Uso de Razón

Fracasó la última traición de Porfirio

Si a Morena no le ponen un freno fuerte las instituciones y los electores, sí va a haber golpismo, lo estamos viendo, escribe Pablo Hiriart.

Porfirio Muñoz Ledo no declinó en su puja por reelegirse al frente de la Cámara de Diputados "para no poner en riesgo el orden constitucional", como dijo ampulosamente el legislador cuando se vio perdido.

Declinó porque lo bajaron desde Palacio Nacional.

Creyó que había llegado la hora del asalto al poder.

Apoyó el intento de reelección de Batres en el Senado de una manera tan grotesca como promovió la suya: "No al Golpismo", decía la pancarta que sostenía en sus manos, pues por ley debía entregar el puesto a un parlamentario de oposición, y no quería.

Patético.

¿Asalto al poder con apenas nueve meses de gobierno? ¿Sin haber consolidado un partido? ¿Con instituciones en pie?

El ego y la ambición de Muñoz Ledo lo traicionaron.

Si es que se piensa en alguna reelección, no es para él. Aunque se llame Porfirio.

A diferencia de la maniobra de Martí Batres en el Senado para reelegirse, que tuvo el freno de Ricardo Monreal, en la Cámara de Diputados Muñoz Ledo contó con todo el respaldo del líder de Morena, Mario Delgado.

La izquierda que luchó por una representación plural en el Congreso, no lo hacía por convicción, sino por oportunismo.

Apenas llegaron al poder, en apenas nueve meses, los morenistas quieren sacar a la oposición de los puestos directivos del Poder Legislativo.

Y reelegirse con las mismas personas. Vaya demócratas.

Son insaciables en su apetito de poder.

Si a Morena no le ponen un freno fuerte las instituciones y los electores, sí va a haber golpismo, lo estamos viendo.

En Veracruz la mayoría morenista destituyó ilegalmente al fiscal autónomo del estado para poner a una empleada del gobernador.

Anunció el Congreso de Baja California que hará una "consulta popular" para violar la Constitución y el gobernador electo para dos años extienda su mandato a cinco.

En Quintana Roo la mayoría morenista del Congreso desapareció la Junta de Coordinación Política (Jucopo) y revivió la vieja figura de la Gran Comisión, en la que el partido mayoritario tiene todo el poder.

Así van. Esas son sus intenciones, pero no entienden de tiempos. Están enseñando el cobre muy temprano.

Y tan preocupantes son estos signos, como penosos los argumentos de Muñoz Ledo para aparentar decoro en su reversa a la reelección.

"Lo hago por congruencia", dijo. Y panistas, priistas y respetados amigos en los medios y en las redes se lo festejan. Por favor.

Qué congruencia hay en un hombre que después de la matanza de Tlatelolco hizo un discurso, como dirigente juvenil del PRI, para defender en nombre de la patria la decisión del presidente Díaz Ordaz.

Décadas adelante, ese mismo orador propuso poner en letras de oro, en la Cámara de Diputados, a los caídos en movimiento estudiantil del 68.

Qué congruencia hay en un político que como líder del PRI –con el presidente Echeverría–, pudiendo abrir brecha a la democracia y reconocer el triunfo claro y amplio de Alejandro Gascón Mercado en Nayarit, negoció con el PPS para bajarlo a cambio de una senaduría al dirigente de ese partido.

Le arrebató el triunfo a Gascón como gobernador nayarita (habría sido el primero de oposición), y en su lugar entró el general Rogelio Gómez Curiel, jefe de la policía capitalina en la matanza del 10 de junio de 1971 (el halconazo).

Imposible hablar de congruencia con quien fue presidente del PRI en la única campaña donde sólo hubo un candidato, el del PRI, José López Portillo.

Se salió del PRI cuando el dedo del presidente De la Madrid apuntó a un candidato distinto al suyo.

Qué congruencia puede haber en un político que fundó y presidió el PRD, y renunció porque el candidato presidencial en 2000 fue Cuauhtémoc Cárdenas y no él.

Boicoteó a Cárdenas y lanzó su candidatura paralela a quien lo había rescatado del ostracismo. Quería ser candidato y lo hizo por el PARM. Le fue fatal en los debates y sus números andaban cercanos a cero.

Declinó y el partido que lo postuló se quedó sin candidato y perdió el registro. Mientras él, Porfirio, en lugar de ir a apoyar a su antiguo protector Cuauhtémoc Cárdenas en la recta final de la campaña, se fue al carro del que iba a ganar: el panista Vicente Fox.

Ese dechado de congruencia que dicen que es Porfirio, recibió a cambio la embajada de México ante la Unión Europea.

Cuando el foxismo comenzó su declive, renunció y regresó al país para hablar mal, en medios y en mítines, del nuevo ingenuo que lo había querido rescatar: Vicente Fox.

El que ahora mencionan como un demócrata congruente, llamó públicamente a derrocar al presidente Calderón.

Y luego a derrocar al presidente Peña Nieto, a quien seguramente conoció en Finanzas del gobernador Montiel, su amigo, al que jamás agradeció nada cuando cayó en desgracia por las pugnas en el PRI.

¿Ese es el ejemplo de congruencia que aplauden?

No. Porfirio no es un paradigma de la congruencia, sino un artista de la traición.

Hace meses hice en estas páginas, a propósito de Muñoz Ledo, una mención de otro genio del arte de traicionar, aunque histórico: José Fouché (El Financiero 27-11-2018. Porfirio, nuestro Duque de Otranto).

Fue demasiado para él. Ahora que fracasó su última traición, se baja del escenario derrotado, con la divisa de los incongruentes: si no puedes con tu enemigo, únete a él.

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