Pedro Salazar

Teoría de la Justicia

No es una cuestión solamente económica, porque el privilegio de unos pocos contrasta con la marginación alimentaria, educativa, sanitaria, etc., de millones.

En estos días he tenido la oportunidad de reflexionar sobre cuáles serían los ejes temáticos para una Teoría de la Justicia de cara a lo que falta del Siglo XXI. El resorte de mis cavilaciones ha sido una invitación que he aceptado para impartir un curso de doctorado sobre el tema.

Hace una década dicté la misma materia en el mismo grado académico, pero cuando revisé mi temario de entonces me percaté de que la realidad ha cambiado mucho en estos años y que, si bien muchos de los problemas de antaño persisten, resultaba necesario actualizar el programa de estudios. Enseñar hoy sobre transiciones democráticas, multiculturalismo, comunitarismo y control de constitucionalidad —por citar algunos temas de aquel curso— puede ser útil pero me pareció desactualizado.

Así que me he dado a la tarea de reformular el temario para lo que he elegido cinco grandes temas que, a mi entender, son los principales desafíos de nuestro tiempo. Entre ellos existen múltiples conexiones e imbricaciones, pero cada uno plantea retos propios. Los expongo sin orden de prelación.

La agenda de género —que incluye pero va más allá del feminismo— es una cuestión prioritaria y urgente. La cultura y las prácticas patriarcales someten, excluyen y discriminan a millones de personas en todo el planeta. Los esfuerzos emancipadores que intentan desmontar y remontar esa dominación masculinizada son resistidos por instituciones milenarias y, cuando logran abrir brecha, suelen desencadenar reacciones violentas. El caso del Talibán en Afganistán es el horror más elocuente de lo que refiero, pero las violaciones a los derechos de las mujeres y de las personas de la diversidad sexual son una calamidad global. Por eso el tema de género es nodal en una reflexión sobre la justicia.

Las violencias en plural son un mal que también azota en todas partes. El horror de las guerras, las masacres, los desplazamientos forzados, las desapariciones de personas, las torturas, las violaciones, etcétera, condiciona la vida de millones de personas. Nuestra existencia individual y la existencia de nuestra especie —sin exageraciones— está amenazada de manera permanente. La violencia nos acecha y en cualquier momento puede embestirnos. Así que el ideal de una vida libre de violencias para todas las personas constituye un elemento medular de una teoría de la justicia.

El mundo está amenazado por el desorden medioambiental que los seres humanos hemos provocado. Las catástrofes naturales que suceden de manera recurrente en todas partes son el producto de calamidades generadas por nosotros. También en este ámbito temático las resistencias al cambio son muy poderosas. Basta con mencionar los intereses políticos y económicos que empujan las políticas energéticas de muchos países. El Dr. José Franco advierte que el ser humano ha transformado al planeta en los últimos 70 años más de lo que lo hizo en los siete mil anteriores. Revertir el calentamiento global generado por los gases de efecto invernadero nos tomará —en caso de que decidiéramos hacerlo— al menos cien años. Por eso, la justicia hoy pasa necesariamente por el reto del medio ambiente.

La reflexión sobre la Teoría de la Justicia desde Aristóteles hasta Rawls ha estado orientada por la agenda de la igualdad. No es un tema sencillo desde un punto de vista filosófico, pero es un ideal ausente desde un punto de vista práctico. La desigualdad social es el dato duro de nuestra sociedad mundial. No es una cuestión solamente económica porque el privilegio de unos pocos contrasta con la marginación alimentaria, educativa, sanitaria, etc., de millones. He dicho que no daría prioridad a un cajón temático sobre los otros, pero en el tema de la desigualdad se entreveran los demás.

Finalmente, el tema de la inteligencia artificial y sus efectos potenciales para el futuro de la humanidad. Se trata de herramientas que traen consigo muchos beneficios y facilidades para nuestras vidas individuales y colectivas. Además son fenómenos que llegaron para quedarse, por lo que no tiene sentido resistirlos. Sin embargo, requieren de un acompañamiento ético y de una regulación jurídica hasta ahora ausentes a nivel global. Porque si se imponen —como ha sucedido hasta ahora— las lógicas del mercado y del poder los derroteros de la revolución tecnológica pueden ser ominosos. Por eso es un tema relevante para una Teoría de la Justicia del S. XXI.

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