La Feria

El futuro y la improbable normalidad

AMLO cree que tiene suerte. Esta crisis dual golpeará al barco, pero no solo a él, sino a todos, lo cual, en su cálculo, dejará más mermados a quienes se le podrían oponer.

Abunda literatura que establece que la vuelta a la normalidad tardará muchos meses, si no es que años. El regreso de todes a las calles, a los cines, a las plazas comerciales, a los parques, a los estadios, etcétera, tardará y esa nueva cotidianidad no necesariamente será como la conocíamos hasta enero.

Lo anterior obliga a levantar la vista, dejar de pensar sólo en las tribulaciones de lo inminente en lo sanitario (para el caso de México, la crisis por el vertiginoso aumento de contagiados de Covid-19 que requerirán hospitalización), con sus ya palpables consecuencias económicas (destrucción de empleo, precarización de los todavía existentes, inestabilidad financiera, encarecimiento de los compromisos de México, y un largo etcétera).

Lo inminente, repito, es abrumador, pero es necesario pensar en las semanas posteriores al choque.

Para el gobierno mexicano, la llegada de esta crisis es vista –se nos dijo, se nos adelantó– como una inmejorable oportunidad para afianzar el cambio de régimen. Una vez más, podemos criticar al presidente López Obrador por muchas cosas, pero no podremos quejarnos de que no nos avisó lo que pretende.

Y lo que pretende es utilizar todo cuanto le ofrezca la coyuntura para avanzar (eso cree él, que es un progreso y no una destrucción institucional) en su propósito de establecer las condiciones políticas mediante las cuales la nueva administración imponga su agenda en todos los ámbitos.

Esa agenda tiene un solo objetivo estratégico –aunque nada original: perpetuarse en el poder como movimiento– y dos tácticos: fincar en los programas sociales para los más desvalidos la retórica (justa, pero no sabemos si viable) de que a este proyecto político lo motiva su vocación de justicia social; y, segundo, que hay una manera de administrar México, incluyendo proyectos faraónicos como Dos Bocas, el Tren Maya o Santa Lucía, que dará al pueblo nuevas razones de orgullo patrio, porque esas obras supuestamente serán no sólo funcionales, sino nacionalistas y, sobre todo, más económicas porque surgen de la honestidad. Dinero a los pobres y símbolos, pues.

AMLO cree que tiene suerte. Esta crisis dual golpeará al barco, pero no solo a él, sino a todos. Lo cual, en su cálculo, dejará más mermados a quienes se le podrían oponer.

Por eso menosprecia propuestas y llamados del CCE o la Coparmex, mientras consiente a empresarios de las telecomunicaciones, de quienes no puede prescindir en una eventual batalla mediática.

Porque en su lógica, de cara al año electoral que es el 2021, todos los eventuales adversarios de Morena, incluidos varios gobernadores con aspiraciones presidenciales, pasarán aceite cuando con motivo de la crisis los dejen en los huesos con recortes y menores ingresos fiscales.

El Presidente, pues, cree que tiene más posibilidades de avanzar en medio de los restos de un naufragio.

Y cuenta para ello con un Congreso de la Unión que le dará todo lo que le pida, como vimos el lunes, donde la oposición no logra ni el saludo.

La crisis como herramienta para hacer que Morena retenga la Cámara de Diputados y se imponga en la mayoría de las 15 gubernaturas a renovarse el año entrante.

¿Con qué se harán las elecciones? Con eso que él dice que es para el 70 por ciento de mexicanos que quiere proteger: entrega de becas y pensiones. Y con la movilización total del gobierno federal en esa operación.

Que nadie se equivoque. Desde Palacio Nacional no habrá una convocatoria para formar un frente o un pacto para el rescate de México. Nada. Sería lo último que haría AMLO. Prefiere ver la pérdida de miles de empresas y puestos de trabajo, antes que permitir que, por un lado, sus adversarios políticos tengan algún rol, por mínimo que sea, en el plan de salvación; y, por otro, antes de fortalecer a quienes pueden destronarlo en 2021, en 2022 (revocación) o en 2024.

Para ser justos, la normalidad en nuestro país ya no era tal desde 2018, pero eran muchos los que no quisieron ver que apenas pasaron las elecciones, López Obrador trazó el mapa para retener el poder varios sexenios. Así destruyó el NAIM de Texcoco y de la misma forma permitió que Nahle y Bartlett pusieran en riesgo la inversión privada. Porque el plan era arrasar la villa para ser los únicos que pudieran presentarse como salvadores de la villa. Y en eso llegó el coronavirus con su ('oportuno') apocalipsis financiero.

Les vino como anillo al dedo. Ay, ¿lo cité o lo dije? Como sea: no se confundan, la vuelta a la normalidad será menos posible si no advertimos que la sociedad deberá construir ese camino de posible retorno a una democracia funcional, al tiempo que el gobierno trabajará exclusivamente para que no se pavimente sino su política de exclusión de la pluralidad en nombre de los pobres.

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