Apuntes Globales

El legado de la caravana

El impacto más importante de la caravana migrante es haber evidenciado las raíces de la expulsión en el triángulo del norte, escribe Rafael Fernández de Castro.

La caravana migrante que partió de Honduras en octubre y empezó a llegar a Tijuana en noviembre del año pasado ha sido uno de los eventos migratorios más mediáticos en lo que va del siglo. Donald Trump la politizó haciéndola parte de la elección de medio término –está llena de miembros de la mara salvatrucha y terroristas– por lo que envió más de cinco mil efectivos militares a la frontera para asegurarla.

El gobierno de Peña Nieto, en plena transición, literalmente la observó pasar por territorio mexicano. Desde luego, tomó algunas precauciones, como ordenarle a la Marina que los escoltara para evitar los cotidianos abusos hacia los migrantes en tránsito.

Los distintos gobiernos de los estados por donde transitó, como la Ciudad de México o Jalisco, la acogieron otorgando a sus miembros ciertas facilidades y comida, pero el denominador común fue apurar su partida hacia la frontera norte. Finalmente, pescó al gobernador de Baja California y al alcalde de Tijuana quejándose –el gobierno federal no nos envía recursos frescos– y, desde luego, sin preparación alguna.

¿Representó la caravana un tipping point, es decir, un momento decisivo en que hay un antes y después? ¿Cuál será el legado de la caravana para la política migratoria mexicana?

No es fácil llegar a una conclusión a las pocas semanas del acontecimiento. Hace casi una década, consideré que el episodio de San Fernando, Tamaulipas, de agosto de 2010, en que Los Zetas acribillaron a 72 migrantes en tránsito sería la gota que derramaría el vaso de agua. Y finalmente México y los gobiernos del triángulo del norte de Centroamérica pondrían un hasta aquí a los atentados contra los migrantes en tránsito por nuestro territorio. Me equivoqué. Los abusos siguen siendo a lo largo y ancho de nuestro país.

Al acercarnos a los 100 días de que llegó a Tijuana la caravana, podemos observar que ésta se ha diluido y se ha convertido en uno más de los grupos de migrantes que desde hace décadas llegan a esa ciudad fronteriza. Por ejemplo, hace tres años llegaron más de 20 mil haitianos. La caravana era de siete mil.

Laura Velasco, profesora del Colegio de la Frontera Norte, me explica que la caravana se fragmentó. El número mayor, como un 30 por ciento cruzó a Estados Unidos ilegalmente. Muchos se saltaron la barda. El paradero de éstos no es claro. Lo más seguro es que ya los deportaron o están por hacerlo. El segundo grupo como del 25 por ciento, la mayoría jóvenes, está trabajando o buscando empleo con la expectativa de cruzar más adelante. Un número similar, compuesto por gente con mayor vulnerabilidad como familias o madres solteras, están esperando entrar al proceso de asilo en Estados Unidos. Y finalmente una minoría como del 10 por ciento ya se regresó, ya sea por con sus propios recursos o con ayuda de México.

El impacto más importante de la caravana es haber evidenciado las raíces de la expulsión en el triángulo del norte –pauperización económica y violencia crónica– así como las penurias de que son objeto los migrantes en su paso por nuestro territorio. Las caravanas son instrumentales en proteger a los migrantes en su transitar. Sus grandes números arropan.

El gobierno de AMLO claramente está mostrando un lado más amable con los migrantes en tránsito. Los tiempos de espera, por ejemplo, en Tapachula para que un centroamericano reciba una visa humanitaria, se han reducido significativamente. Claramente hay un cambio del énfasis policiaco que tuvo el Instituto Nacional de Migración en el sexenio anterior. También, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) ha cobrado una nueva conciencia.

Sin embargo, la buena voluntad del equipo de AMLO no se traduce en solución. Los criminales y muchos policías y funcionarios de los tres niveles de gobierno siguen viendo a los migrantes como una presa fácil y no la van a soltar.

Entre los impactos negativos de la caravana es que ha invisibilizado a otros flujos no menos importantes: a los migrantes de retorno, la mayoría deportados y a los desplazados por la violencia, especialmente de Michoacán y Guerrero.

La migración de retorno es ahora el flujo más numeroso, seguido de la migración en tránsito y finalmente está la emigración. Es decir, el flujo que históricamente ha sido el mayor, es ahora el menos importante. De manera que la caravana no debe confundirnos. Hay que actualizar la política migratoria mexicana y las prioridades deben ser dictadas, en alguna medida, por el dinamismo de los flujos.

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