La Fiesta Está Viva

Desde la mañana

Inicia la temporada taurina en la Real Maestranza Sevillana y la majestuosa edificación del siglo XIX parece saberlo, escribe Rafael Cué.

Amanece en Sevilla, ha pasado la Semana Santa y el profundo sentimiento nazareno de la ciudad pasa del dolor y la emoción, a la alegría por celebrar que Jesús ha resucitado. Saetas y pasos a ritmo de tambores y trompetas, lágrimas que lloran feligreses abrumados por la inmensa emoción de presenciar hermandades y cofradías al andar por Sevilla. Religioso o no, vivirlo cambia a quien tiene ese privilegio, nadie es el mismo después de una Semana Santa en Sevilla.

Es domingo, pero no es cualquier domingo, es Domingo de Resurrección, y Sevilla es la ciudad en la que hay que estar. Del luto a la esperanza; de la solemnidad y duelo, a la alegría y la fe; de los trajes oscuros y corbatas negras, a los colores de primavera, sin perder nunca ese aroma sevillano de bien vestir, de saber estar y saber vivir.

A las 18:30 horas en punto se inicia la temporada taurina en la Real Maestranza Sevillana y la majestuosa edificación del siglo XIX parece saberlo, pues aguarda serena y guapa a la vera del Guadalquivir, en silencio, como los fieles en procesiones donde sólo se romperá el silencio para escuchar una saeta, así en el albero maestrante, sólo se romperá el silencio al sonido de un "olé" que nazca del alma como respuesta al torero.

Existen tardes especiales en el calendario taurino mundial, quizá el Domingo de Resurrección en Sevilla sea la más deseada: cita cultural, social y cuasi religiosa. Desde hace más de 20 años en los que El Faraón de Camas, Curro Romero, tomó esta corrida como inicio de su temporada. El caché de esta tarde está sólo al alcance de unos cuantos.

El Juli, José María Manzanares y Andrés Roca Rey formaron el cartel de lujo para estoquear seis toros de Victoriano del Río. Máxima expectación taurina para esta tarde de "no hay billetes en las taquillas". A rebosar el aforo de 11 mil localidades. Ambientazo con cielo encapotado para despedir la Semana Santa. Tras la amenaza de lluvia y algunas gotas, salió el sol, calentó el ambiente y se dio inicio a la corrida. De grana y oro Julián, de marino y oro Manzanares, perla y plata Roca Rey. Seis toros muy del gusto del público sevillano, serios y de buenas hechuras, lustrosos y con dos puntas como "alfileres de colores", según reza la canción.

Avanzó la corrida y lo que era ilusión no se permitía romper del pecho ni el corazón. El empeño de los de oro y plata se estrellaba con el último tercio sin mayor vigor ni bravura del encierro, pero en Sevilla nadie chilla, el silencio es la más cruel forma de expresar la desilusión. Al ser el toreo un milagro, en los buenos aficionados siempre hay esperanza, y en cualquier tarde, por muy aciaga que sea, siempre se disfruta y se valora algún detalle, más en Sevilla, donde el respeto es la primera lección de la afición.

Detalles, sólo detalles, hasta que salió el quinto de la tarde y se encontró con un hombre que en ese ruedo ha podio hablar con Dios; torero muy del gusto de Sevilla y de cualquier aficionado que se precie de serlo. Manzanares dibujó en el oval ruedo una faena con su personal sello; temple y suavidad, ritmo y cadencia ante las embestidas bravas de un buen toro de este hierro que gesta su bravura en la sierra madrileña.

Tras muchos silencios, el público pudo ya en este toro, romperse a disfrutar como lo hizo el torero en plena comunión con el animal, que fue cómplice de una obra asentada y llena de arte. Sevilla se entrega, pero no se regala. En tardes como ésta en los tendidos —si bien en su mayoría se encuentran colmados por la afición local—, la importancia de la cita obliga a aficionados de todo el mundo a no perderse el festejo, lo que le brinda a la tauromaquia un alto grado de universalidad cultural.

Manzanares culminó la obra con majestuosa estocada recibiendo, entregando el pecho a cambio de la vida del toro. Una oreja es el justo premio, obligar a la segunda y permitir protestas provocaría acorrientar la escena, el escenario y la obra de arte que en ese momento ya es historia.

El Juli lo intentó con todos sus argumentos, en una plaza que le quiere, admira y valora, pero cuando no puede ser, no puede ser. Vendrá el madrileño en dos tardes a la Feria y esperemos la suerte le sonría.

Andrés Roca Rey llevó el toreo al límite en su segundo toro, sin mayores opciones, ya que el toro en la muleta se paró, lo que no fue razón suficiente para que el peruano ofrendara su cuerpo a los pitones del toro; gesto admirable y asombroso, pero Sevilla sabe de toros, y mucho, conoce a Roca Rey y entiende que su momento llegará, y ellos estarán ahí en silencio, dispuestos a romperlo ante los vuelos del capote y muleta del ciclón peruano ante un toro que le permita hacerlo. Esta tarde no era la suya, pese a su honradez y tremenda raza torera.

Si bien sólo hubo una oreja, el conjunto de la tarde no desmeritó en absoluto la grandeza de un Domingo de Resurrección en Sevilla.

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