La buena noticia es que la democracia funciona en Argentina, el voto de los ciudadanos logró imponerse y castigar a una izquierda corrupta, disfuncional y carente de plataformas políticas y económicas capaces de revertir los problemas que se han acumulado en el país sudamericano.
La mala es que llegó la derecha radical, el extremo político encarnado en Javier Milei, que, a base del estridentismo, la calumnia, los insultos, las promesas sin sustento, logró cautivar a una sociedad harta de los modelos tradicionales, y posicionarse como un encantador de serpientes.
Eso no quiere decir que la derecha no haya fallado antes de que la izquierda se patentara 12 años en la Casa Rosada con el kirchnerismo. Pero quien ahora deja el poder, ha sido un grupo político que se fue arrinconando en la nimiedad, mientras la sociedad padece una inflación desbordada que ronda el 140 por ciento, y una pobreza creciente, en la que dos de cada cinco personas viven bajo esta condición.
Milei arrasó y obtuvo más de 10 puntos de diferencia de su contrincante, el gris Sergio Massa. Ha sido de los mandatarios más votados en la historia democrática de Argentina, y su principal fuerza se amasó en las provincias y con el voto joven. La siguiente pregunta que genera escozor es ¿cómo gestionará el poder un hombre como Milei que recortará su gabinete, liberalizará la economía, gobernará con estigmatismos y, de antemano, con fracturas irreparables con mandatarios latinoamericanos?
Vale la pena, también preguntarse cuánto atentará contra las instituciones democráticas del Estado argentino. Muchos populistas, de izquierda o de derecha, asumen la desfachatada y equivocada idea de que ellos, gracias a un voto masivo, pueden hacer lo que quieran con el sistema democrático, máxime si su intención es controlar los poderes o limitar equilibrios.
Con apenas dos años de adentrarse al mundo político, Milei irrumpió y sacudió la política argentina, eso no quiere decir que sepa gobernar, al contrario, personalidades como él, están llenos de muchas ocurrencias, bravío y entusiasmo, pero también de múltiples errores.
Es tan limitada su forma de entender la ‘praxis política’, que omiten la complejidad de un país y del mundo. Sin tapujos ni medida, emiten comentarios, celebran su ignorancia, distorsionan deliberadamente la realidad, por ejemplo, pretende eliminar 10 de los ministerios del actual gobierno, entre ellos el de educación, porque según él, “representa un adoctrinamiento” (a veces cierto, en países que se hacen llamar de izquierda).
Está en contra del aborto (también como varios mandatarios de izquierda), justifica actos de la dictadura argentina, y dice que las mujeres deben ganar menos dinero porque cuando tienen hijos, van menos horas al trabajo.
Antes de ganar, insultó a presidentes y líderes sociales. Criticó al presidente de México, López Obrador, quien a su vez llamó facho a Milei. Pero también insultó al presidente brasileño, Lula da Silva, y a su paisano el papa Francisco, a quien le dijo ser el “representante del maligno en la Tierra”, que impulsa “el comunismo” y que es un “impresentable”. Prometió mudar la embajada argentina de Tel Aviv a Jerusalén, como lo hizo Donald Trump, uno de sus paralelismos, y que amenaza nuevamente con regresar el próximo año a la Casa Blanca.
Preocupante de alguien que va con una motosierra en la mano para amenazar que va a triturar el pasado; que habla de castas, de ser superiores moral y estéticamente (inevitable pensar en los tufos de la ideología nazi), y que se expresa públicamente hacia mujeres con frases como “hija de puta”; difícilmente se puede apostar a que su gobierno será uno de esos que realmente cambien para bien, la tan comprometida realidad de Argentina.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt proponen en su libro “Cómo mueren las democracias”, cuatro indicadores clave para saber cuándo existe, en un líder, un comportamiento autoritario: 1.- Rechazo (o débil aceptación) de las reglas democráticas del juego. 2.- Negación de la legitimidad de los adversarios políticos. 3.- Tolerancia o fomento de la violencia. Y, 4.- Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación. Sin lugar a duda, se detonan varias alertas a partir del comportamiento de Milei, pero también de otros líderes latinoamericanos.
El liberalismo que propone el presidente electo de Argentina no resuelve la desigualdad, no reduce la pobreza, no hace sociedades más igualitarias. Está demostrado que, precisamente por su ideología, es un formador de castas, de privilegiados, de enriquecer a algunos a cambio de empobrecer a miles. El encantador de serpientes ya dio visos de sus pretensiones, privatizar puede ser una medida acertada si se realiza con inteligencia y en beneficio de mejoras para la gente, pero hacerlo por consigna, creencia y fanatismo, inevitablemente les llevará a una crisis superior.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.