Rolando Cordera Campos

¿Rumbo a otra tormenta perfecta?

Hablar de la 'arrogancia de la libertad', de la que supuestamente gozaría la Junta de Gobierno del Banco de México, suena a despropósito.

Contra los deseos y apuestas presidenciales, las expectativas para una recesión se afirman. De ser el caso, sus negativos efectos en la actividad productiva, ir bajo cero, empujando el desempleo y el aumento de la brecha laboral nos habla del tamaño de la loza del subempleo, del número de trabajadores que abandonan el mercado de trabajo, aunque estén dispuestos a trabajar, que caerán sobre nosotros. En fin, todo lo que sucede cada vez que la delicada armazón de eso que llamamos economía se unifica en torno a una nefasta variable: la declinación del tamaño de la producción o la pérdida sustancial de su dinamismo.

Muchos analistas lo advirtieron con anticipación y, en las últimas semanas, parecía que en la propia Secretaría de Hacienda se tomaba nota de la preeminencia de dichas tendencias y se preparaban las medidas pertinentes para encararlas, modularlas y proteger a los más vulnerables. En especial aquellos expulsados del mercado de trabajo o quienes están en trabajos más que inhóspitos donde la cotidianidad es dura, precaria y los salarios raquíticos. Hasta aquí los escenarios más cercanos.

Sin embargo, sigue sin estar del todo clara la disposición del gobierno para actuar y tampoco conocemos sus herramientas para enfrentar una realidad económica y social inminente y ominosa. De implantarse tal panorama, tendremos muchos jóvenes sin empleo o sin posibilidad de tenerlo, un gobierno sin capacidades de gasto efectivo adicional debido a su penuria fiscal y a la decisión anunciada de no incurrir en nueva deuda; sin duda el peor de los escenarios.

Con todo, hay posibilidades de actuar pero sólo bajo el supuesto de que el gobierno se decida a intervenir en consonancia con la gravedad de la situación y se despoje de los (auto)sometimientos a una ortodoxia económica y financiera que no sólo debería serle extraña sino que ha perdido casi toda legitimidad en el mundo. Un mundo donde, ciertamente, las perspectivas siguen sin ser claras pero reclaman nuevos paradigmas que inspiren las decisiones primordiales en materia económica y social.

Hablar de "arrogancia de la libertad" de la que, supuestamente, gozaría la junta de gobierno del Banco de México, suena a despropósito. Sus comentarios sobre la economía y algunas medidas de política económica no pueden interpretarse como injerencias en las tareas que son propias del gobierno federal. De hecho, deberían ser bienvenidas como una oportunidad para dialogar, intercambiar puntos de vista, contrarios incluso, rumbo a la construcción de un nuevo sistema de reflexión estatal sobre la política económica, destinado a ampliarse, por ejemplo, a un consejo económico y social, un consejo fiscal republicano y otras figuras institucionales que se vuelven a explorar en el mundo, en el tiempo hostil que nos ha tocado.

No se trata de descubrimiento alguno. Tenemos las enseñanzas de Keynes y las experiencias de la Gran Depresión y la dolorosa reconstrucción de la segunda posguerra. También, parte de nuestro patrimonio es el empeñoso esfuerzo de las Naciones Unidas en sus varias décadas dedicadas al impulso del desarrollo. Y para ver hacia adelante, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, acordada en la Asamblea General de la ONU hace unos cuantos años. Y a cuyo cumplimiento nos comprometimos.

Diagnósticos e información no faltan, al menos para empezar. Lo que falta es la disposición al riesgo y la inversión por parte de los principales actores del quehacer económico; también desbaratar la trabazón mental y estructural imperante, que sólo puede lograrse si se actúa con miradas firmes y flexibles, capaces de ir más allá de lo que un mercado famélico señala.

¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas? Se preguntaba Krugman hace diez años (El País, 13/09/09), y tras un repaso del tiempo previo a la tormenta de 2008 concluye que olvidaron tres "obviedades": los mercados financieros distan mucho de la perfección; la economía keynesiana sigue siendo el mejor armazón que tenemos para dar sentido a las recesiones y las depresiones y la necesidad de incorporar las realidades de las finanzas a la macroeconomía. ¿Será que habremos entendido?

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