En la actualidad, cualquier profesor que encarga a sus alumnos una tarea escrita sabe que es muy probable que los trabajos que recibirá hayan sido elaborados por un motor de generación de lenguaje como ChatGPT o Bard. Estos son programas de computación con inteligencia artificial de vanguardia que pueden usarse de manera gratuita en Internet.
Los jóvenes, quienes por naturaleza están al tanto de todo lo nuevo y son más flexibles para adoptar herramientas tecnológicas, han abrazado el uso de estos programas para efectuar tareas de investigación y redactar un sinfín de textos.
Siempre que se le proporcionen las instrucciones adecuadas, la inteligencia artificial puede escribir cualquier tipo de trabajo, desde algo sencillo como un resumen de la Ilíada, hasta documentos de alta complejidad como un ensayo comparativo del pensamiento de los filósofos del Romanticismo alemán. Si la máquina puede hacerlo en un parpadeo, ¿cuántos estudiantes resisten la tentación de utilizarla? ¿Quién no querría terminar sus deberes rápidamente para disfrutar del resto del día?
Existe una preocupación adicional: el auge de la educación a distancia. En este modelo, la mayoría de los exámenes se realizan desde la computadora personal de los estudiantes en casa. La habilidad de ChatGPT para responder evaluaciones de cualquier tipo es asombrosa, lo que ha dado lugar a muchos casos de estudiantes que han recurrido a la inteligencia artificial para responder incluso exámenes de admisión a prestigiosas universidades.
En respuesta, algunas escuelas han intentado implementar medidas tecnológicas que impidan el uso de estas herramientas. Por ejemplo, existen programas en Internet que analizan textos y detectan si fueron escritos por una inteligencia artificial. No obstante, la precisión de estos programas es discutible. Recientemente, se han conocido casos de universitarios en Estados Unidos que fueron exonerados tras ser acusados injustamente de usar inteligencia artificial para redactar sus tesis.
Los programas de detección de inteligencia artificial buscan patrones de redacción en los textos que son comunes en los motores de generación de texto. Sin embargo, son menos eficientes cuando el documento fue escrito por las versiones más recientes de ChatGPT, el cual es cada vez mejor imitando la forma de redacción humana. Los expertos anticipan que, en unos meses, será imposible detectar el uso de esta tecnología.
Esto nos lleva a cuestionar si la prohibición es la medida más adecuada. Como ocurrió con la invención de las calculadoras digitales o la aparición del Internet, tal vez necesitemos una generación para comprender que ciertas invenciones son disruptivas y transforman nuestro estilo de vida. Yo abogo por perder el miedo a la inteligencia artificial y aceptar que las nuevas generaciones necesitan aprender a usar esta herramienta. Lo peor que podríamos hacer es negarles el acceso por completo. El verdadero reto es enseñarles a pensar por sí mismos para que no dependan de una máquina.
Post scriptum: No me sorprendería que, en unos años, se desate un escándalo al descubrir que algún funcionario de alto nivel elaboró su tesis con ayuda de ChatGPT. Aunque podría argumentar en su defensa que no cometió “plagio”, ya que la inteligencia artificial no puede poseer derechos sobre una obra y sus creaciones no se consideran trabajos “originales”.
El autor es experto en propiedad intelectual.