La forma como asesinaron en medio de la noche al presidente de Haití, Jovenel Moïse, e hirieron a su esposa Martine, no debe pasar desapercibida para los mexicanos, que debemos aprender rápidamente de las lecciones que nos da este magnicidio, ejecutado con una prepotencia que sólo da la impunidad de una sociedad enferma.
Un comando entró en casa de Moïse en la zona de Petionville, un barrio de clases medias y altas en las colinas que tienen a Puerto Príncipe a sus pies, después de ir recorriendo las sinuosas avenidas en medio de explosiones mientras que por altoparlantes decían en creole –una lengua criolla que tiene su mezcla con un francés primitivo– y en inglés que se trataba de “una operación de la DEA”. Los agentes antinarcóticos estadounidenses suelen ser rudos y abusivos en sus operaciones policiales, pero ni anuncian sus acciones por las calles, ni realizan ejecuciones –al menos de este tipo.
Petionville ha sido por años un barrio de moda donde se ubican las mejores tiendas y los mejores restaurantes. Es una zona vigilada, normalmente segura, de donde rara vez en los últimos meses había salido Moïse, que había hecho su propia fortuna como exportador de plátanos. Sin un ejército formal, las explosiones que iba provocando el comando eran una demostración de fuerza para inhibir a la Policía Nacional que, en efecto, aparentemente no hizo nada por frenar al comando.
Los primeros tiros que se escucharon fueron alrededor de la una de la mañana, y despertaron al vecindario. Al mismo tiempo, sirvió como una señal para que no salieran a la calle. Videos tomados por los residentes de la zona mostraron a nueve camionetas Nissan –muy utilizada en el Caribe por su alto rendimiento en todo terreno– que iban en convoy. El comando no quería toparse con nadie o que alguien se les atravesara. Los videos registraron cómo varios hombres armados se bajaron de las camionetas y en formación militar entraron a la casa de Moïse, fueron a su habitación y le dispararon a sangre fría a él y a su esposa.
La rapidez como sucedieron los hechos permite suponer que tenían planos de la casa, lo que, de comprobarse, mostraría que fue una acción ordenada por alguien o un grupo que quería deshacerse del presidente. Por el tipo de armas, fusiles de alto calibre y los vehículos, se puede asumir que el golpe tuvo un buen financiamiento. Funcionarios haitianos declararon a la prensa que se trató de mercenarios, porque en los videos se escucha que hablan en creole y español, pero no han abundado ni sugerido quién o quiénes podrían haberles pagado por ese trabajo.
El asesinato de Moïse se dio a dos meses y medio de las elecciones generales, donde el presidente no podía participar, porque una reforma constitucional que impulsó para que le permitiera reelegirse, no contaba con respaldo. Su presidencia nunca dejó de estar en medio de la turbulencia política desde que fue electo en 2016, en unos comicios llenos de acusaciones de fraude, y que debía concluir en febrero pasado. Moïse no dejó el poder y argumentó que le faltaba un año más, desatándose una crisis constitucional que no lo abandonó. A la crisis política se le sumaba la violencia social, con bandas criminales que pelean el territorio en ese pequeño país en la isla de La Española.
Haití, el país más pobre de América Latina, es considerado como ‘la Somalia’ del continente, por su disfuncionalidad. El tránsito de la dictadura de la dinastía Duvalier a un país democrático se redujo a elecciones y alternancias en el poder, pero no creó un nuevo sistema de organización social. Sus instituciones son débiles, y su sistema judicial no funciona. A ello se le debe agregar la corrupción, que se arrastra desde los tiempos de François Baby Doc Duvalier.
Estas características han facilitado el trasiego de drogas, donde están involucradas las bandas dominicanas con narcotraficantes colombianos, venezolanos y mexicanos. Ser trasiego de drogas no es algo nuevo en Haití, al tenerse evidencia que desde los 80, durante la dictadura de Duvalier, el Ejército y la Policía estaban al servicio del Cártel de Medellín en el tráfico de cocaína a Estados Unidos.
La diferencia entre aquel entonces y ahora es que el territorio haitiano se ha convertido en un santuario para organizaciones criminales trasnacionales que están luchando por su hegemonía, sin ninguna autoridad que las contenga. Otra diferencia es el descrédito creciente en los dos últimos años por una gestión mediocre del gobierno, un gabinete incompetente y una presidencia donde Moïse iba perdiendo legitimidad.
Los vacíos que dejó la autoridad fueron llenados por los criminales y su violencia, que ante la reducción de cuerpos de seguridad internacionales que los acotaran, se fueron expandiendo y librando sus propias batallas por la expansión territorial. Corrupción, debilidad institucional, sistema judicial disfuncional, mal gobierno y deficiente gestión crearon las condiciones para convertir a Haití en lo que es ahora, un Estado fallido sin luces al final del túnel.
El asesinato realizado con total impunidad muestra el tamaño del pozo en el que se encuentra esa nación, pero también nos coloca un espejo para ver lo que sucede en regiones más cercanas a nosotros, como en Aguililla, en el norte de Tamaulipas, en amplias zonas del istmo de Tehuantepec, del sur del Estado de México o la Tierra Caliente en Guerrero, por mencionar sólo algunos de los puntos paradigmáticos de lo que vivimos de manera similar: territorios bajo el control de los cárteles de la droga, aprovechando los vacíos de autoridad que se han dejado durante varios años.
México no se encuentra en la misma categoría de Haití. Pero los más de 25 millones de mexicanos que se estima viven en territorios controlados por el crimen organizado, por las mismas razones objetivas que desembocaron en el asesinato de Moïse, nos colocan en una situación de mayor riesgo si no reacciona el Estado mexicano.
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