La Feria

El desgaste como método

Andrés Manuel deja cabos sueltos que pueden luego resultar significantes si de lo que se trata es de entender al inquilino de Palacio Nacional.

Un buen amigo tuiteó ayer una pregunta sobre lo que podríamos denominar el método AMLO.

Una vez que este lunes trascendió que el Centro de Investigación y Docencia Económicas no será afectado por el decreto que cortará a distintas dependencias tres cuartas partes del presupuesto para materiales, suministros y servicios generales, Luis Pablo Beauregard publicó en Twitter:

"Parece que el @CIDE_MX se salva del recorte del 75% después de una negociación. Pasó lo mismo con el fondo de ayudas al cine. ¿No sería mejor meditar bien las propuestas para ahorrarse golpes y desgastes?".

Este tuit da para recordar algunas cosas de la manera de hacer política, incluyendo desde el gobierno, de Andrés Manuel López Obrador.

Las mañaneras del Presidente son insufribles. Pero a pesar de los defectos de esas conferencias, no son pocos los días en que, en medio de su perorata, Andrés Manuel deja cabos sueltos que pueden luego resultar significantes si de lo que se trata es de entender al inquilino de Palacio.

Un ejemplo. Hace once meses manifestó su admiración por Morir en el Golfo, de Héctor Aguilar Camín, al encomiar la presencia ese día en la mañanera de un decano de la crónica periodística, Miguel Reyes Razo, quien a su vez tuvo que ver con el origen de la novela del jefe del grupo Nexos. A López Obrador le brillaban los ojos al recordar el libro sobre, entre otras cosas, el mítico líder del sindicato petrolero Joaquín Hernández Galicia.

Dos ejemplos más. AMLO ha ido contando, si bien fragmentariamente, episodios de su interlocución con presidentes de la República como Ernesto Zedillo y Vicente Fox. En la versión del hoy mandatario, él se negó a aceptar arreglos para políticas económicas que en su momento, primero como líder del PRD y luego como jefe de Gobierno del Distrito Federal, le propusieron los titulares del Ejecutivo federal. En ambos casos, el tabasqueño dice que vio por el interés de la mayoría, y que rechazó propuestas que pretendían privilegios para las minorías de siempre.

Estos tres cabos sirven para recordar una cosa que olvidamos con frecuencia: AMLO no se formó en los pasillos de la componenda intrapartidista –no es Porfirio, pues. Su estilo es otro. Y cuando se ha visto obligado a negociar, como en el plantón de 2006, fueron otros los que hicieron los amarres por él (Encinas, en aquel año).

Así que es poco proclive a "meditar bien las propuestas" porque lo suyo es, en efecto, imponer una idea preconcebida. Y si hay resistencias, que se venzan, y si no se vencen, que se les dé la vuelta. Y no acusa los golpes ni cree desgastarse por zipizapes como los que se dieron en prensa y redes sociales con el tema del cine y/o del CIDE.

Porque ese ruido que a gobernantes prianistas incomodaba y al final los hacía medio reaccionar, AMLO apenas si lo advierte. Él tiene un plan en la cabeza desde hace muchos años. Las dos patas de ese plan son los programas sociales y algunas grandes obras (incluido tratar de revivir a Pemex y la CFE). E incluso tiene iniciativas que mezclan ambos componentes: dar dinero a las comunidades para que éstas construyan caminos y escuelas del país.

Él da el dinero y el pueblo lo 'aprovecha'. ¿Sentarse a negociar con opositores el Presupuesto? ¿Atender a sectores que él ve como privilegiados de tiempo atrás? ¿Como para qué?

Cuando la crisis por Covid-19 comenzó, él –que ganó su lugar en la política con marchas y plantones, antes que con cafecitos y coñács típicos de las negociaciones de los años noventa– no buscó un acuerdo con nadie, lo que buscó fue el dinero que le haría falta para las únicas cosas que le interesan: otra vez, obras y programas sociales.

Si en esa ruta afecta a terceros, si los agraviados no repelan, AMLO ni se da por enterado.

Porque en Morir en el Golfo no viene esa frase, pero atribuyen a La Quina, a quien AMLO llama con respeto por su nombre completo y a quien fue a ver a la cárcel según contó en esa mañanera, le atribuyen al líder petrolero una filosofía (es un decir) a la hora de hacer política: "yo toco, toco y donde siento pendejo, empujo".

Así eran las cosas en el viejo sistema. Ese régimen revolucionario que alguien defendía con el razonamiento (es otro decir) de que a balazos se hicieron del poder, sólo a balazos les quitarían el mismo.

Si AMLO llegó con marchas, plantones, resistencia y tesón, entonces la sociedad debe recordar que el único lenguaje que el Presidente entiende es ese. Que a él no le desgastan las polémicas de Twitter. Y aunque algunos ya no quisieran volver a la movilización, no les quedará de otra. O los empujarán.

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