La Feria

Año 3. Retrato del poder

Al iniciar el año tres del mandato de López Obrador, su poder no luce marchito ni cansado; pero qué pasará cuando se materialicen los traspiés del gobierno.

La presidencia de Andrés Manuel López Obrador entra hoy a su tercer año sin que, para citar al personaje, se le haya quitado una sola pluma a este gallo.

Existe la tendencia a revisar al actual gobierno en parámetros convencionales (indicadores, etcétera), o desde la óptica de un cambio de régimen (leer a José Antonio Crespo este lunes en El Universal).

Pero quizá habría que leer lo ocurrido en estos dos años, fundamentalmente, como una ambición personal de poder cuyos efectos se pretenden más que longevos, irreversibles; más que medirse en años o sexenios, AMLO busca garantizar la imposibilidad de que un presidente ajeno a Morena dé marcha atrás a políticas que esta administración quiere imponer como nuevos cimientos nacionales.

López Obrador aprendió a usar el poder a partir de no tenerlo. Desde sus inicios en la política, en el PRI de Tabasco, su propensión a imponerse lo llevó a una ruta de choque con el establishment. A partir de entonces, lo único que ha hecho López Obrador es resistir, atacar e imponer. Así en la oposición en los años noventa, como en la jefatura de Gobierno a principios de los 2000. Y así en la presidencia de la República.

Lo anterior no quiere decir que ese ejercicio de poder esté exento de crisis o de riesgos para quien lleva el timón y para el proyecto en general, pero mide a éstos de una manera muy distinta a lo que vimos en los últimos sexenios: para tratar de ganar margen de acción, ya en la presidencia, Andrés Manuel estableció muy pronto nuevos parámetros, si de aguantar las turbulencias hablamos.

Por ejemplo, y como se sabe, al presentar su renuncia como secretario de Hacienda, Carlos Urzúa le propone retrasar el anuncio a un momento propicio para no sorprender a los mercados. Al desdeñar esa opción, López Obrador apostó a que estos, y otros factores de poder, se tendrían que acostumbrar a que la única persona que importa en su gobierno es él, y que no tendría límites al disponer de este o aquel ministro, que el entorno debería responder a sus decisiones antes que al contrario.

Con algunas variaciones, pero sin cambio fundamental, el Presidente ha aplicado esa receta a empresarios e inversionistas, a agencias internacionales o gobiernos extranjeros y, por supuesto, a la prensa, comentaristas e intelectuales: en Palacio Nacional despacha el que tiene el poder, y lo mismo revierte contratos, reclama pagos o detiene concesiones, que descalifica fundados reportes de calificadoras, académicos o periodistas, y lo mismo con consolidadas iniciativas, como la FIL. Porque lo que busca es ser el único factor de poder, y que nadie crea, en la capital de la República, en Chihuahua, en Coahuila o en Jalisco, que ocurrirán cosas sin que, para bien o para mal, las sancione su voz presidencial.

Todo ese poder se usa, siempre conjugado en primera persona, en nombre del pueblo. Por eso se cancelaron algunos programas sociales y se instalaron sólo los que quiere y como los quiere el Presidente. Porque eran clave: en los dos primeros años, y previo a la elección, comenzarían los frutos de dar dinero a los más necesitados. Y aunque hay problemas en los padrones y en la operación de la Secretaría del Bienestar, como no hay fisura en el discurso, sin ser una realidad esas políticas, le funcionan al mandatario en las encuestas. Porque además AMLO cuenta con que su base sigue apoyándole independientemente de resultados concretos en política social, económica, de seguridad o sanitaria.

Dice el encuestador Rodrigo Galván que en números redondos tenemos dos tercios de personas en México con predisposición a favor del Presidente, y casi un tercio con predisposición hacia el modelo anterior. Que por eso los números del mandatario no se mueven gran cosa, y que no descarta que la aprobación presidencial dure en los 60 puntos porcentuales.

Y si encima la disciplina del Presidente está abocada a reforzar en esos dos tercios una narrativa de resentimiento y revanchismo, el apoyo parece más propenso a galvanizarse que a la fractura.

Al iniciar el año tres del mandato de López Obrador, el poder del Presidente no luce marchito ni cansado, ni mucho menos padeciendo erosión. Sí, los indicadores convencionales son muy desalentadores, y hay señales de alarma por doquier. Pero en el tabasqueño el ánimo parece intacto, y la efectividad para convocar el apoyo de la mayoría no sufre tampoco merma alguna.

En ese panorama, el poder sólo se refuerza, así el gobierno dé traspiés que provoquen costos que, cuando necesariamente se materialicen, mostrarán una dimensión muy retadora. Para entonces, ¿qué hará López Obrador con su fuerza? Resistir, atacar y tratar de imponerse. Sin reparar gran cosa en las consecuencias nacionales de seguir haciendo sólo aquello que él cree que debe hacerse.

Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí

COLUMNAS ANTERIORES

Claudia, piedritas, y piedrotas, en el camino
AMLO, Claudia, el movimiento y el partido

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.