La Feria

Claudia y el Congreso, ¿cuál es su futuro?

A nadie, ni a Morena, convienen representantes que no legislan, discuten o negocian; entre ellos y con la oposición.

El cambio sexenal alimenta la interrogante sobre el rol que desempeñarán las y los legisladores federales en los tiempos que corren.

En el anterior sexenio, las bancadas del oficialismo se plegaron a los designios presidenciales al punto de abrazar el dogma resumido en la frase ‘ni una coma’. Acataban y cumplían. Les tocaba llenar el trámite de aprobar leyes cuyos puntos sobre las íes ponía Palacio Nacional.

La obsecuente, por no decir humillante, conducta de esas y esos legisladores frente al titular del Ejecutivo se argumentaba –cuando intentaron algún tipo de justificación– como parte del ‘titánico’ esfuerzo de Morena por borrar un régimen e instalar otro.

De esa forma asumían la renuncia a legislar a nombre propio, y ya no digamos a ejercer su responsabilidad como contrapeso al Ejecutivo. Levantaíndices elevados a la categoría de transformadores de la realidad. Aramos, decían esos mosquitos.

Es cierto, porque no todo fue aprobar sin chistar lo que les enviaron, que hubo en ellas y ellos, los del oficialismo, momentos de gloria digna del pancracio. Exhibieron en tribuna todo tipo de recursos teatrales, y hasta retóricos, para defender al presidente. Dieron show a pasto.

Y en la peregrina ocasión en que un líder de una de las cámaras se creyó independiente, menos tardó en abrir la rendija a presentarse como dueño de su voz y voto, que en ser congelado. No hubo más tamalitos de chipilín para él hasta que dobló manos, lumbares y cerviz.

Así fue la mayoría parlamentaria desde finales de 2018 y hasta agosto pasado. En septiembre inició una nueva era, tan reciente que aún no sabemos bien a bien cómo será la conducta y el desempeño de bancadas que no necesitan oposición para cambiar la Carta Magna.

En parte, porque la composición de los liderazgos del actual Congreso de la Unión obedece a la sucesión; al juego de las corcholatas, para ser más exacto. Quien hizo el concurso, hizo la trampa: el innombrable designó a varios perdedores como líderes parlamentarios… ¿suyos?

La cosa no quedó ahí, claro. En estos tiempos claudistas, el Congreso ejecuta la partitura que YSQ les dejó pegada al piano desde febrero. Sin embargo, qué impide hoy discutir si esa ópera llamada plan C no admite al menos una revisión, o más de un retoque.

Para empezar porque el oficialismo ha de plantearse una reflexión sobre su futuro. Exploración y debate sobre cómo va a ser la relación entre legisladoras y legisladores y la nueva titular del Ejecutivo. A quién toca qué, cómo se ayudan, cómo evitan descalabros.

La verticalidad refractaria al diálogo del expresidente generó una competencia de abyecciones. Aprobaban leyes, lo llegaron a declarar sin rubor, como regalo al jefe. La representación parlamentaria merece mucho más que el balar de borregos.

Al arrancar el sexenio de la presidenta Claudia Sheinbaum se han dado algunos desajustes Ejecutiva-Legislativo. ¿Se deben al acoplamiento de nuevos operadores con modos propios? ¿O se trata acaso más bien de muestras de rebeldía legislativa?

Ayer la presidenta Sheinbaum declaró, ¿sin darse cuenta que se mete en otro poder?, que a ella lo que le gustaría es que las y los legisladores regresen al territorio, que trabajen en sus distritos cuando no estén en sesiones.

He ahí una señal del reacomodo del poder en México. Veremos qué trasfondo tiene esa ‘sugerencia’ proferida en la mañanera. Y sobre todo veremos si en el Congreso el oficialismo se plantea ya no ser meros tramitadores de iniciativas… de antes y de ahora.

A nadie, ni a Morena, convienen representantes que no legislan, discuten o negocian; entre ellos y con la oposición.

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