La Feria

Nuevas turbulencias

Sacar de la solapa eso del testamento político desatará nuevas ambiciones, lo que a su vez le demandará más esfuerzos para controlar al equipo.

Parte de la inquina de Andrés Manuel López Obrador con aquéllos que tuvieron que ver con el 2006 se explica si consideráramos que el tabasqueño cree que ese año no sólo le robaron la presidencia, sino una oportunidad coyuntural que hoy tiene otras circunstancias e incluso inciertas amenazas.

El vigor con el que cerraba su periodo como jefe de Gobierno, que incluso le permitió capotear la ofensiva de Los Pinos, por un lado; y por otro lado un mundo menos globalizado, menos ubicuo digitalmente, más petrolizado; y un México sin la herencia de inseguridad, con organismos autónomos menos autónomos, sin reformas energéticas, con agendas más acotadas de derechos humanos, lucen hoy en el retrovisor como un momento más favorable a lo que AMLO quiere hacer.

Con fraude o sin fraude en 2006, su triunfo ocurriría hasta 2018. En el periodo entre ambas fechas el hoy Presidente recorrió el país, e incluso el extranjero, con una infatigable arenga en contra del modelo que aplicaban quienes le impidieron llegar a Palacio. Pero en el camino tuvo un susto mayor cuando fue intervenido de urgencia por un infarto en diciembre de 2013, fecha precisamente de la aprobación de la reforma energética del Pacto por México.

Hoy esa dolencia del mandatario se ha vuelto de nuevo relevante. El viernes se supo que había sido internado, y el sábado López Obrador explicó en video algunos detalles de lo que le sucedió, pero también en ese mensaje advirtió que tiene ya hecho un testamento político para el eventual caso en que él se ausente de manera definitiva.

Esa revelación marcará el resto del sexenio. Andrés Manuel será omiso –ya lo ha sido en el pasado– en transparentar su real estado de salud. Para muestra ahí está la contradictoria y nada oportuna comunicación gubernamental sobre esta intervención médica: mutismo e insuficiencia informativa.

En todo caso, el mensaje es que más allá de que nadie tenemos la vida comprada y que se le desea al Presidente que cumpla su término y viva muchos años después de 2024, López Obrador decidió que, en ocasión del cateterismo, sus seguidores supieran que, si la providencia opina otra cosa, él ya estableció que todo quede en las manos que él cree serán las más adecuadas para seguir el proyecto.

Ese mensaje tendrá consecuencias inmediatas en la gobernabilidad en lo que resta del sexenio. Si ya era inoportuna la sucesión adelantada por el propio ocupante de Palacio Nacional, ésta podría desbocarse si Andrés Manuel no logra administrar los apetitos de quienes –si bien de manera legítima– se veían como suspirantes, quienes ahora además creerán que deben hacerse más visibles y más indispensables para afianzarse en o colarse al testamento.

El Presidente debía retomar el control que se le había ido de las manos con ese adelantado predestape, anuncio que coincidió con la rebelión de la Corte y del Tribunal Electoral, con las pugnas Gertz-Nieto, con la independencia de Monreal, con la alta tensión entre Cancillería y el Palacio del Ayuntamiento, etcétera.

Sacar de la solapa eso del testamento político desatará nuevas ambiciones, lo que a su vez le demandará más esfuerzos para controlar al equipo. Ello cuando acababa de iniciar el último estirón para el Tren Maya, tras lo cual tendrá que hacer lo propio con Dos Bocas, y simultáneamente idear una reactivación de la economía además de gobernar la sucesión...

Larga vida al Presidente, y también suerte en organizar sus prioridades; a todos conviene que cierre bien el sexenio y que el testamento se quede para cuando ya, como expresidente, escriba sus memorias en el rancho chiapaneco.

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