La Fiesta Está Viva

Rugió

Juan Palacios, ‘El Pantera’, rugió en “La Perla” y cortó una merecida oreja con el público volcado con él.

En las montañas del Ecuador, en la zona alta de la sierra andina, a más de 2,800 metros sobre el nivel medio del mar, en la ciudad de Píllaro nació hace 24 años, Juan Palacios. De familia humilde, lo que nunca ha detenido a este hombre de perseguir sus sueños. Mismos que nacieron en las capeas de su pueblo, donde los animales han sido toreados una y otra vez y donde Juan desarrolló su natural agilidad física y destreza.

Enamorado del toreo por las capeas, viendo a sus tíos participar en recortes inverosímiles a esos animales en los andes y sin perderse una transmisión por televisión de las corridas en la Plaza México, desde su niñez, fue soñando, trabajando, aprendiendo la compleja técnica del toreo y cultivando el deseo de convertirse en figura del toreo.

Conoció al matador ecuatoriano José Luis Cobos, quien le fue enseñando el a,b,c, y quien con una llamada le cambió la vida.

El Centro de Alto Rendimiento Taurino, CART, establecido en Guadalajara, España, ha sido casa de muchos toreros que llegan de niños prácticamente y se forjan como hombres de bien. El empresario y ganadero jalisciense, Pablo Moreno, estableció temporalmente un campamento internacional del CART en su finca de toros bravos hace un par de años. Más de 60 novilleros de 8 países se concentraron en el campo bravo contando con preparadores físicos, nutriólogos, psicólogos, maestros de toreo, conferencistas, entrevistas y toreo, mucho toreo tanto de salón como ante los animales. Un esfuerzo titánico en cuanto a logística que se solventó gracias a las buenas relaciones comerciales y humanas que maneja Pablo, demostrando que querer es poder y que la unión hace la fuerza.

Al recibir la convocatoria del CART, el matador José Luis Cobos mandó a Juan Palacios a México. Con su lío lleno de ilusiones, un capote y una muleta, Juan llegó al CART y se dio cuenta que por mucho era el alumno con menos oficio, había ahí toreros ya en formación y con experiencia. Eso a Juan no lo amedrentó, redobló esfuerzos, disciplina e ilusiones. Llegó la primera eliminatoria bajo un estricto sistema de evaluación y Juan quedó eliminado.

Habiendo demostrado su interés, afición y verdaderas ganas de ser torero para salir adelante, durante alguna de las clases prácticas y evaluaciones en tentaderos, Pablo Moreno le apodó El Pantera, haciendo alusión a sus portentosas facultades físicas, su destreza y determinación, así como a su color de piel poco común en el toreo.

Al verse eliminado y sabiendo que había de regresar al Ecuador, Juan le pidió trabajo en la ganadería a Pablo, no dejaría escapar su sueño al primer tropiezo. Trabajaría de lo que fuera a cambio de un lugar donde dormir, tres comidas y la posibilidad de entrenar con los toreros. Este gesto convenció a Pablo, que fuera de lo taurino es un exitoso empresario mexicano que entiende los valores del trabajo y la perseverancia.

El Pantera, al poco tiempo, gracias a su actitud y aptitudes, fue enviado al CART de España; debutó en Arlés, Francia enloqueciendo a la afición gala; ha venido cautivando al público por su personalidad y entrega desmedida en el ruedo.

El domingo inauguró la temporada de novilladas en El Nuevo Progreso de Guadalajara, ante un encierro muy serio y duro de la ganadería de Raúl Cervantes, El Pantera rugió en “La Perla” y cortó una merecida oreja con el público volcado con él.

Los puristas, esos que basan su “saber” en la crítica absurda y miope, le caen a palos por una suerte que domina en banderillas, brinca al toro y clava en lo alto, así como lo lee, parece imposible, no para El Pantera. Si hubiese una litografía de Goya con esa suerte, los sabios y exquisitos cerrarían la boca, pero como no la hay, largan a lo tarugo sin entender lo importante que es el surgimiento de ídolos populares, el potencial taurino y empresarial que tiene este hombre que, con su historia de vida, es hoy ya un triunfador y un torero al que hay que respetar deseándole que los toros le den lo que sueña; que lo respeten y que gracias a su actitud, las plazas de toros se llenen para emocionarse con el arte maravilloso del toreo, sea por la vía de la exaltación del peligro y alarido, como por la estética y belleza del toreo reunido.

El Pantera ha rugido, el toreo ha escuchado.

COLUMNAS ANTERIORES

Herencia y transmisión
El rey de Pamplona

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.