Rosario Guerra

Frustración

López Obrador tiene una deuda con México y la historia le cobrará los muertos, desaparecidos, feminicidios y el horror de una etapa sangrienta en un país que se enfilaba al progreso.

En 2018 AMLO llegó a la presidencia de la República con un récord de votación, aun cuando Morena solo obtuvo el 37 por ciento de los votos, mientras él, más del 53 por ciento. Tras años de dedicarse a perseguir el cargo, siempre vivió para y de la política, por fin el hartazgo social, la corrupción y su discurso de generar odio contra la herencia colonial del racismo y la discriminación, surtieron efecto. Las autoridades electorales, que tanto criticó, le reconocieron el triunfo.

Con sus aliados PT y después PVEM logró mayorías en el Congreso. Era un presidente poderoso con el control en dos de los poderes de la Unión. Nadie en la historia reciente tenía la aprobación que logró AMLO. Y se habló de una 4T. Muchos pensaron que esta sería acotar al presidencialismo, entrar a un parlamentarismo, ampliar la representación plural, construir la infraestructura que México requería para colocarse entre los países de mejores economías en el mundo. Las condiciones estaban dadas.

Estaba en construcción un nuevo aeropuerto que nos convertiría en la mejor conexión de pasajeros y transporte entre norte y sur, oeste y oriente. Se renegoció el TLCAN y se dio paso al T-MEC, tras amenazas de Trump. Se tenían acuerdos comerciales con la Unión Europea, con Asia Pacífico y en total con 96 países. México era un integrante del G20. Se contaba con la apertura para que la iniciativa privada pudiese invertir en generación de energía eléctrica, con energías limpias o métodos tradicionales, también en la exploración y explotación del petróleo, incluido el Golfo de México que supone altas reservas, y que no aprovechamos por falta de tecnología, pero con los contratos en asociación, Pemex se salvaba de la quiebra.

Se había logrado hacer crecer la infraestructura mediante proyectos de asociación público-privada en carreteras, presas, edificios públicos, transporte, parques, plazas comerciales, estacionamientos y un sin fin de proyectos. El método estaba probado y Banobras fue un apoyo a estas inversiones, que pagaban sus deudas puntualmente.

Había corrupción y abuso del poder, lo cual generó gran malestar y además la globalización produjo más riqueza, pero no logró una mejor redistribución, ni la inclusión de grupos y regiones importantes.

AMLO tenía pues todo para hacer de México una potencia. La 4T en su primera fase contaba con personajes conocedores de la economía, la energía, el bienestar, el turismo. Se despertó una gran esperanza de que al fin la llamada izquierda pusiera bases para igualar regiones y grupos sociales, abatir pobreza, mejorar la sociedad del conocimiento, fortalecer la investigación científica y ofrecer nuevas oportunidades a los jóvenes.

¿Y qué pasó? Que no supo cómo hacerlo. Su pretensión de ser un gran presidente cambió y decidió polarizar, mantener el poder a través de dádivas. Cerró las asociaciones público-privadas, obligó a Banobras a financiar la reconstrucción de estadios de béisbol sin retorno financiero. Tomó los ahorros gubernamentales de 15 años del Fondo de Estabilización y decidió impulsar sus propios proyectos, sin estudios técnicos, ni de retorno de inversión, ni de beneficio social, ni de estudios ambientales o rentabilidad social. Y surgió el Tren Maya como propuesta para impulsar el sureste. El tren transpacífico para transportar mercancías. Canceló sin bases jurídicas ni económicas el NAICM y los sustituyó por un supuesto sistema aeroportuario que ha tratado de echar a andar con recursos públicos. Creó una empresa de aviación que ya quebró.

Perdimos miles de millones de pesos y una oportunidad para la Ciudad de México de desarrollarse y de ser una referencia mundial en comercio y transporte; y para pagar la deuda de un aeropuerto que no tendremos aumenta el TUA y deja caer el mantenimiento del aeropuerto de la Ciudad de México.

Decidió hacer una refinería, inviable en su ubicación, pero cercana a su ámbito de influencia, que redujo de tamaño y aumentó en costos, enriqueciendo a Nahle y su familia, dejó a sus hijos en libertad de negociar contratos públicos y hoy son millonarios, mandó al extranjero al más pequeño para recibir una buena educación que él no está dispuesto a otorgar a nuestra niñez, con libros de texto ideologizados.

Como los recursos no alcanzaban, tomó recursos de la banca de desarrollo, de todos los fideicomisos públicos, bajó salarios de la burocracia, volvió ineficientes a las instituciones, desapareció el Seguro Popular y desde luego, se le vino abajo el sistema de salud. El covid no se alejó con estampitas y tuvimos exceso de mortalidad de 300 mil mexicanos. No es la primera vez que AMLO tiene sangre en su conciencia. Desde niño vivió episodios lamentables al asesinar a su hermano y a su compañero de béisbol.

En resumen, AMLO tiró por la borda su oportunidad de gobernar. Impulsó la corrupción a niveles públicos y la impunidad, pactó con el crimen organizado y los narcotraficantes. Doblegó a las Fuerzas Armadas. No cumplió con la Guardia Nacional y su mando civil. Concedió a los grupos radicales e ideologizados el control. Desafió a nuestros socios comerciales con su exaltación de gobiernos autoritarios latinoamericanos. Si bien se dobló con Trump y la migración, le ha hecho la guerra a Biden y a Trudeau.

Nunca me he explicado por qué muchos se obsesionan con el poder, y al llegar a ejercer el cargo deseado, se obnubilan, son patrimonialistas del gobierno y traicionan sus compromisos y a su pueblo. Podrán decir que AMLO es muy popular, pero no más que sus antecesores, exceptuando a Peña, que mantuvieron en 60 por ciento su aprobación.

AMLO es un fracaso por donde se le mire, como gobernante, como ser humano, como político negado al diálogo y a los consensos, como cínico y mentiroso, como propagandista de sí mismo, como autoritario y discriminador. No tiene ideología, finge ser de izquierda, pero es más neoliberal que muchos. Solo le interesa el poder y la riqueza. Por eso tiene una deuda con México y la historia le cobrará los muertos, desaparecidos, feminicidios y el horror de una etapa sangrienta en un país que se enfilaba al progreso. Fue una gran frustración su sexenio.

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