Apuntes Globales

El trasfondo de los alegatos electorales de Trump

El ego del mandatario es la primera explicación; simple y sencillamente no le cabe en la cabeza haber perdido.

Unos calificarán a Donald Trump de mal perdedor, otros de que es un verdadero gallo de pelea que intenta acabar con el enemigo hasta el último aliento. Lo cierto es que Trump no puede ganar la batalla que tiene enfrente, pero aun así le conviene darla y de paso manchar la democracia estadounidense.

Abogados pagados por la Casa Blanca están llevando a las cortes todo tipo de alegatos, entre los cuales se encuentran denuncias de que supuestamente votaron personas muertas. Las demandas están siendo rápidamente descartadas, una por una. Hasta el día de hoy, el equipo del presidente ha presentado 30 casos ante los jueces, y sólo uno ha avanzado.

En Pensilvania, por ejemplo, Trump y su campaña, encabezados por el abogado Rudy Giuliani, piden que más de un millón de votos por correo sean descartados. Asimismo, exigen que el presidente sea nombrado como ganador en el estado y que la legislatura estatal, de mayoría republicana, asigne los 20 votos electorales correspondientes a Trump. Y como para seguirle rascando, señalan que los derechos constitucionales de la campaña fueron violados, ya que sus observadores electorales no tuvieron buen acceso a la verificación de los votos por correo. Cabe mencionar que la gran mayoría de los votos que se emitieron vía el servicio postal estadounidense fueron para el presidente electo Joe Biden. Pensilvania tiene hasta el 23 de noviembre para certificar los resultados y los tiempos no favorecen a Trump.

¿Por qué insiste el presidente que es una víctima de un proceso electoral injusto y tramposo? ¿Cuál es el trasfondo del alegato?

El ego del mandatario es la primera explicación. Simple y sencillamente no le cabe en la cabeza haber perdido. No está en su narrativa. Después de todo, es el mejor negociador del mundo, es el mejor presidente desde Abraham Lincoln. Además, es un ser ajeno a la política, un grandioso empresario de los bienes raíces que entró al ruedo para limpiar "el pantano" de corrupción que es Washington D.C. Es algo que "el estado profundo" no le perdona, también la prensa de "noticias falsas" y por eso se pusieron de acuerdo junto con los demócratas para robarle la elección.

Segundo, la elección no se ha acabado. Faltan dos procesos fundamentales para determinar los equilibrios en el juego de poder de Washington: los dos escaños para el senado de Georgia. Este estado tiene una regla muy específica para sus curules. El que se alce con la victoria tiene que tener cuando menos 51 por ciento de los votos. Un escaño lo ganó el republicano David Perdue, pero no llegó a la cifra mágica de 51 por ciento.

El otro lo ganó el demócrata Raphael Warnock, pero tampoco alcanzó la cifra ansiada. De manera que ambas elecciones volverán a tener una segunda vuelta el próximo 5 de enero.

Sin contar Georgia, los republicanos tienen 50 escaños y los demócratas, 48. Es decir, los demócratas tienen la posibilidad de ganar dos escaños y lograr un 50-50. Pero como el vicepresidente es el presidente pro tempore del Senado y vota sólo en caso de empate, resulta que Kamala Harris le daría a su partido la mayoría. Esto le permitiría a Joe Biden establecer la agenda política de los próximos dos años. En Estados Unidos, el partido que tiene la mayoría de escaños se hace merecedor de todas las presidencias de comités y subcomités; es decir, controla el proceso legislativo.

Georgia explica que los líderes republicanos como los senadores Mitch McConnell (R-Kentucky) y Lindsey Graham (R-Carolina del Sur) sigan insistiendo en la narrativa "nos robaron la elección". Esta es su estrategia para incentivar a las bases de su partido y que salgan a votar el próximo 5 de enero. Para McConnell y Graham todo está en juego. El primero dejaría de ser el líder de la mayoría en el Senado y como tal el republicano de mayor poder en Washington. Para Graham implicaría dejar de ser el presidente del poderoso y prestigioso comité judicial.

Sueña el 2024

Finalmente, Trump está ya soñando con 2024. Consiguió 72 millones de votos. Una buena parte de los que votaron por él literalmente lo adoran. Le festejan todo. Lo ven como el gran corruptor. El que sí tiene las agallas para decir lo que hay que decir, por ejemplo, que los migrantes mexicanos son criminales y violadores. El presidente se sabe poderoso y considera que nadie dentro de su partido le intentará usurpar el liderazgo. Ha dejado muy claro que puede ser políticamente devastador pelearse con él.

Ahora bien, los motivos de Trump para inhabilitar la elección están claros, pero no las potenciales implicaciones de esta descalificación.

El mandatario está jugando con fuego. Entre sus seguidores más leales se encuentran las milicias prosupremacía blanca. Y empiezan a asomarse los riesgos. Hace algunas semanas, nos enteramos que el FBI arrestó a un grupo de extremistas que estaba planeado secuestrar a Gretchen Whitner, gobernadora de Michigan, quien retó a Trump e impuso una cuarentena en su estado para controlar el Covid-19. O bien, han proliferado las amenazas de muerte para el secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, y su esposa, pues este es el funcionario encargado de la votación y ha dicho sin miramientos que esta ha sido la elección más segura en la historia.

Una vez más, Trump ha puesto sus intereses por encima de Estados Unidos. A pesar de haber perdido la elección, ya está construyendo el camino para lo que supone será su regreso.

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