La Feria

La Corte, ¿impávida? o ¿impotente?

Las chachalacas han triunfado: la opinión pública se llena de una alharaca que dura todo el santo día, hasta que al siguiente amanecer un nuevo cotorreo se instala.

Hay quien se pregunta por qué Andrés Manuel López Obrador habla tanto, como si no fuera obvio lo que pretende el mandatario con su sonsonete.

Quiere, claro está, comunicarse con eso que llaman su base: los militantes de Morena, sus votantes fieles, los beneficiarios de programas sociales a conquistar/retener y con otros aliados (la CNTE, el SNTE, etcétera).

Pretende, igualmente, cincelar en todo espacio público las nociones de su proyecto, la filosofía de su movimiento.

Repetirá sus mensajes miles de veces, literalmente, tanto para fijarlos en la mente de la población como para que sus colaboradores tengan claro que eso, y sólo eso, es su administración.

Pero con su machacona retórica (sin pleonasmo en este caso), López Obrador busca también otro objetivo mayor.

El mandatario habla tanto, a cada día y no pocas veces en más de una ocasión durante la jornada, porque quiere que nadie más hable, que sólo a él lo escuchen y que, encima, sólo de lo que él hable se hable en plazas, medios, hogares y redes sociales.

Nessum dorma, dicen en la ópera. Que nadie duerma en todo el reino hasta que la princesa caprichosa sea complacida en sus demandas.

Que nadie hable, quiere AMLO. Que nadie hable del fondo de las cosas, que todos chapoteemos sólo en la epidermis de los problemas, que todos transpiremos las 24 horas anécdotas y chascarrillos, que vayamos de Riqui-Riquín-Canallín a las mamases de los criminales.

Las chachalacas han triunfado: la opinión pública se llena de una alharaca que dura todo el santo día, hasta que al siguiente amanecer un nuevo cotorreo se instala.

Mientras López Obrador habla y casi todos hablan de lo que López Obrador dijo, pasan otras cosas. Inéditas. Como la misteriosa renuncia de un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que así se llama el cuerpo ese que se reúne allá por el Zócalo.

Renuncia Eduardo Medina Mora y a la sorpresa le sigue el mambo: qué dice el Presidente, que no, qué dice la Corte, que no...

Nadie va a defender al indefendible Medina Mora. Durante años no hizo nada para borrar la grosera forma en que fue metido, con el calzador de "va porque va", a la SCJN por su amigo Enrique Peña Nieto.

Así que la salida de Medina Mora de ese órgano sería una buena noticia, salvo que apresurarse a repicar campanas por un anuncio del cual no sabemos el trasfondo puede ser un equívoco. La alegría en realidad presagiaría motivos para el duelo.

Pero de eso poco se sabe. De las causas de 'gravedad' que orillaron al ministro a renunciar. Porque si el Presidente habla de otras cosas, otros le siguen la corriente. Con la novedad de que justo en esta semana, esta y no otra, justo en medio de la primera renuncia de un ministro de la Corte en 25 años, al presidente de ese poder lo que le interesa revelar a la nación es que sufrió presiones de Felipe Calderón. Jueces del Olimpo, ilumínennos: qué debemos hacer ante esta confesión que tantos años después ha compartido Arturo Zaldívar. Contesten, no nos dejen con este agobio: ¿qué se hace con una información hoy tan irrelevante –las supuestas presiones no cambiaron el rumbo de ninguna sentencia– como conveniente para AMLO?

Andrés Manuel habla y otros callan: como en el Senado, en donde a Morena le comió la lengua el patrón. Muchachxs, silencio ante la Historia, que esta transformación es tan muda como una genuflexión para nuestro pontífice, que es el único que dice misa. Amén, responden los morenos.

El viernes pasado en un foro en Medellín le preguntaron a Soledad Gallego, directora de El País, si por ser mujer recibía más presiones al desempeñar su puesto en la dirección de ese importante diario. Directores o no, contestó Soledad, los periodistas siempre tenemos presiones: para eso nos pagan, para resistir las presiones y publicar lo que la gente debe saber.

Ministro presidente Zaldívar. Las presiones en un puesto de poder no son nota. Al ver su carrera uno pensaría que usted ha sabido librarlas con ética y congruencia. La cuestión es: por qué Medina Mora no pudo resistirlas más, y por qué a su Suprema Corte de Justicia de la Nación no le interesa que se discuta esa renuncia y sus motivos.

Que se hable de lo importante, no de lo que le conviene al jefe del Ejecutivo. Y que no se callen. ¿O no pueden con las presiones?

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