La Feria

AMLO y los trabajadores

La victoria de AMLO no está sentenciada porque, resentido tras el debate, renunció a ir por más votantes y se refugió en sus viejos enemigos para mantener cohesionada a su militancia irreductible.

De paso por Madrid, en estos días he escuchado varias veces una pregunta: "¿Está sentenciada ya la victoria de Andrés Manuel López Obrador?", cuestionan una y otra vez. Tengo que decir que ha habido quien, antes de que uno pueda pergeñar un intento de respuesta, agrega de inmediato: "Para mí, sí, eh, está sentenciado que El Peje ganará las elecciones".

A los que no formulan de manera retórica la pregunta, les he dicho más o menos lo siguiente. No, por esto:

1) Aunque Ricardo Anaya ha logrado algo inédito, hacer que su campaña sea un holograma electoral, algo que se percibe sólo en los encapsulados planos de pantallas y spots, sin dimensión ni arrastre, sin emoción o naturalidad, es cierto que a pesar de ello este candidato sin lado podría convertirse en el instrumento de todos aquellos que no quieren al ex jefe de Gobierno del Distrito Federal. Llámese empresarios, gente común y corriente alérgica a los arrebatos (del tabasqueño o de quien sea), neoliberales de pura cepa, no pocos padres de familia incómodos con la propuesta de cancelar la reforma educativa sin que a cambio se explique detalladamente lo que el pejismo aprobaría, articulados académicos a quienes enerva la falta de racionalidad en las declaraciones de AMLO, izquierdistas que se sienten traicionados por López Obrador, y cualquiera que no sepa si el de Morena será capaz de, simultáneamente, encauzar el enojo social sin llevar al país a medidas caóticas y/o regresivas económica y políticamente hablando.

¿Alcanzan todos los anteriores para que no gane Andrés Manuel? Hoy según las encuestas, no, pero falta para las elecciones.

2) El peñismo está herido mas no resignado. Es de esperarse que el presidente esperará al nuevo debate para sopesar sus opciones. Eso, por un lado, lastra a Anaya, al que no le han dejado convertirse en el único retador, pero en Los Pinos optaron por pagar para ver si en estas semanas, de aquí a la nueva confrontación entre candidatos, talón de Aquiles de AMLO, ocurre el milagro de que #Yomero reviva lo suficiente. Harto improbable, pero en fin. Pero no olvidemos que el gobierno aún pesa.

Y 3) López Obrador tiene el mérito de la perseverancia, y de cierto dominio del uso de conceptos sencillos que resuenan en una población harta de la indolencia gubernamental y de la corrupción de las élites (ojo, digo que están hartos de la corrupción de las élites, porque creo que sobre todo están hartos de ser segregados hasta en eso, de quedarse fuera de los beneficios de la corrupción, si tal cosa es posible. Hay honestos en todos los partidos –no se rían, es cierto–, pero también hay deshonestos en Morena, qué duda cabe. El chiste es que se da por sentado que los prianistas y perredistas son, a la hora del abuso, más comesolos).

Sin embargo, tan cerca según las encuestas de lograr la presidencia, ha resurgido el López Obrador que prefiere ser el eje de un gran pleito. Polariza convencido de que inflamará a los suyos mientras disuade-somete a los otros. Rehúye el debate mediante la confrontación.

Para quien va arriba en una elección, la soberbia es un lujo caro. Ganar votos implica la infatigable tarea, hasta el último minuto, de intentar ilusionar a los más y ahuyentar a los menos. Ser tu propio ariete no suena muy lógico a la hora de tratar de derribar una puerta. Los golpes los das tú, pero también los absorbes, todos, tú.

La victoria del candidato puntero no está sentenciada porque resentido tras el debate, renunció a ir por más votantes, se refugió en sus viejos enemigos para tratar de mantener cohesionada a la que cree que es su militancia irreductible.

En 2006 se equivocó al no medir el respeto que existía (oh, tiempos aquellos) por la figura presidencial y no supo contrarrestar la guerra sucia. En 2012, no le alcanzó ni la energía (hizo un pésimo segundo debate) ni la estructura (tarjetas Monex priistas) para derrotar a Peña Nieto. En 2018 todo lo que tiene que hacer es no equivocarse alimentando una ola en contra.

Si él cree que a todos los mexicanos les gusta pelearse con su patrón, debería repasar sus libros sobre el sindicalismo mexicano en el siglo XX. La democracia en ese terreno fue, por cooptación o represión, y es, prácticamente inexistente. Por algo será.

Si la disyuntiva llega a presentar como una elección entre el candidato y su patrón, ¿un trabajador elegirá al Peje? En el país del outsourcing, de la falta de derechos laborales por doquier, no lo creo. Pero en una de esas sí. Por eso, nada está sentenciado.

Pobres de los amigos españoles que preguntaron de buena fe, creo que los dejé peor de confundidos de lo que estaban.

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