La Fiesta Está Viva

Manolo

Manolo Martínez mandó en el toreo mexicano casi tres décadas, años en los que no estuvo solo, la camada de toreros fue de oro.

Para cualquier taurino mexicano, la palabra "Manolo" dirige el pensamiento a uno de los grandes maestros que ha dado este país, me refiero a Manolo Martínez, que la semana pasada hubiese cumplido 75 años de edad; desgraciadamente un cáncer se lo llevó con apenas 50 años, aquel agosto del 96.

Si bien tuve la oportunidad de verle torear, yo —aunque pletórico de afición— era aún niño, pero ya me impactó su personalidad y sobre todo los comentarios que escuchaba, desde mi más estricto silencio, a mis mayores, comenzando por mi padre, sobre la tauromaquia del regiomontano, su personalidad, su arte y su inmensa capacidad de entender al toro.

Lo recuerdo muy bien en aquel comercial de televisión de American Express, o en las noches de domingo que tras la corrida en La México, llegando a casa prendíamos DeporTV y ahí estaba el maestro Manolo vestido incluso todavía de luces, sentado con desparpajo, comentando lo acontecido en la corrida horas antes, sin que ningún reportero de la fuente o titular del programa se atreviera a contradecir. Su personalidad era tremenda, sin gran facilidad de palabra, pero sí de pensamiento.

Manolo Martínez mandó en el toreo mexicano casi tres décadas, años en los que no estuvo solo, la camada de toreros fue de oro, el nivel taurino mexicano alcanzó gran altura con Figuras como Eloy Cavazos, Curro Rivera, Antonio Lomelín y Mariano Ramos.

En cada época del toreo existe un mandón que por lo general compite con grandísimos toreros, como ejemplo "El Cordobés" mandaba, lo que no resta categoría ni grandeza torera a Paco Camino, Palomo Linares, Diego Puerta y tantos otros; el tema del mandar es que sólo puede hacerlo uno.

Manolo mandó en los despachos. En el ruedo tuvo enorme competencia y eso elevó el nivel de todos, el amor propio de esa generación desató los "istas", y la pasión inundó los tendidos, bien aprovechada por las empresas que impulsaron ídolos mexicanos, siendo selectos los extranjeros capaces de competir y ser aceptados.

Martínez junto con su último apoderado, el recordado Pepe Chafick, impulsó y afianzó al toro mexicano en su comportamiento, impulsó ganaderías y desarrolló su tauromaquia de la mano del concepto de bravura y embestida de la gran mayoría de ganaderos mexicanos.

Su manejo de la distancia, los tiempos, los ritmos y la velocidad al torear una embestida, que es muy difícil de torear con arte por lo despacio que embiste y que a muchos confunde por parecer fácil. El gran valor para esos tiempos muertos, para traer la embestida del toro prendida en los vuelos de los engaños, sin desviar el viaje, llevando y acompañando, alargando un tranco más en el tercer tiempo del muletazo la embestida, donde ruge el "olé", donde el alma se rompe y el toreo adquiere dimensiones espirituales.

Ese fue Manolo, amigo de sus amigos, valiente, maestro del toreo y gran ganadero e impulsor de jóvenes toreros con sus certámenes novilleriles en Nuevo León, que dieron como fruto muchos matadores de toros.

No puedo dejar de mencionar que pese a lo grande que fue como torero y lo mucho que mandó en la Fiesta, esto último también tuvo consecuencias negativas, como el hecho de abusar de un toro que en ocasiones no cumplía las cuatro hierbas, o sacar la televisión abierta de las plazas de toros.

Era el maestro un mito, su recia forma de ser creó un cerco que no cualquiera podía cruzar. En lo personal, tuve una vez la oportunidad de tratarlo, y eso es un decir, si estar en su habitación tras una corrida cuenta como haberlo tratado. Fue a finales de 1988, en la ciudad de Torreón, tras una corrida de Valparaíso que estoqueó el maestro y que yo tuve la oportunidad de vivir desde el palco de ganaderos, acompañando a mi amigo Ramiro Alatorre y a su abuelo don Valentín Rivero, amigo de Manolo y ganadero esa tarde.

Más allá de lo taurino, al entrar a la habitación yo sudaba frío por conocer al maestro, cuál fue mi sorpresa al encontrarme a un hombre consternado por los sucesos del huracán Gilberto que azotó su ciudad ese fin de semana, pegado al teléfono coordinando ayuda. No podía dejar de mirarle las tremendas cicatrices en los muslos, el maestro estaba en shorts tras ducharse después de quitarse el vestido de luces. La única vez que lo vi encontré a un hombre profundamente humano, atrás quedaba ese héroe vestido de luces con mirada desafiante a los tendidos. Si le admiraba como torero, en cinco minutos le admiré como ser humano, y a 25 años de su partida lo recuerdo con admiración.

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