La Feria

¿Quién está matando a San Cristóbal de las Casas?

En San Cristóbal también vemos fallida infraestructura, desarrolladores y vendedores desaforados, y demasiados karaokes.

En febrero pasado, la revista New York publicó un amplio reportaje sobre Tulum. Lo tituló '¿Quién mató a Tulum?'.

El reporte arranca con ese dolor de cabeza que es para toda la Riviera Maya el sargazo, tema que hoy es de nuevo noticia. "Pero el sargazo era sólo uno de los problemas de Tulum", destaca el texto, que en voz de un entrevistado enlista otras "plagas: fallida infraestructura, desarrolladores incontenibles, drogas y demasiados DJs".

En menos de dos décadas, ese lugar de Quintana Roo se transformó de tal forma que hoy, subraya el texto, ya no lo visitan hippies o mochileros, sino personajes que pueden pagar dos mil dólares por noche de hotel. Eso en un lugar que para suplir la carencia de electricidad pone a rugir a toda marcha generadores de diésel que alimentan lo mismo aparatos de aire acondicionado que bocinas para las fiestas a todo volumen animadas por DJs. En contraste, consigna el reportaje, la playa no tiene un adecuado drenaje, y los desechos que se filtran al mar amenazan los arrecifes coralinos.

Quien sea que visite por estos días San Cristóbal de las Casas podría encontrar en el texto de la revista New York un eco sobre lo que vive hoy la emblemática ciudad chiapaneca.

San Cristóbal no es más esa villa en medio de coníferas que hace 25 años fue despertada por el asalto de los zapatistas. No hay falsa nostalgia en estas letras, pero por qué tuvo que convertirse en una población atravesada por dos ruidosas calles comerciales, Andador del Carmen y Real de Guadalupe, desordenados tianguis de artesanías y productos pirata que asfixian templos coloniales y plazas, y caos vehicular. En otras palabras, parafraseando a la revista New York, en San Cristóbal también vemos fallida infraestructura, desarrolladores y vendedores desaforados, y demasiados karaokes.

El terremoto del 7 de septiembre de 2017 afectó gravemente a Chiapas. Además de los daños a la población, ese estado fue duramente golpeado en su patriomonio. Un despacho de La Jornada del 11 de julio de 2018 consignaba que 114 inmuebles fueron afectados, entre ellos 80 templos y exconventos. La nota de ese diario reportaba, diez meses después del sismo, que sería en 2020 cuando quedaran concluidos la reconstrucción de esos edificios.

Sin embargo, un par de meses después, el empresario Armando Rotter Maldonado, integrante del Patronato Pro Reconstrucción de Templos Dañados en San Cristóbal, anunciaba que, ante los retrasos de los recursos del INAH y del Fonden a San Cristóbal, la iniciativa privada iniciaría una estrategia para captar recursos y avanzar en el proceso de rehabilitación.

Ya en este año, la cosa no pinta nada bien. El 12 de febrero el Patronato de Reconstrucción de Templos denunciaba que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) podría no comprar seguros a templos de San Cristóbal porque las aseguradoras elevaron el costo de los mismos hasta en 10 veces. Y pedían a la ciudadanía presionar para que se les liberen recursos del Fonden, pues la reconstrucción es muy lenta y "sería lamentable para los habitantes celebrar los 500 años de San Cristóbal con los templos en reparación"

Y hace diez días, el gobernador Rutilio Escandón, en la presentación del Programa de Reconstrucción de Chiapas, admitía que no había coordinación entre los tres niveles de gobierno para la reconstrucción de todo el estado.

Pero no es necesario leer esos reportes para comprender que las cosas no marchan nada bien. Basta visitar San Cristóbal para sentir que uno ha llegado al ruidazal de los bares de la Zona Rosa mezclado con el tiradero de los vendedores de Coyoacán en su peor momento.

Y de visitar los templos, ni hablar. La mayoría están tapiados. Láminas grafiteadas sustituyen hoy, y hasta quién sabe cuándo, las fachadas y portones de las otrora majestuosas iglesias coloniales.

¿Quién está matando a San Cristóbal? Empresarios sin escrúpulos. Autoridades que no ponen ni orden, ni las cosas debidas para reparar y salvaguardar el patrimonio de esa ciudad, incluidas sus plazas. Y nosotros, los turistas voraces.

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