Rosario Guerra

Humanismo y anillo al dedo

¿Donde quedó el humanismo que López Obrador encabezó como discurso de campaña?

En esta Semana Santa vivimos situaciones excepcionales. La combinación de narcotráfico con aumento de muertos, la violencia familiar por confinamiento, el efecto real del coronavirus que llegará en breve, la caída del precio del petróleo, la recesión de la economía mexicana y la baja de las calificadoras a Pemex y a México, son un explosivo coctel que se completó con el mensaje de AMLO el domingo, donde pone sus prioridades personales por encima del país, con otra devaluación del peso.

El New Deal de Roosevelt que hoy trata de retomar AMLO en realidad palió algunos efectos de la crisis, pero no funcionó hasta que concluyó la Segunda Guerra Mundial que reactivó la economía norteamericana. El uso del gasto público fue una de las premisas. Aquí en México el gasto público no alcanza para reactivar la economía, vaya ni siquiera para atender la pandemia. Ha caído la recaudación y seguirá esa tendencia. Su uso en proyectos inviables, sin estudios y sin utilidad para el país, solo generarán empleos temporales para crear elefantes blancos. ¿Qué aporta el Tren Maya al país, si tendrá que ser subsidiado para operar? ¿De que sirve un proyecto como Dos Bocas, recortado, aislado, que puede producir poca gasolina y más cara que la importada? ¿Funcionará comercialmente Santa Lucía o se negarán los vuelos comerciales a utilizarlo?

El gasto debería orientarse a proteger a la micro, pequeña y mediana industrias para mantener empleo e inversión. Se requiere de una política fiscal y monetaria para apoyar la planta productiva y solo se aperturarán créditos a largo plazo con tasa preferente, que no resuelve el problema de liquidez de la economía. Por eso los empresarios están molestos. Los dejaron solos y así van a responder, sin alianzas con el gobierno, según el CCE, porque el diálogo no es útil, ni atiende las necesidades del país.

AMLO presume sus programas sociales como una medida para reactivar mercado interno. Esto no ocurre porque muchos lo gastan en mercados informales, no pueden contabilizarse como empleos porque no lo son. No hay padrones, ni transparencia, por lo cual no todos los recursos llegan a su destino. Las obras públicas no se licitan, se adjudican, y aún así se mantiene el discurso anticorrupción, sin rendición de cuentas, ni información confiable.

No se tolera la crítica, no se dota a los médicos de insumos para protegerse en una labor riesgosa. Quien alza la voz es marginado. Un día sí y otro también carga en contra de periódicos y columnistas, contra los fifís, contra los empresarios, contra todo el que no se alinea a su supuesta 4T. Amenaza con auditorías e investigaciones, con el paredón mediático, sin a la fecha haber procesado algún caso importante. Saluda a la mamá del Chapo e ignora a Sicilia, a los Le Barón y ofende a los miles de familiares de los muertos por los narcos. Se busca una explicación y como dice un dicho, lo que no suena lógico, suena metálico. Es un falso humanismo.

Primero los pobres, repite incesantemente, pero las medidas que toma lesionan a los sectores más vulnerables, corrió a más de 120 mil burócratas y ahora trata de contratar médicos y enfermeras dispuestos a arriesgar sus vidas. Pide a las empresas cerrar y pagar la totalidad de los salarios, impuestos y cuotas de seguridad social. No podrán hacerlo sin ingresos. Quiebras al por mayor. Los grandes empresarios anuncian medidas para rescatar lo posible.

AMLO recorrió todo el país, vio pobreza y miseria, se apoyó en sectores marginados, generó confianza entre clases urbanas, fue un excelente candidato, crítico y mordaz. Y yo no me explico cómo puede decir que su conciencia está en paz. Carga con los muertos del hospital de Pemex, cargará con muchas muertes del coronavirus, será sastre de un quiebre económico, pero él dice que la crisis le viene como anillo al dedo a la 4T. Su visión es personalista. En efecto, tomar medidas con el pretexto de la crisis, que en tiempos normales no podría instrumentar, lo puso feliz. Ya se adueñó de los fideicomisos públicos afectando a millones de mexicanos. Así seguirá tratando de tomar dinero en forma ilegal en donde lo encuentre y un rubro son las Afore, puede expropiar nuestros ahorros.

¿Dónde quedó el humanismo que AMLO encabezó como discurso de campaña? Es poco probable que no entienda el daño que nos causa, el dolor que nos espera, y para él lo único importante son sus proyectos. ¿Por qué? No puede aceptar que se equivocó. La crisis no se resolverá con malas inversiones del gasto público. No le importa la gente, ahí les manda unos pesitos como a Bartola.

Así se explica el anillo al dedo, como una visión patrimonialista del poder, una centralización que no se usa a favor del pueblo, que elude su responsabilidad histórica, que pide a empresarios que en lugar de criticarlo se pongan a recaudar impuestos, que no quiere aceptar líneas de crédito para paliar la emergencia, que no acepta más deuda cuando es claro que no saldremos de otra forma. Y piensa que otros lo seguirán en ese sinuoso camino como si se tratara de la crisis de deuda de los 80.

No hay humanismo, la anticorrupción es solo discurso, es un dirigente que no asume la presidencia como responsabilidad para unir y liderar al país, que ofende y discrimina a todos, en especial a las mujeres, abandona víctimas y perdona delincuentes, empobrece a los vulnerables con desempleo, y es el más neoliberal de la República. Regresa tiempos oficiales a concesionarios, otorga adjudicaciones directas a empresarios y hace más ricos a los amigos.

El gasto público solo representaba el 30 por ciento del PIB, con las pérdidas de Pemex, seguramente disminuyó. Son las empresas las que crean el otro 70 por ciento del PIB y emplean mayor número de trabajadores. ¿Cómo se pretende usar al gasto público como palanca de crecimiento? Sin empresas México caerá, ya no será G-20, ni tendrá peso internacional. Nos esperan difíciles momentos si no rectifica AMLO, que no es el gobierno, ni es el país.

COLUMNAS ANTERIORES

¿Y todo para qué?
SCJN

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.