pero se siente humillado, solo encaja decepciones: él quiere bailar y ser gracioso para ser idolatrado en TV, pero solo es un cómico burlado que no genera risa, como tantos payasitos y niños alquilados en los semáforos.

Horrenda estética vital de un entorno nocivo que se reproduce y se habita por descontentos que anhelan salir de ahí con fantasías irreales y dañinas, como el chico que prefiere servir al narco para vivir con emoción y desinhibir las represiones internas de una sociedad que lo asfixia frente a ricos de smoking que se creen la solución de todo.

Es desgarradora la desventura del antihéroe sociópata que hizo del detestable bufón un ser amable, que de víctima pasó a victimario brutal y seguido.

Es correcto que no permitan a los niños ver la película, aunque el drama pueda ser tan parecido a lo que viven. Así es la vida.

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