Rolando Cordera Campos

Democracia y economía: adjetivos y objetivos

El Plan Nacional de Desarrollo debe ser el punto de partida para tejer acuerdos, y un foro de deliberación de las diversas fuerzas sociales y políticas que le dan sentido al poder constituido, que debe ser democrático.

La promesa de una cuarta transformación de la vida pública de México sigue sin perspectiva alguna que module los desencuentros propios de un movimiento como Morena. Poco se avanzará en mejorar la situación social, en el contexto institucional para una política democrática o en la recuperación de la inversión, el crecimiento y la redistribución de los ingresos, si se carece de amplitud de mirada. De aquí la importancia que debe darse a la planeación con objetivos, prioridades y adjetivos comprometedores.

El reencuentro del desarrollo, que es lo que debiera estar en el fondo de las pretensiones surgidas al calor de los vuelcos políticos, implica redefinir(nos) la idea misma de lo que su materialización implica para todos, en términos francos de contribución y cooperación social.

La formulación del Plan Nacional de Desarrollo debe ser el punto de partida para tejer acuerdos y tareas; foro de encuentro y deliberación de las diversas fuerzas sociales y políticas que, con todo y sus insuficiencias y excesos, le dan sentido al poder constituido que debe ser democrático.

La democracia es, en esto no hay atajos, un gobierno basado en la pluralidad, la discusión e intercambio de ideas. Por ello, las reglas e instituciones son indispensables pero el gobierno está constituido por hombres y mujeres, por ello falibles. La savia de su convivencia es la deliberación, el diálogo e inclusive, la confrontación que, con paciencia, puede llevar a compromisos productivos y a consensos.

Sin embargo, poco de esto ocurre hoy entre nosotros, como sociedad civil y, lo peor, como sociedad política. Ahí donde se ejerce, construye y deconstruye el poder del Estado. Donde debemos abocarnos a reconstruirlo.

Se trata de (re)inventar un orden que responda a la democracia, sostenido por un Estado constitucional, democrático y de derecho que, para serlo de manera legítima, tiene que ser un Estado social y desarrollista, si no queremos perdernos en la bruma del tumultuoso e incierto cambio mundial.

En cada esquina de nuestro adolorido país, después de cada tope con la tragedia y la violencia, bajo casi cualquier dato, cifra o tendencia, lo que hay es falta de Estado, la inclemente corrosión de sus instituciones, su alejamiento obcecado de las complejas y contrahechas realidades que marcan las horas y los días de la nación.

La insistencia no sobra: sin Estado no hay camino cierto ni vida en común. Se necesita plan y arriesgarse a adjetivar la democracia que, para ser en verdad representativa, tiene que ser social. No por otra cosa nuestra Constitución logró acuerdos fundamentales.

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