La Feria

Todo el poder

AMLO estableció, una vez más, que no es un florero. No necesita el dinero para poner a los empresarios a taconear aquella de 'wit moni dancing di dog'.

Vistos en conjunto, los hechos de la semana pasada revelan el fino mecanismo de relojería que tiene el Presidente de la República para hacerse de más poder. Fue una jugada en tres tiempos que tuvo como resultado el jaque mate a cualquier resistencia del sector empresarial.

Aunque se ha explicado la más que probable ilegalidad de la entrega de un cheque por 2 mil millones de pesos al mandatario por parte de la Fiscalía General de la República, ese acto tuvo un sentido cuya real dimensión se revelaría a lo largo de las siguientes 48 horas.

El lunes, Andrés Manuel López Obrador recibió un cheque que valía más que lo nominal. Al Presidente le tenía sin cuidado el monto de lo que le entregaron. Para él, lo verdaderamente valioso de esa mañana fue enviar una señal a los delincuentes de cuello blanco. En sus palabras: "Esto es muy importante, porque este dinero no sólo proviene –o lo que se está recuperando– de la delincuencia común, viene también de la delincuencia de cuello blanco".

El cheque era en verdad un látigo. Un símbolo con mensaje claro: aquellos que pretendan pasarse de listos con el gobierno, miren lo que les va a suceder, les vamos a quitar lo que se llevaron y de paso la risa.

Aunque la ley es algo serio, y por tanto el cheque importa mucho porque ese dinero, si como todo sugiere, proviene de un abuso en contra del Infonavit y por ende no puede acabar en las manos del gobierno, para AMLO lo importante era hacerse oír por los empresarios.

Por eso se exasperó tanto el lunes cuando la prensa, con toda lógica, quiso dedicar preguntas y tiempo de esa mañanera al tema del feminicidio, donde Gertz Manero y el Presidente son iguales: no atan ni desatan en tan sensible asunto.

López Obrador no quería que nada opacara su advertencia a los empresarios.

Al día siguiente dio más detalles de lo que pretendía. En la mañanera del martes anunció que a los empresarios que cumplan con las obras o servicios encargados, se les reconocerá con una placa. Los que no, serán exhibidos:

"La empresa que cumpla va a tener un reconocimiento del gobierno. Cuando inauguremos una obra: 'El gobierno de la República, con dinero del presupuesto que es dinero del pueblo, inaugura esta obra que fue construida por la empresa tal, fulana de tal, que actuó con honestidad, responsabilidad obtuvo una ganancia razonable, no como estaban acostumbrados a robar, pero sin medida'. Entonces les vamos a hacer un reconocimiento. Pero la que quede mal va a ser también famosa, se los aseguro, va conocerse su responsabilidad en México y en el extranjero, porque no se puede continuar con lo mismo, es necesario los cambios (sic)".

Simultáneamente Andrés Manuel informó oficialmente que cenaría con los empresarios para comprometerlos a sacar adelante la no rifa del no avión (Lisa Sánchez dixit).

Cuando la noche del miércoles comenzó a circular la imagen del oneroso compromiso que la Presidencia solicitaba a los empresarios más acaudalados, todo se había consumado: el cheque del lunes fue la primera advertencia, rematada el martes con la amenaza de exhibir a los malquedados, y finalmente el sablazo de ese día.

Puede ser que la coperacha no le haya salido tan bien económicamente, pero –otra vez– es lo de menos. AMLO estableció, una vez más, que no es un florero. Y que ni siquiera necesita el dinero para poner a los empresarios, como decía El Piporro, a taconear aquella de wit moni dancing di dog. Y bailaron. Y volverán a bailar. Ajúa.

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