Cronopio

La política de la polarización

El presidente López Obrador ha trazado los dos únicos sitios posibles en la historia: con la transformación o en su contra, dice Roberto Gil Zuarth.

En las múltiples disecciones que se le han practicado a las nuevas variantes del populismo, la polarización aparece como una parte esencial de la estrategia política seguida para capturar y concentrar el poder político. La eficacia del relato populista como alternativa a la democracia pluralista, no sólo depende de recrear en el imaginario colectivo un antagonismo entre dos partes éticamente desiguales –el pueblo bueno y las élites, las mayoría auténtica y las minorías rapaces, entre "nosotros" y "ellos"–, sino que requiere que esos bandos estén permanente y radicalmente confrontados, esto es, que la sobrevivencia de las partes sea una situación suma-cero. La estrategia es simple: la polarización cohesiona la lealtad política de ciertas bases y clientelas, pero también inhibe cualquier posibilidad de cooperación y compromiso de la pluralidad. En la dualidad amigo-enemigo simplemente no hay espacio para modificar las trincheras.

El presidente López Obrador ha trazado los dos únicos sitios posibles en la historia: con la transformación o en su contra. ¿Qué significa este nuevo lance? ¿Fue un golpe de efecto o un giro retórico para acentuar la magnitud de la épica que él supuestamente representa? ¿La última oportunidad de los críticos de dudar de su gesta? ¿El amago a las oposiciones de que no tolerará obstrucciones democráticas a su proyecto? ¿El redoble de tambores para reanimar a los suyos? ¿El desliz de un Presidente frustrado por la falibilidad de su voluntad o por la terca realidad?

A un año de la elección intermedia, el presidente López Obrador nos ha advertido que encenderá el cerillo de la polarización política. Habrá entonces que esperar que el poder sea un factor de discordia. Un juego especialmente peligroso en la circunstancia que se avecina: la crisis económica que su gobierno generó y que el Covid agudizó, es un caldo de cultivo altamente riesgoso para alentar o inducir tensiones políticas y, sobre todo, de clase. En la precariedad económica, la desesperación altera el cálculo de las consecuencias previsibles sobre las conductas propias. Se erosiona la legitimidad de la autoridad para aplicar la ley y reeestablecer la paz social. La confianza en la estabilidad y certidumbre de las relaciones sociales se desvanece. Apostar a la confrontación entre los míos y los otros en estas circunstancias, mientras muchos mueren por enfermedad o violencia, mientras se pierden millones de empleos y patrimonios, no dejará nada bueno a su paso en términos de gobernabilidad, aún cuando el Presidente se refrende en las urnas.

En su anatomía sobra la polarización (Why We're Polarized, 2020), Ezra Klein sostiene que activar, radicalizar, las identidades políticas es un recurso eficaz para la manipulación de nuestras sociedades. Las pertenencias determinan no sólo nuestras concepciones y comportamientos políticos, sino que inhabilitan nuestra predisposición a cambiar de opinión, a sopesar razones, a superar estereotipos que inducen al error. Las identidades son atajos mentales que cancelan nuestro juicio. Nos liberan del tedio de dudar, de hacernos preguntas. Nos coloca a la defensiva de lo nuestro. Nos convierte en ciegos militantes de lo indefendible.

La polarización fecunda en la política de las identidades, allí donde la pertenencia define y excluye, dice Klein. Para salir de este círculo vicioso, debemos repensar nuestras identidades, no huir de la polarización. Frente al dilema maniqueo que ha puesto el Presidente, no queda más que optar, pero no desde una posición que se refugie en el estatus quo o en un pasado supuestamente envidiable cuya continuidad nunca debió extraviarse. A la transformación hay que oponerle alternativa. Todo eso que simplemente no es ni llegará a ser jamás.

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