Los adultos en esta época aciaga estamos conscientes de los muchos meses en los cuales nos hemos encerrado, aislándonos del mundo para reducir o inhibir la posibilidad de un contagio del mortal coronavirus.
Lo que creo que no hemos planeado es anticipar cómo recordarán esta época extraña y dolorosa los jovencitos, en los muchos años que les quedan por vivir. Quizás hemos deseado que tales recuerdos que ahora viven y sufren sean más afables que dolorosos, menos tristes, si esto puede ser posible. Futuros adultos con recuerdos no muy tristes.
Lo primero como padres y abuelos que padecemos es el encierro. Pensamos que para ellos el mayor beneficio es no haber expuesto su salud y su vida. Aunque podemos lamentar, como a nosotros nos sucede, estar siempre casi totalmente separados de familiares, amigos, compañeros de la escuela, exalumnos y vecinos. Las clases acumuladas ante un monitor, a mí de joven no me hubieran hecho muy feliz.
Lo que algunos psicólogos sugieren es "distraer" la abrumadora e indeseada cuarentena y compartir algo. Propongo una "muy buena propina" a los repartidores del supermercado, farmacias, agua en garrafones, alimentos preparados, periódicos, correo, mensajeros, recogedores de basura a las seis de la mañana en nuestro condominio sin cubrebocas, plomeros, electricistas, etcétera, que nos sirven diariamente exponiendo su salud y su vida en una forma preocupante, en nuestros domicilios.
A esto es a lo que ahora llamo la nueva normalidad. Para los niños y jovencitos es vital saber que archivan en sus mentes los inmensos sacrificios, a su tierna edad, de no visitar ni recibir la visita de nadie. Salvo la del médico familiar privado, no público. Los médicos del IMSS se niegan a visitar enfermos a domicilio, inclusive a ancianos. "Llévelo a su clínica", vociferan.
Todo esto, en su básica expresión, es a lo que ahora se le puede llamar la nueva normalidad, la cual deseamos con vehemencia que se termine. Que no se eternice más.