Uso de Razón

Posible cambio de candidato; qué elecciones

La fantasía de Donald Trump de creerse inmune a una peste universal se reventó como pompa de jabón el viernes por la mañana.

MIAMI, Florida.- ¿Por qué no le iba a dar coronavirus a él?

¿Por qué creyeron que en la Casa Blanca se podían hacer eventos masivos, sin guardar distancia y sin cubrebocas?

¿Por qué pensaron que no les pasaría nada al abarrotar la sala Diplomática y la sala de Gabinete de la casa presidencial el sábado previo al debate, con abrazos y risas cara a cara, por la nominación de Amy Coney Barrett a la Suprema Corte?

Vivían en una burbuja imaginaria, en una realidad alternativa.

Aquí está 4 por ciento de la población mundial y se concentra 20 por ciento de los muertos por Covid-19.

En lugar de corregir con humildad el error de su diagnóstico, el presidente del país más rico del mundo, que tiene los mejores médicos, científicos y universidades del planeta, minimizó el problema, ocultó la gravedad de la peste, luego de recortar presupuestos a la investigación, a la ciencia, y especialmente a la epidemiología.

¿Por qué el presidente se burlaba de sus adversarios que usaban cubrebocas y se desinfectaban las manos?

La fantasía de creerse inmunes a una peste universal se reventó como pompa de jabón el viernes por la mañana: Donald Trump dio positivo a la prueba de Covid, pero era leve y se quedaría a convalecer en la Casa Blanca, desde donde atendería sus labores.

En cuestión de horas empeoró, fue llevado al hospital con fiebre, tos, dificultad para respirar, y los mejores médicos del país –es decir, del mundo– inocularon un coctel de potentes anticuerpos, entre ellos demaxetasona, que es un esteroide que se aplica a enfermos graves, para que no se muera el presidente de Estados Unidos.

El sábado grabó un video para calmar al país y atenuar las versiones sobre la gravedad de su estado.

Ayer se dio una vuelta en coche alrededor del hospital, para la foto, en señal de que está vivo y calmar apertura de mercados el lunes.

Todo esto sucede a menos de un mes de las elecciones presidenciales y el tema es si habrá cambio de candidato o no.

Y si se queda y llega a ganar por efectos de la sensibilidad a su condición de víctima, quién va a gobernar por él.

Donald Trump tiene 74 años, colesterol alto, una ligera afección cardiaca y sobrepeso.

El Centro de Control de Datos y Prevención de Enfermedades afirma en sus estadísticas que 64.7 por ciento de los pacientes de su grupo de edad y cuadro de salud previo, ha requerido hospitalización (como es su caso) y 31.7 por ciento muere.

La virulencia de la enfermedad es mayor si se estuvo expuesto al virus sin cubrebocas, como también es su caso.

Quienes se recuperan, aunque no presenten síntomas inmediatos, "a un número preocupante se les inflama el corazón. Esto es el tipo de cosas que nos dicen que debemos ser humildes y que no entendemos completamente la naturaleza de esta enfermedad", expuso el doctor Anthony Fauci, la mayor eminencia de salud pública de Estados Unidos.

Al grano: Trump ya no está en condiciones de ser candidato presidencial.

Está tocado. No tiene la edad de Bolsonaro o del británico Boris Johnson.

Salvo que se obstine y los republicanos den perdida la elección.

Tampoco podría ejercer la presidencia, en caso de seguir y de ganar.

Si estábamos ante las elecciones más difíciles de las que haya memoria, ahora se complicaron más.

El reemplazante de Trump en la candidatura no es, en automático, su compañero de fórmula y actual vicepresidente, Mike Pence.

Incluso es posible que Pence asuma la presidencia interina en los próximos días (algo que ya ha sucedido, de manera temporal, en el gobierno de George W. Bush, por ejemplo), pero no sería el seguro candidato sustituto.

Así es que el Comité Nacional Republicano deberá pedir que se aplacen las elecciones, o convocar a sus 168 delegados de los seis territorios y 50 estados para elegir al candidato sustituto. O tirar la toalla.

La primera opción, aplazar, ya había sido descartada por los propios republicanos cuando Trump, abajo en todas las encuestas, deslizó la posibilidad en un tuit a fines de julio: "Posponer la elección hasta que la gente pueda votar de manera segura y sin riesgos???"

Un cambio de candidato tiene inconvenientes: las boletas electorales ya fueron impresas y millones de estadounidenses ya votaron. El proceso está en marcha. No hay tiempo para reimprimir.

Dice el doctor Richard H. Pildes, experto en elecciones y gobierno, profesor de derecho constitucional de la Universidad de Nueva York (NYU), que en caso de que se divida el Comité Nacional Republicano (en la elección del sustituto), la Cámara de Representantes elegirá al presidente de entre los tres candidatos más votados.

Ahora bien, el conteo final de votos electorales es el seis se enero, y si es una carrera de dos –como hasta ahora–, pero el candidato ganador ha fallecido o se encuentra impedido para tomar el cargo (como podría suceder si Trump no declina y gana), asume el otro candidato. En este caso, Joe Biden.

¿Complicado? Vaya que sí.

Complicado para Estados Unidos y los republicanos: a menos de cuatro semanas de las elecciones su candidato, septuagenario, con sobrepeso, colesterol alto y afección cardiaca, está hospitalizado por coronavirus.

El jefe de la campaña, Bill Stepien, está enfermo de Covid.

La presidenta del Comité Nacional Republicano, Ronna McDaniel, también se encuentra infectada.

Y la principal asistente del candidato, Hope Hicks, igual, con Covid.

Así es que el hombre que descartó la pandemia como amenaza…

Que ocultó la gravedad del Covid a sus gobernados…

Que se burló del cubrebocas y de su oponente, que lo usa…

Que rechazó masificar las pruebas de detección…

Que violó las reglas sanitarias impuestas por su propio gobierno –para dar imagen de líder invulnerable…

Ese hombre que se pensó todopoderoso, hoy tiembla en una cama de hospital…

Tiembla su partido.

Y tiembla el país más poderoso de la Tierra.

Todo ello, a causa de un bicho microscópico que el presidente minimizó.

Y nadie sabe qué va a suceder.

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