La Fiesta Está Viva

Comprobado

El cartel del domingo pasado en La Nuevo Progreso fue, para mí, una combinación sumamente atractiva.

Me fui a Guadalajara. El cartel del domingo pasado en La Nuevo Progreso fue, para mí, una combinación sumamente atractiva. Tres mexicanos, combinando la experiencia y madurez total de un gran torero como lo es Octavio García “El Payo”, alternando con dos jóvenes potencias como Leo Valadez y Miguel Aguilar, este último que actuó en su segunda corrida apenas como matador de toros. Ante astados de la ganadería de Fernando de la Mora.

La afición en la “Perla tapatía” es sumamente exigente, antes de ayer descubrí una faceta que no había sentido, que es la de anteponer la sensibilidad a la “intransigencia” disfrazada de exigencia. En otras tardes, sobre todo, con figuras extranjeras en el cartel se respiraba tensión, un ambiente proclive a reventar y demostrarle a ganaderos y toreros que La Nuevo Progreso era misión imposible.

Llegué al sorteo, antes como es obligado me ejecuté una maravillosa torta ahogada en un conocido puesto fuera del Estadio Jalisco; desde ese momento la experiencia tapatía se convierte en un lujo. En el reconocimiento de los toros, los apoderados y ganaderos observaban y comentaban: hechuras, alzada, pitones y sementales para lograr enlotar los cinco de Fernando de la Mora con un castaño de Julio Delgado que sustituyó a uno inutilizado del hierro titular. Hecho el sorteo, pude presenciar el enchiqueramiento, siempre emocionante y tensionante, el cual fue rápido y ejecutado con precisión por el equipo de torileros.

Gran sorpresa nos llevamos los presentes al encontrarnos con quien fuera un torero formidable, el banderillero Armando Ramírez, “Bam Bam”, convertido a hermano de la orden San Vicente Ferrer. Contemporáneo de “El Payo” y del hermano de Miguel Aguilar, Mario que en paz descanse. Ha sido emocionante verlo pleno, feliz y en paz.

Saliendo del sorteo, me fui a comer con el matador Mario del Olmo, hoy apoderado de “El Payo”. En la camioneta de cuadrillas hicimos el trayecto al hotel donde el maestro dormía antes de iniciar el ritual de vestirse de torero. En el camino, banderilleros y picadores charlaban y bromeaban para romper la tensión habitual previa a una corrida de toros. Por momentos el silencio era abrumante cuando a todos les pasaban, por la mente y el corazón, las imágenes de los torazos que enfrentarían más tarde.

Escuchar hablar de toros al maestro Mario del Olmo, es un lujo y un privilegio. La naturalidad con la que conceptualiza lo complejo del toreo y del toro es asombrosa. Tras amena charla, llegó el momento de ir a la plaza. En el trayecto coincidimos con la camioneta de Octavio García, que con la mirada perdida en el horizonte del miedo y la tensión iba ya inmerso en torero.

Muy buena entrada en sombra y entendible, por el calor tapatío, que tendido de sol tuviera menos gente. Se dio inicio a la corrida con una muestra de cariño por parte de los buenos aficionados al ovacionar en el tercio a los tres matadores.

“El Payo” se llevó el de Julio Delgado que se movió sin decir mucho, el queretano lo entendió y cuajó con el capote. Le hizo lo propio con la muleta, de no haber fallado con la espada hubiese tocado pelo. Con su segundo apretó el acelerador aún más. Defendiendo su sitio, tan es así que cruzó la línea y esta vez pagó con sangre la osadía. Actitud torera al quedarse en el ruedo estando herido y terminar la faena. Reconocimiento total del público.

Leo Valadez me impresionó. He visto toros 45 años. La faena a su primero, un toro cabrón. Perdón, pero es el adjetivo más preciso que encuentro, con ese se jugó la vida de verdad al convencer al animal que probaba, medía y con muy malas ideas quería coger al torero. Capacidad y torería, valor y entrega. Olé torero, mis respetos.

Miguel Aguilar de recién alternativa en febrero, se presentaba como matador, llegó convenció y triunfó. Con su primero estructuró y gozó, haciendo emocionar a un público sensible y entendido. Mal con la espada.

Con el sexto, que fue un toro premiado con arrastre lento, Miguel se entregó e hizo vivir sensaciones maravillosas al público que salió toreando de la plaza. Estocada y dos orejas.

Eso es el toreo, la conexión y generación de emociones entre toro, torero y público. Feliz regresé a la capital, habiendo redescubierto la Nuevo Progreso y confirmando lo que llevo meses exponiendo: la mexicanización de nuestro toreo es necesaria, oportuna y será, si se lleva a cabo con talento, histórica para la consolidación de nuevos aficionados.

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