La Feria

Viaje al pasado… o al futuro

El encierro de tres meses ya dio de sí. La gente no aguanta más, la economía tampoco.

Vengo del futuro, fui a Jalisco. O quizá sea más correcto ponerlo de la siguiente manera: vengo del pasado, fui a Jalisco. Aguanten. Creo que sí sé qué quiero decirles, nomás dejen ordenarme un poco. Primero los hechos: fui a Jalisco. Enseguida, lo que ese viaje me provocó.

Fui a Jalisco por vez primera en trece semanas. En la última ocasión un sepelio en la familia de un buen amigo me llevó a visitar esa entidad en un viaje de menos de 18 horas.

Viajé por avión, desde una Ciudad de México que ya veía nubarrones de Covid en su horizonte, y con la pegajosa incertidumbre de si no era yo entonces un exportador de contagios: del altiplano a la perla tapatía. Fui a un sepelio sin dar abrazos, no visité a mis familiares, apenas si me encontré con alguna amistad, y regresé al DF. Yo le sigo diciendo DF. Nadie, que yo sepa, salió del velorio con Covid-19. Acaso ni yo.

Ahora viajé a Guadalajara vía terrestre. Y ahí es donde empiezo a confundirme si fui al pasado, o del presente al futuro. A ver si hablando me hago entender.

Ya se sabe que Jalisco y Nuevo León tuvieron casos tempranos pero que tras tomar medidas pudieron mitigar una explosión de contagios, por lo que ahora son vistos como estados donde el acmé de la curva de enfermos llegará después que en lugares tan castigados como la capital mexicana y su zona metropolitana.

Así, en sólo seis horas de carretera uno pasa de la ciudad en donde desde hace tres meses no hay mesas restaurantes dignos de ese nombre, a una metrópoli donde sobran los restaurantes en los que uno puede ingresar y sentarse como si estuviéramos en febrero de 2020 y aún fuéramos inocentes de todo lo que este año deparaba.

Incrédulo, al llegar a la que fue mi ciudad me asomé al Anita Li, quizá mi restaurante predilecto cuando no hay nada qué celebrar. Una amiga chilanga me decía, hace dos semanas, que la vuelta a la normalidad le preocupaba muchísimo y que el signo que activó su alarma es que en junio reaparecieron en la Roma los viene-viene. ¿Qué pensará mi amiga si le cuento que en el Anita Li el valet parking estaba más que ocupado con los muchos autos de quienes ese viernes acudieron al establecimiento de la avenida Inglaterra?

Comer tacos en la taquería (y no recalentados en casa luego de que los trajo el Rappi), o mariscos en una terraza pidiendo al gusto "otra cerveza". En Guadalajara se puede, en el DF no. Entonces, ¿si uno se lanza a la capital jalisciense es ir al pasado o al futuro?

La noche del sábado la avenida Chapultepec, símbolo del destrampe (dicho sin tono condenatorio) tapatío lucía atestada de jóvenes sin cubrebocas. No igual que siempre, pero casi como siempre.

Jalisco está en plena curva de ascenso de casos. No ha sido gratis que hoy aún tengan allá cifras bajas, pero el contagio se multiplicará a un ritmo y con una letalidad que los chilangos no sólo ya vimos con terror sino que seguimos viendo, digan lo que digan las autoridades.

Porque regresar al Valle de México aclara las cosas: nada de pasado o de futuro. Tenemos un presente insoportablemente elástico, donde lo más constante de días que lucen idénticos es la manipulación de las cifras de muertos por parte de López-Gatell. Esa irresponsable decisión gubernamental que nos impidió y nos impide dimensionar cabalmente nuestra tragedia. ¿Qué hubiera pasado si el subsecretario hubiera reconocido los miles de muertos no reportados? Ya nunca lo sabremos.

El encierro de tres meses ya dio de sí. La gente no aguanta más, la economía tampoco. Así que Jalisco está abriendo; y el DF también, aunque de una manera –paradójicamente– menos abierta, menos decidida, o sea bien chilanga, pues.

Allá donde ya hay abiertos restaurantes, y acá donde están a días de abrir, insisto, el futuro de nuestro presente de muertos es sólo uno. Habrá más contagios. Habrá más fallecidos por Covid-19.

Y si ahora el gobierno federal pide que seamos nosotros los que nos hagamos responsables de lo que ocurra al salir, de contagiarnos y enfermar, lo único que habría que reclamar es la desfachatez gubernamental de nunca, en más de cien días, haber dicho la verdad de manera clara, sencilla, directa.

Desde ese pasado de opacidad gubernamental, nos enfrentamos a un futuro cierto. Se medio activará la economía, sí, pero también surgirán miles y miles de nuevos casos. Y ante los nuevos enfermos nos dirán que fue por nuestro deseo de salir a un restaurante, y que esa decisión de nuestra entera responsabilidad nos llevó a contagiarnos. Así de caraduras los de la Secretaría de Salud federal.

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