La Fiesta Está Viva

Incombustible

Enrique Ponce busca la belleza del toreo por medio de la emoción que genera el torear despacio, reunido con el toro y fundiendo sus formas con la embestida del astado, escribe Rafael Cué.

El maestro Enrique Ponce es un caso ejemplar dentro de la historia del toreo mundial. Desde los 8 años —cuando se puso delante de una becerra por primera vez— dejó ver que era un torero especial en dos aspectos: tenía una increíble facilidad para adaptarse a las condiciones de cada animal y sacarle partido; y segundo, una estética muy elegante, natural. Su complexión física y estatura es muy proporcionada para compensar el imponente físico de los toros. No es alto, no es bajo, es delgado, que no flaco, y vestido de torero se ve realmente bien en el sentido armónico de su figura, el capote o muleta y el toro.

Son 30 temporadas como figura del toreo, que no es lo mismo que 30 años de torero. Gran responsabilidad que conlleva defender un sitio, pelearle en sus comienzos a los veteranos y grandes maestros de los años 90, a los de su generación durante temporadas de más de 100 corridas al año, y con el paso del tiempo aguantar los embates de los nuevos toreros, que pese a la admiración que le tienen, no dejan de querer ganarle la pelea. Todo esto mostrando una evolución notable en su toreo, pero sin perder su esencia como torero.

Enrique Ponce busca la belleza del toreo por medio de la emoción que genera el torear despacio, reunido con el toro y fundiendo sus formas con la embestida del astado.

Lo ha conquistado todo: plazas, puertas grandes, trofeos, orejas, rabos, más de 50 indultos, reconocimiento y dinero. Ha formado una hermosa familia y está en la plenitud de la vida; sin embargo, no ha logrado la faena que sueña, su autoexigencia en la búsqueda de la perfección continúa, y por eso —y por ser fiel a su esencia, más la vocación de torero— es que continúa dando cátedra tarde a tarde y toro a toro al público y al aficionado que sabe valorar su magisterio, admirar su trayectoria y disfrutar de sus maneras.

Bien podría estar en casa jugando al golf (otra de sus pasiones, que no su esencia), pero el toreo es su vida, el toro su motivo. Habla del toro como su máximo aliado, busca y encuentra en las condiciones de cada toro y en su embestida, argumentos para crear belleza. Le funcionan una cantidad inmensa de toros. Su capacidad de entender y saber explotar hasta las más escondidas virtudes en los toros, le mantienen vivo y capaz.

Con México tiene un romance especial, porque sentimos el toreo igual que él, nos gusta despacio, adormilado, profundo y con sentimiento, como nuestra música, pintura, literatura y poesía. Lento que duele, que arranca la emoción y que es un sufrimiento gozoso, como lo es el toreo.

Hacer estadística resulta ocioso, porque en el sentimiento los números no caben, aunque avalan una trayectoria increíble en cuanto a la creación artística se refiere. Sus más fieles seguidores son incondicionales; sus detractores, aquellos que se tienen que colgar de su tauromaquia para intentar llamar la atención, han terminado siempre por claudicar ante su poderío y sus argumentos frente al toro, que es donde en tauromaquia se defienden y definen el sitio de cada quien.

Siempre hay quien diga qué sí o qué no, y esto es también parte fundamental de la pasión que debe todo el tiempo generar el toreo.

Hoy somos privilegiados al poder gozar de la tauromaquia de un hombre que ya ha escrito con letras de oro su historia en el toreo.

Es un deleite y un placer de nuestros tiempos. El mejor argumento para defender una tradición que nos hace sentir vivos, es valorar lo que hombres como Enrique Ponce han logrado y (lo mejor del caso) lo que están por lograr.

No se pierda este viernes por El Financiero TV, sus conceptos en Tiempo de Toros, a las 21:00 horas. Váyalo a ver torear el viernes 1 de marzo a Monterrey, el domingo 3 a Guadalajara y el 5 a Jalostotitlán.

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