Plaza Viva

Un desastre por evitar

Imaginémoslo: Gran parte del planeta será inhabitable debido a las condiciones climáticas, las temperaturas se incrementarán y la falta de agua potable azotará a todos los rincones del orbe.

Imaginemos por un momento al planeta Tierra en treinta años. Este ejercicio requerirá de imaginación y es probable que sintamos miedo. Siguiendo la invitación de Greta Thunberg, activista sueca que demanda acciones definitivas frente la crisis climática global, las postales que narremos de nuestro futuro no pueden ser placenteras y deben llamarnos a actuar en el presente.

Empecemos por una contingencia en nuestros gobiernos. Imaginemos que los países, como los conocemos actualmente, desaparecieran. ¿Qué orillará a cambiar la geografía actual? La falta de capacidad para determinar y cuidar de sus fronteras por las masivas oleadas de refugiados que exceden al control de sus policías y cuerpo militares.

Podríamos pensar que esos grandes éxodos ya están sucediendo; sin embargo, las dimensiones en las siguientes décadas serán mucho mayores, con miles de millones de refugiados tratando de entrar a nuevos territorios. Estos mares de personas tendrán un motivo muy claro para cambiar de residencia. No buscarán un trabajo en un país acaudalado o escapar de una guerra étnica, lo que estos nuevos migrantes buscarán serán países que tengan las mínimas condiciones habitables: agua, comida y aire respirable serán más que suficientes.

Imaginemos el desastre por un momento. Gran parte del planeta será inhabitable debido a las condiciones climáticas, las temperaturas se incrementarán generalizadamente y la falta de acceso al agua potable azotará a todos los rincones del orbe. Los arrecifes de coral habrán desaparecido, los hielos permanentes de los polos serán un recuerdo. El Amazonas se convertirá en un desierto, los ríos de grandes caudales, como el Usumacinta o el Bravo, serán ahora pequeños hilos de agua.

La mayoría de las especies se extinguirán, la comida será escasa, la mayoría de las ciudades costeras se inundarán.

La temperatura del planeta entero aumentará en tres grados; sin embargo, la destrucción masiva de nuestro entorno marcará a una dirección sin retorno. El planeta cambiará en treinta años lo que le tomó miles en otras épocas.

Paremos aquí el ejercicio de imaginación. Estos escenarios podrían parecer dignos de una novela de ciencia ficción. Podrían sonarnos alarmistas o poco realistas. Podríamos rechazarlos porque significan una previsión del cataclismo. Lo cierto es que los estudios científicos de organismos internacionales, universidades e incluso calificadoras de riesgo nos indican que nos estamos acercando peligrosamente hacia tales coordenadas.

El año 2050 marca, según las proyecciones de la ONU, el año en que veremos los resultados de lo que hoy sembremos. Estos treinta años escribiremos el destino de nuestro planeta y por ello debemos revertir el deterioro ambiental para tener un planeta habitable.

Durante los próximos treinta años podemos evitar este terrible destino. Para lograr este objetivo necesitamos detener el modelo extractivista de desarrollo y combatir la idea de que nuestro planeta aguantará toda explotación; realizar una transición energética que deje los combustibles fósiles; trabajar arduamente en la restauración ambiental, en la conservación y en las políticas públicas que favorezcan al medio ambiente.

Para lograr estas acciones sin duda tendremos que enfrentar a los grandes intereses económicos. No es casualidad que la mayoría de las personas más acaudaladas de este país estén relacionadas con la explotación de los recursos naturales. Incluso la paraestatal más lucrativa de México es una empresa dedicada a la extracción de las riquezas del subsuelo.

Sirva este ejercicio de imaginación para acercarnos a un desastre que puede evitarse. Estamos a tiempo. No nos sobran años, pero podemos iniciar hoy con una exigencia clara hacia los gobiernos: acciones radicales para evitar el fin de la humanidad.

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