Rolando Cordera Campos

Las cercanías ignoradas

No es mala idea atreverse a rectificar si se habla de nuevas formas de hacer política; podría ser un buen arranque en circunstancias adversas.

(…) el medio fundamental para transformar las demandas faccionales,

orientadas al interés propio, [es] la batalla pública (…)

Sólo si se garantiza que los

puntos de vista públicos sean puestos a prueba (…) en la encrucijada de la

política, para que sean sometidos a un escrutinio crítico público (…)

la democracia podrá tener alguna posibilidad de obtener, exitosamente,

el bien público (…)

George Marcus(1)

Mientras varios países de América Latina viven horas de angustia, nosotros pasamos por un auténtico veranito democrático. La confirmación de la legitimidad del sistema político democrático, construido a lo largo de muchas décadas desde los años setenta, fue realizada por un contingente acérrimamente opuesto a su validez. Entre 2006 y 2018 no sólo mediaron doce años, sino esfuerzos y empeños invertidos en configurar las alianzas y coaliciones que pudieran sustentar una proclama de cambio y reclamo que en julio pasado cuajó en millones de votos que se contaron y contaron. Lo que algunos de los más destacados voceros de dicha coalición se obstinaban en negar con el petate de la mula arisca.

Cosas de la democracia, podrá decirse. Sin embargo, haríamos una mala lectura si dejamos este dato a un lado a la hora de evaluar el cambio político actual y sus resultados; al final, habremos de verla con la robustez institucional y el talante social que sustentan este frágil mecanismo que, se supone, nos evita matarnos entre nosotros.

El vuelco electoral del pasado mes de julio ha traído consigo otras maneras de hacer y decir las cosas públicas, para bien y para mal. Asistimos a muchos, todavía no contabilizados, despidos en el sector público federal y a desplazamientos poco explicados en tareas públicas que considerábamos parte de los veredictos de la historia reciente. Tal cosa parece ocurrir con algunas de las palancas principales de la política contra la desprotección y la pobreza, que son hechas a un lado o de plano suprimidas sin que medie, todavía, explicación conceptual y política alguna.

Supongo que tienen sus motivos pero, al tratarse de cosas de lo público nos competen a todos, se trate o no de un cambio de régimen en toda forma. Más aún, de ser este el caso, la explicación es indispensable, si es que se advierte la necesidad de otorgar al llamado cambio de régimen, un contenido participativo y hasta deliberativo mínimo. Estos componentes del ser democrático moderno, no se tejen mediante el contacto directo del jefe de Estado con las comunidades o los reporteros de la madrugada. Esto y más puede, en efecto, ser parte importante de la nueva parafernalia que anticipa formas de democracia directa que, en su momento, tendrán que calibrarse; pero de ninguna manera son ni pueden verse como adelantos o preestrenos de unas formas de gobernar que no han podido pasar el juicio duro de la historia ni aquí ni en otras regiones… Ni qué decir de la mítica plaza griega donde todo se dirimía a golpe de discurso y apotegma.

Las profundidades y durezas de la economía política no han sido abordadas ni asumidas por el público y los principales actores del drama de la producción y la distribución. Todo anuncia que el crecimiento será inferior al anunciado por el gobierno al presentar su proyecto de Presupuesto de Egresos, pero poco o nada se ha dicho de las implicaciones que sobre el empleo y la existencia social puede tener este declive

Hace años, en ocasión de la caída espectacular registrada en 2008-2009, asistimos a un ominoso teatro de desempleo "moderno" en el norte del país que coincidió, para decirlo eufemísticamente, con el ascenso de la criminalidad mortífera en aquellas regiones. Además, protagonizada por miles de mexicanos jóvenes que sin expectativas y en medio de condiciones de precariedad e impunidad, optaban por unirse a las bandas delictivas. Evitar su repetición es importante, pero, de manera prioritaria debe hacerse una revisión pronta de la pauta de política económica adoptada, aceptando que los escenarios pueden ser todavía menos buenos que los ofrecidos por los Criterios de Política Económica y sus proyecciones.

Admitir la necesidad de una política económica distinta a la seguida hasta la fecha, como lo hemos venido proponiendo desde el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, es necesario. No es mala idea atreverse a rectificar si se habla de nuevas formas de hacer política; podría ser un buen arranque en circunstancias adversas, como las que se anuncian y que el mucho madrugar no llega a exorcizar.

Son tendencias y fuerzas robustas que provienen de nuestras cercanías.

(1) George Marcus, "Democratic Theories and the Study of Public Opinion", en Polity, vol. 21, núm. 1, pp. 25-44, 1998.

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