Apuntes Globales

Los porqués de la complicidad

Estados Unidos está más dividido que nunca. En la mayoría de las cosas, parece partirse entre aquellos que son cómplices del presidente y aquellos que son desertores, comenta Rafael Fernández de Castro.

"La prensa tradicional haría cualquier cosa por proteger al Partido Demócrata y defender a quienes violan la ley. Cuando empiezan los saqueos, empiezan los balazos," tuiteó el presidente Donald Trump cuando iniciaron las marchas por el asesinato del afroamericano George Floyd.

Hubo todo tipo de reacciones por parte del llamado establishment, desde un polémico artículo de opinión publicado por el senador republicano Tom Cotton en The New York Times, instando al presidente a enviar a las tropas para suprimir algunas de las protestas violentas, hasta un par de generales y almirantes que buscaron distanciarse de la postura belicosa.

Justo ayer, Mike Milley, el general de más alto rango dentro de las fuerzas armadas estadounidenses, se disculpó por haber aparecido junto a Trump en la famosa fotografía que se tomó sosteniendo una biblia frente de la iglesia de San Juan, a una cuadra de la Casa Blanca. Así es como Trump mandaba un mensaje a sus seguidores evangelistas de que él mismo se encargaría de imponer la ley y el orden ante la crisis desatada por las marchas.

Estados Unidos está más dividido que nunca. En la mayoría de las cosas, parece partirse entre aquellos que son cómplices del presidente y aquellos que son desertores. Cada día surgen más voces, usualmente algún exempleado de la Casa Blanca, que critican a Trump. Pero esto ha sido un proceso lento que evidencia lo difícil que es romper con el presidente en turno, incluso cuando éste evidencia conducta tras conducta errónea.

En un artículo notable, "La historia juzgará a los culpables," en la revista The Atlantic, Anne Applebaum nos ofrece una explicación con fundamento histórico del porqué es mucho más fácil ser un colaborador que dice "sí, señor presidente."

Nos remonta, primero, al inicio de la Alemania del Este, esto es, al arranque de la Guerra Fría a finales de los 40. Evoca la historia de dos jóvenes de la élite alemana del Este, Wolfang Leonhard y Markus Wolf. Ambos estudiaron en las escuelas soviéticas de Moscú reservadas para los hijos de comunistas extranjeros. Ambos fueron entrenados en los mismos campamentos militares, e incluso compartieron dormitorio. Eran camaradas.

Wolfang y Markus regresaron a Berlín con días de diferencia. Estaban listos para triunfar. Volvieron a encontrarse, justo al inicio de sus carreras públicas y conversaron con enorme confianza sobre eso que se sabe y no se dice; a lo que los políticos se refieren como "lo que sabe mi mano derecha que no lo sepa la izquierda", el Partido Comunista Alemán era un subordinado de los dictados del Partido Comunista Soviético.

Ahora bien, la carrera de Wolf floreció. Llegó a ser el número dos de la Stasi (Ministerio de Seguridad Estatal). Por otra parte, Markus desertó a los 28 años y acabó siendo catedrático en las universidades de Oxford y Yale.

Para la autora, el fondo del asunto no estriba en la deserción de Markus. La pregunta central es por qué la gran mayoría, el 99 por ciento de los alemanes del Este, colaboró con la ocupación.

Lo que la autora pretende indagar es por qué la gran mayoría de los republicanos sigue colaborando con Donald Trump. Por qué si hay sobrada evidencia de que no tiene la preparación y menos la personalidad para despachar en la más poderosa oficina del planeta, La Oval, lo siguen apoyando.

El apoyo

Presenta un segundo ejemplo de políticos contemporáneos, los senadores republicanos Lindsey Graham, de Carolina del Sur, y Mitt Romney, de Utah. Ambos fueron muy críticos de la candidatura de Trump. Sin embargo, en cuanto ocupó la Oficina Oval, Graham se trasformó en su gran aliado. Romney fue el único de los 52 senadores republicanos que votó por el desafuero.

Una vez más, el tema no es por qué desertó Romney, sino por qué 51 senadores siguen avalando a Trump.

Toma mucho tiempo para que alguien abandone su sistema de valores, señala Applebaum. El proceso empieza sutilmente. Por ejemplo, los republicanos aceptaron la "tonta exageración" de la toma de posesión de Trump, quien afirmó que había sido "la más concurrida en la historia". Y poco a poco han tenido, literalmente, que ir deglutiendo una serie de aberraciones presidenciales sin precedente en la historia. La inmensa mayoría no rompe con el líder en turno porque personalmente se benefician. A La Sombra del Caudillo, diría Martín Luis Guzmán.

Otra explicación de los "sí, señor presidente" es la llamada "trampa de la efectividad". Se trata, explica la autora, de la inclinación de permanecer y aceptar la imposición del poderoso "sólo momentáneamente me digo para mis adentros… mejor sobrevivo y peleo algo más relevante en el futuro".

Los republicanos se excusan, también, señalando que los opositores, los demócratas, se han vuelto tan liberales que quieren implantar un socialismo que acabaría con las libertades individuales.

En un año electoral tendría que literalmente hundirse el barco de Trump para que los republicanos deserten. Ahora bien, la reciente admisión del general más importante de Estados Unidos, de que las fuerzas armadas no existen para hacer política, demuestra que las filas se están rompiendo y que todo puede pasar en la próxima elección de noviembre.

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