La Feria

Todo el poder, menos el de convencer

AMLO tiene todo el poder y sin embargo no puede tolerar que cada mañana su voz no sea la única que se escuche, que las primeras planas no sean el espejito, espejito de este cuento sexenal.

El presidente de la República tiene bajo su mando a las Fuerzas Armadas.

El presidente de la República es también el jefe de la Guardia Nacional.

El presidente de la República cuenta, a total discreción, con servicios de inteligencia.

Tiene, además, a su disposición, la Unidad de Inteligencia Financiera.

El primer mandatario puede usar al SAT, ese sofisticado aparato para que nadie se quede sin pagar impuestos, de recordatorio de que a los amigos, justicia y gracia, y a los enemigos, la ley a secas.

Es suyo el derecho de promulgar decretos.

Si además cuenta con mayorías parlamentarias, lo cual es el caso, puede disponer cambios a leyes de todo tipo y en cualquier materia.

Es suya la prerrogativa de dar presupuesto a unos y quitarles a otros, sobre todo a los otrora llamados órganos autónomos.

Igualmente, puede nombrar a cercanos e incondicionales en los más diversos puestos, cubran o no condiciones de experiencia o idoneidad, incluidas posiciones en los otros poderes.

A disposición del jefe del Ejecutivo están los medios públicos de alcance nacional que replican sus mensajes. A eso hay que sumar el presupuesto que, sin reglas equitativas, reparte para que sus mensajes sean replicados en medios comerciales.

El poder del presidente de los Estados Unidos Mexicanos es tal que impone criterios para los apoyos en ciencia, en cultura y en educación, con lo que de facto puede normar lo que se investiga, crea o enseña.

En sus manos está, además, el definir la política energética.

Es suya la gracia de otorgar concesiones mineras o ambientales.

Y puede lanzar megaobras sin debate o autorización previa: así nacieron en este sexenio el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas.

Todo eso y más puede el presidente de la República. Con lo que no puede es con que la prensa sea libre.

Valiente Presidente el nuestro: lleno de poder, pero también desbordado por la impotencia que le generan los reportajes que le recuerdan que el ejercicio de esas nada modestas prerrogativas debe estar sujeto a vigilancia y crítica.

Puede de un plumazo cerrar las estancias infantiles, con lo que provocará que miles de madres batallen para encontrar un espacio para sus hijos; sin pestañar, puede ordenar que se pague lo que sea necesario, literal, para cancelar un aeropuerto, y puede sin miramientos rebajarle el salario a la burocracia y hasta ordenarle a sus subalternos que se olviden de buena parte de su aguinaldo. Lo que no puede el presidente de la República es tolerar que cada mañana su voz no sea la única que se escuche, que las primeras planas no sean el espejito, espejito de este cuento sexenal.

Soldados, UIF, SAT, decretos, leyes, presupuesto, nombramientos, medios públicos, concesiones, megaobras… un presidente de los Estados Unidos Mexicanos todo eso lo tiene a su disposición, por no decir antojo. Y sin embargo, de qué sirve tanto poder si cada mañana se ha de presentar a sí mismo como la víctima, como el desvalido, como el que necesita de auxilio frente a lo que él llama sus adversarios.

El poder de poderes que ha capturado como hace mucho no se veía a los otros pilares del Estado mexicano, desespera porque la gente decide organizarse y levantar la voz sin consultarle: ¿por qué me hacen esto las mujeres? ¿Quién pone contra mí a las víctimas?

López Obrador tiene todo el poder. Y tan lo usa que abusa de recursos estatales al sólo promover su discurso, sus denuestos. ¿Será porque a pesar de todo ese poder nomás no logra convencer?

COLUMNAS ANTERIORES

AMLO y las ‘manchitas’
El inútil llamado al voto útil

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.