Abogado experto en marcas

El placer de prohibir

Prohibir es una gran tentación para quien detenta el poder, pues no implica esfuerzos, planeación o inversión de recursos.

En 1920, Venustiano Carranza enfrentó el problema de la mariguana. Esa hierba que fumaban los revolucionarios alteraba los sentidos y ponía en riesgo la salud. No lo pensó mucho, expidió una ley prohibiendo toda actividad relacionada con el cannabis y así resolvió el asunto, ¿o no?

Han pasado exactamente cien años y la mariguana es aún más popular. El remedio salió peor que la enfermedad, generamos un mercado negro que alimentó a los cárteles de la droga. Seguimos teniendo el problema de salud y, encima, otro de inseguridad.

La Suprema Corte determinó que la prohibición absoluta de la mariguana viola el derecho al libre desarrollo de la personalidad, el Estado no puede entrometerse en todas las decisiones del ciudadano, aunque se trate de sustancias riesgosas, debe haber campañas informativas, pero al final se respeta la decisión personal.

Cualquiera pensaría que aprendimos la lección.

La nueva política prohibicionista

Ahora hay otro enemigo a vencer, son los productos altos en sodio, calorías, azúcar y grasas… bueno, sólo los que provienen de una fábrica. Los tacos, tamales, quesadillas y demás antojitos están perdonados porque forman parte de nuestra 'dieta tradicional'.

Ante la hecatombe provocada por el Covid-19, el doctor Hugo López-Gatell ha señalado a las grandes empresas de alimentos procesados como las verdaderas responsables de que hayamos rebasado la barrera de los 60 mil fallecimientos.

La solución que el gobierno plantea ante el problema de obesidad va por el mismo rumbo que tomó don Venustiano hace un siglo. Consiste en vedar, poco a poco, la comercialización de alimentos ultraprocesados.

A las empresas ya se les prohibió utilizar personajes en sus etiquetas, pronto se les impedirá utilizarlos en todo tipo de publicidad, una vez que se aprueben los cambios al Reglamento de la Ley General de Salud en Materia de Publicidad.

Los congresos de Oaxaca y Tabasco acaban de prohibir la venta de golosinas y refrescos a los menores de edad. Otras entidades federativas, incluyendo la Ciudad de México, se apresuran a hacer lo mismo.

Nadie se quiere quedar atrás en esta carrera, el senador por Oaxaca, Salomón Jara Cruz, anunció una iniciativa para "incrementar sustancialmente" el impuesto IEPS a la comida chatarra, provocando así un aumento de precio que dejará a estos productos fuera del mercado, al menos para los mexicanos de escasos recursos.

Somos el primer país del mundo en adoptar medidas tan drásticas. ¿Se hizo algún estudio para determinar el impacto de esta 'estrategia'?, ¿realmente esperamos que el tendero le pida identificación al joven que llega a comprar un refresco?, ¿sabemos cuántas personas perderán su empleo ante el posible éxodo de empresas al extranjero? Obviamente no.

Ningún país desarrollado ha prohibido las golosinas y refrescos, prefieren concentrar sus esfuerzos en incentivar hábitos saludables en su población. ¡Qué locos! Construyen mejores parques e instalaciones deportivas, educan a los niños para que sigan una dieta saludable, apoyan al campesino que produce alimentos orgánicos.

Prohibir es una gran tentación para quien detenta el poder. No implica esfuerzos, planeación o inversión de recursos. Se publica la ley y con ella muere el chivo expiatorio, el legislador queda como un héroe y la sociedad se relaja por un tiempo.

El conflicto viene después, cuando el problema persiste, entonces viene el sentimiento de que "no fuimos lo suficientemente estrictos" y continúa la espiral de leyes que se entrometen en nuestra esfera personal. A este paso pronto se prohibirá rellenar con dulces las piñatas infantiles.

Estamos a tiempo de reflexionar. Las prohibiciones no se justifican cuando existen alternativas menos restrictivas a la libertad personal; así lo sostuvo nuestra Suprema Corte, al fin y al cabo, el Salón del Pleno de nuestro máximo tribunal sigue siendo adornado por un retrato de Benito Juárez, un liberal.

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